Capítulo 9

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No eres más que un peso muerto en todo esto. Así que, por favor, aléjate y déjame averiguar todo a mi modo. Ahora que tengo estas pistas, no harás más que estorbarme si te tengo cerca.

Estorbarme...

¡Estorbo!


El aguacero feroz se desvanecía a medida que caminaba a casa, transformándose en una llovizna fría y persistente que parecía tan cansada como yo. Sentí que hasta el viento cambió, volviéndose más leve, pero igual de frío. Iba empapada totalmente y los mechones de cabello se enredaban por mi cara en varios descuidos.

Las calles de Mistwood, cubiertas por la bruma de la estación me recibieron con su sombría normalidad. El otoño avanzaba inexorablemente sobre el pueblo. Las hojas naranjas, ocres y marrones crujían bajo mis pies, arremolinándose con el viento. A lo lejos, algunas casas comenzaban a mostrar tímidas decoraciones de Halloween. Calabazas talladas y cuervos de plástico colgaban en los pórticos, mientras esqueletos de cartón se asomaban en ventanas polvorientas, como si intentaran traer un poco de humor macabro a un lugar que ya parecía estar habitado por fantasmas.

El frío se colaba por la tela mojada de mi suéter, pero no me importaba. Mi cuerpo seguía adelante, mecánico, bloqueado. No podía permitirme pensar en lo que pasó. O mejor dicho, no ahora, no cuando era un blanco fácil para las visiones de las personas que pasaban a mi lado momentáneamente y me veían con extrañeza.

Mi mente vagaba en los detalles más pequeños para no caer en el abismo de emociones que amenazaban con ahogarme, como las ramas desnudas que se agitaban como manos esqueléticas, las decoraciones que flotaban en las puertas como advertencias de lo que estaba por venir y las luces tenues que comenzaban a encenderse en las casas a medida que el crepúsculo se asentaba.

Finalmente, después de lo que me pareció una eternidad, llegué a mi calle. La vista de mi casa, a lo lejos, se dibujaba como una silueta familiar pero vacía. Todo era distinto ahora.



Abrí la puertecita de las verjas y vi que el jardín estaba empapado. La hierba relucía bajo el brillo plateado de las gotas de lluvia y las flores de otoño, que una vez florecieron con vigor, ahora comenzaban a marchitarse. Pasé por el caminito de cascajos y al mirar el césped un recuerdo me golpeó con la fuerza de un trueno.

Liam.

Aquella mañana.

Estuvimos aquí.

Juntos.

Lo vi tan claro como si estuviera sucediendo de nuevo. Su silueta alta caminando hacia mí bajo el sol del verano, los rayos cálidos iluminando su rostro, su mirada despreocupada como si todo hubiera acabado, como si hubiéramos ganado. Se detuvo frente a mí y por un breve instante la paz nos rodeó, alejando el caos que nos persiguió aquellos días. Pensamos que el misterio se disipó, que todo terminó.

Pero la realidad fue otra.

Y trajo a nuestras vidas tanta carga que al final no pudimos ni soportarla juntos.

"¿De verdad se acabó?" Me pregunté internamente, y él, mirándome a los ojos, me dejó entender que sí. Un nudo de angustia se formó en mi garganta. ¿Cómo pudo haber fingido tan bien? ¿Cómo logró que yo creyera, aunque fuera por un segundo, que todo estaría bien?

Además, me confesó algo tan maravilloso ese día que hasta el día de hoy no la olvido:

Puede que te suene raro, y si es así, te pido perdón, pero desde el día en que entraste a mi cuarto veo algo especial en... ti.

¿QUIÉN NOS ACECHA?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora