Capítulo 10

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Tuve un sueño

Uno en el que volvías aquí y me pedías perdón

Pero, como fue un sueño, no pasó.


El amanecer se filtraba débilmente por la rendija entre las cortinas, pintando la habitación con un tono gris opaco.

No sentí que dormí nada.

Desde las cinco de la mañana los pensamientos me mantenían atrapada en un bucle interminable donde su nombre retumbaba en cada esquina de mi subconsciente.

Liam.

Liam.

Liam.

Las palabras que me dijo seguían rebotando en mi cabeza, hiriendo con la misma intensidad de la primera vez. Además, esos cuatro chicos, el altercado... todo lo ocurrido me hacía sentir pesada, como si una carga invisible me hundiera cada vez más en un abismo de incertidumbre.

¿Cómo estarían después de todo?

El reloj marcaba las siete cuando Emma se removió en la cama junto a mí, estirándose perezosamente antes de voltear hacia donde yo me encontraba, inmóvil.

—¿Vas a ir hoy a clases? —Me preguntó, su voz sonó aún somnolienta.

No respondí. Mis ojos seguían clavados en el techo, sin ganas de moverme, de hablar, de enfrentarme a nada.

Emma pareció percibir mi silencio y después de unos segundos volvió a preguntar con un tono más suave:

—¿Cómo te sientes?

—Mejor —dije, aunque ambas sabíamos que esa palabra estaba lejos de describir la realidad. No estaba bien, pero tampoco tan rota como la noche anterior.

A Emma le pareció suficiente. Guardó silencio, entendiendo que no tenía sentido presionarme, y se levantó de la cama.

La observé mientras caminaba hacia la mesita de noche con su pijama y encendía su computador. Aunque pasaran los minutos seguía atendiendo su rostro concentrado en la pantalla.

Agradecía su silencio, su forma de dejarme espacio para respirar.



Me incorporé lentamente y las sábanas se arrastraron por mi cuerpo mientras me acercaba a la ventana. El día se veía tan sombrío como yo me sentía. Un cielo cubierto de nubes grises y pesadas que anunciaba la lluvia que seguramente llegaría en cualquier instante. El aire frío del otoño había calado en todo, envolviéndolo en una melancolía húmeda.

Me acerqué al borde de la cortina, asomando solo un poco para ver mejor. Un nudo se formó en mi garganta cuando advertí la ausencia del color azul sobre el cielo, un color que me condujo directamente a ese par brillante y profundo.

Su rostro vino a mi mente con la misma claridad de siempre y una punzada me atravesó el pecho. Me sentía miserable, como si el clima y mi estado emocional se hubieran aliado para hundirme aún más. Una ligera lágrima cayó de mi ojo izquierdo, silenciosa y ardiente, rodando por mi mejilla sin pedir permiso.

De pronto un toque en la puerta me sacó de mis pensamientos. Giré la cabeza rápidamente, y vi a Emma hacer lo mismo hacia allí. Me apresuré a cubrirme con el edredón, suponiendo que era mamá, y no me equivoqué.

¿QUIÉN NOS ACECHA?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora