Capítulo 2

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La clase de matemáticas terminó, pero estoy nerviosa. Solo sigue caminando y no te detengas; aléjate, aunque sientas que alguien te está vigilándo de cerca

¿Ves la cafetería? Sí. 

Ha llegado la hora de comer, entra


La cafetería estaba tan helada y ajetreada como siempre; existía ese bullicio constante de voces y risas que se movían como un río incontrolable a mi alrededor. Las luces frías de neón sobre el techo de concreto parpadeaban de vez en cuando, bañando de un resplandor pálido los rostros de los estudiantes que se aglomeraban en las mesas, quienes charlaban animadamente o permanecían absortos en sus teléfonos. Sentía el aire frío filtrarse por las paredes y calar en mis huesos, haciéndome sentir más tensa, como si todo estuviera a punto de congelarse, y no me refería solo al ambiente.

Deslizaba mis zapatos sobre las baldosas desgastadas mientras me abría paso por la fila frente a las vitrinas de comida, moviéndome lento como una más en la procesión de rostros cansados. 

Pero yo no era una más; a diferencia de la monotonía de los otros, me sentía a la retaguardia. 

Sabía que estaba ahí, haciendo lo mismo de todas las mañanas, buscando mi desayuno, pero mi mente estaba a kilómetros de distancia. Todo lo que pasé recientemente me tenía en un estado constante de alerta, obligándome a ser más sigilosa y vigilante. 

Ahora cada paso que daba era un intento de localizar a ese chico, de buscarlo entre la multitud. Mis ojos recorrían las mesas, deteniéndose en cada grupo,  esperando encontrar a ese muchacho de cabello alborotado junto a esa cámara.

¿Seguiría con esa expresión de pavor que creó al verme? 

¿Estaría comentando lo sucedido con algún cómplice? 

La posibilidad de que estuviera alineado con el encapuchado no me dejaba en paz. Si mis suposiciones eran correctas eso de andar fotografiándome no fue solo un gesto común; puede que ese chico no estuviera trabajando solo y el suceso anterior fuera previamente calculado. 

Ahora, cada mirada que daba podía ser una señal de advertencia de que varios títeres podrían estar cumpliendo la tarea de vigilarme aquí dentro. 



Con la bandeja en manos busqué esa mesa apartada, justo al lado de las ventanas cerradas que dabas al bosque, donde la vista se perdía en una maraña de árboles oscuros que se extendían más allá del instituto. Era el lugar perfecto de cada día en este sitio, pues el frío era aún más intenso y los murmullos se escuchaban lejanos, como si el aire helado amortiguara esas voces molestas. La mayoría de los alumnos evitaban este rincón precisamente por eso, pero para mí era un pequeño refugio donde podía observar sin ser observada.

Me senté y coloqué la bandeja frente a mí, moviéndome con la calma de alguien que ha ensayado estos movimientos una y otra vez. Saqué mi desayuno, que por lo visto se trataba de una simple manzana, un sándwich envuelto en una servilleta y una botella de agua. Mis dedos temblaron un instante al desenvolver el sándwich, pero lo disimulé rápidamente, respirando hondo para recuperar la compostura. No podía permitir que nadie notara lo alterada que estaba por dentro, sobre todo si el chico de la cámara estaba cerca o si había otros implicados acechándome en silencio. Debía mantener la fachada de normalidad, fingir que nada cambió mi estado retraído y que no había ninguna fisura en mi armadura. 

¿QUIÉN NOS ACECHA?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora