CAPITULO 7

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Necesito meterme en el agua, hace un calor en el sur que es agobiante. Me pongo en pie y, con las gafas puestas, camino hacia la piscina para meterme poco a poco.

Está fresquita, me gusta la sensación, pero evito mojarme el pelo. Hay varios niños jugando, así que voy al otro extremo y me refresco un poco.

—Esto es vida —me apoyo en el bordillo y miro a las personas que están disfrutando de la tarde.

La mayoría son extranjeros; el clima en España es ideal y es normal que sea un país turístico. Todos son rubios y más bonitos, pero cuando mi mirada da con un pecho fuerte, con un tatuaje sobre el corazón, gruño.

¿Qué hace aquí?

Parece que no me ha visto. Me encantaría huir, pero no soy una cobarde. Dejo de centrarme en él, aunque debo admitir que un hombre con un libro es sexy.

Él no, pero otro en su lugar, sí.

Cierro los ojos e intento aislarme de todo esto. Es mi día de relax y voy a aprovechar. Salgo de la piscina y vuelvo a mi tumbona para seguir disfrutando de esta paz.

Al contrario de mí, ahora es él quien se levanta, y me bajo un poco las gafas para observarlo. ¿Por qué tiene que tener ese cuerpo? ¿Y esos tatuajes? Nunca me han gustado los tatuajes, pero en él se ven sexys.

Se mete en el agua y lo miro de arriba abajo sin disimulo. Joder, es que este hombre es proporcionado, es odioso, sí, un capullo integral también, pero es guapísimo.

Me subo las gafas y dejo de babear.

¿Cuándo fue la última vez que tuve sexo?

Mejor no pensarlo, porque fue con él, contra la puerta de mi casa. Fue increíble, rudo, sucio y excitante.

Ay, que me estoy excitando.

—Basta, Úrsula.

Le miro de reojo y está haciendo unos largos como si la piscina fuera de su padre. Las personas se apartan y lo miran embobadas. Es el efecto de Gael, y siento que soy la única que no cae, que se mantiene en su sitio porque sé cómo es.

Cierro los ojos y me relajo, olvidándome de que mi archienemigo está a pocos metros.

—Que no sé jugar, tía —frunzo el ceño.

—No seas competitiva, Úrsula —se burla mi amiga— es para echarnos unas risas.

—Paso —me niego.

—Vamos, tía —se acerca al billar y pone dos monedas para jugar.

—Vale —suspiro.

—Quien pierda invita.

—No, tramposa.

Me río y me concentro en jugar lo mejor posible. Se me da fatal, bueno, esa afirmación se queda corta.

—Lisas para mí —sonríe con suficiencia.

Mete dos más y es mi turno. Cojo el palo y me inclino para intentar meter una. Le doy, pero, para no variar, no toco ni la bola.

—Qué mala eres —la fulmino con la mirada.

—Dos tiradas para mí.

—Idiota.

Mete dos bolas más y me cruzo de brazos. Se me da fatal, por eso no quería jugar. En mi turno, meto una por casualidad y no puedo celebrarlo, porque en la siguiente vuelvo a fallar.

Seguimos jugando un poco más, hasta que me gana por goleada y me cabreo. Odio perder, no me gusta participar cuando sé que no tengo posibilidad.

Todos los te quiero que odié decir. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora