CAPITULO 11

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El sonido de la puerta al abrirse me pone en alerta. Ha vuelto, Gael está en la habitación y, al menos, tiene consideración porque no enciende la luz ni hace ruido. Se mete en el baño y escucho el agua correr, así que me relajo porque puede estar un rato ahí dentro.

Yo tampoco he sido mala, le dejé en el sofá una almohada y una sábana para que duerma. Me coloco en medio de la cama por si hay dudas de que es mía, y pongo los cojines por detrás para ocuparla del todo.

Dejo de escuchar el agua y finjo estar dormida. En cualquier momento puede aparecer mi enemigo y no quiero otro enfrentamiento, estoy agotada.

¡Qué día más largo!

La puerta se abre y agudizo los oídos. Camina por la habitación y abre el armario. ¿Ha salido desnudo? ¡Y yo me lo perdí!

¿Pero qué estoy pensando?

—Puta arpía —gruñe, y sonrío porque le saqué de quicio.

Me tenso al sentir cómo quita uno a uno los cojines de la cama. ¿No pensará meterse en ella? Lo mato.

Tengo dos opciones, o me doy la vuelta y le digo que no, que duerma en el sofá, aunque sé que en el fondo hará lo que le apetezca, o finjo estar dormida y me ahorro una discusión.

Como estoy cansada, me quedo con la segunda opción.

La cama cede con su peso y su espalda roza la mía. ¿En qué momento decidí colocarme en medio? Suspiro y me muevo porque no quiero que me toque ni un centímetro, y le dejo espacio.

Para que luego no digan que no soy buena persona. Hoy se la dejo pasar, mañana que se prepare si intenta algo.

Su olor a limpio lo impregna todo, y me relajo hasta que caigo en el sueño de Morfeo.



¡Qué calor hace, por favor! 

¿Dejé la ventana abierta? 

No puede ser, recuerdo que la bajé.

Espera, ¿y ese peso en mi cintura?

Abro los ojos y casi grito al ver una mano rodeando mi cintura y rozando mi pecho.

Madre mía, ¿qué hace Gael abrazándome con fuerza?

Miro el reloj de la mesita, y no son ni las cinco de la mañana. 

¡Cómo le odio!

Está completamente pegado a mí, siento todo su cuerpo contra el mío, y sobre todo una zona en concreto que choca contra mi trasero.

¡Qué mal, qué mal!

¿Qué hago para que se aparte? 

Estoy en el filo y él pegado a mí, será cabrón.

Su respiración en mi cuello me hace cosquillas. Estar abrazados no se siente tan mal, al contrario, me siento tan segura que debería asustarme y, sin embargo, es todo lo contrario.

Se remueve y se separa unos centímetros, colocándose boca arriba. Sin poder evitarlo, me doy la vuelta y le miro. Nunca voy a tener una mejor oportunidad que esta.

Está a mi merced, puedo analizarle al completo sin miedo de recibir algún comentario sarcástico. Dormido se le ve tan relajado, tan perfecto que me da rabia que sea tan capullo.

Con cuidado, le recorro el tatuaje que tiene sobre el pecho. ¿Qué estoy haciendo? Aparto la mano, pero él me la coge, y me quedo paralizada cuando la coloca sobre su paquete.

Pero, ¿este quién se cree? Pienso gritarle, pero me doy cuenta de que sigue dormido, así que me relajo.

Empieza a rozarse con mi mano y sonrío, incluso en sueños se muere porque le toque.

Todos los te quiero que odié decir. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora