CAPÍTULO 5

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Claro, aquí tienes el texto corregido en cuanto a ortografía:

—Buenas tardes, señorita De la Vega.

—Señor Rodríguez, un placer —le doy la mano y tomamos asiento.

—Un café —le pide al camarero.

—Que sean dos.

Nos quedamos a solas y, del maletín, saco la propuesta. Se la paso y le echa un vistazo.

—Tengo en mente ideas muy creativas que sé que serán un éxito.

—No esperaba menos —no aparta la mirada de los documentos—, pero le voy a ser sincero.

—Claro —me espero lo peor y no puedo permitírmelo.

—Tengo a otra empresa interesada que también me ha propuesto ideas muy creativas.

—Pero no somos nosotros —me calmo, o eso intento—, nosotros no ofrecemos ideas, promesas o palabras, sino hechos, compromisos y dedicación.

—Tengo que pensarlo.

—De acuerdo —no puedo parecer desesperada.

Nos deja el café sobre la mesa y le explico todo, cada punto, coma y paréntesis. Me empeño para que capte el mensaje y vea lo ambicioso que es.

—De acuerdo —dice al fin—, lo vamos a estudiar, pero me gustaría que viniera a un congreso que haremos en Málaga el próximo fin de semana.

—Por supuesto, organizaré mis quehaceres para estar disponible —afirmo.

—Perfecto, me gustaría que sigamos hablando y tomemos una decisión.

—Gracias —me pongo en pie.

—Gracias a usted —me estrecha la mano.

Me quedo a solas y suspiro mientras recojo mis cosas. Sé que la otra empresa es la del maldito Corbero, que lo tengo hasta en la sopa.

¿Es que me va a arruinar todos los proyectos?

—Capullo.

Llego a casa agotada, lo primero que hago es cambiarme, quitarme la ropa y ponerme una bata encima.

No puedo con mi vida, vaya semanas llevo.

Entro en el salón y me pongo Crónicas Vampíricas para continuar. Es lo único que he hecho en este tiempo para no pensar demasiado.

En mitad del capítulo tocan el timbre y frunzo el ceño. No creo que sea Cayetano, no puede ser él. Con cuidado, camino hacia la puerta y me asomo en la mirilla, pero casi me caigo al descubrir que se trata de mi vecino. Me retoco el pelo antes de abrir la puerta.

—¿Le abres a todos así? —ni saluda.

—A todos menos a ti —afirmo segura—, no te esperaba.

—¿Acaso esperabas a alguien? —es odioso.

—¿Qué quieres? —abro la puerta un poco más, apoyándome sobre ella, provocando que la bata se abra un poco, revelando parte de mi sujetador.

—¿Qué quiero? —me mira de arriba abajo.

Le mantengo la mirada, no dudo, no puedo hacerlo porque él es un león que observa como si fuera su presa y no quiero que me coma, o al menos no sin luchar y demostrarle que puedo ser su leona.

—Estoy ocupada —sonrío con suficiencia—, coge cita, capullo.

Cierro la puerta, pero su pie es más rápido y lo interpone antes de que se cierre del todo.

Todos los te quiero que odié decir. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora