CAPITULO 9

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—Buenos días —me saluda con familiaridad el señor Rodríguez—Qué bien que la veo.

—Aquí estoy, como le prometí —saco la mejor versión de mí—y aprovechando que estamos en la misma ciudad, me gustaría que nos reuniéramos.

—Sí, señorita De la Vega —acepta y sonríe internamente—No la voy a mentir, tengo varias propuestas sobre la mesa, más económicas y prestigiosas... —mierda—pero la miro y me gusta.

¿Qué querrá decir con eso?, pienso mientras él continúa.

—Veo una mujer decidida luchando en un mundo de hombres —me relajo—Estoy en terapia empresarial, quiero que se una.

—¿Cómo?

—Los de recursos humanos recomiendan que, de vez en cuando, se hagan diferentes actividades con los empleados de ciertos departamentos o directivos —Nunca lo había escuchado —Estamos en ese proceso. Dicen que mejora el rendimiento y las relaciones, y me gustaría que se uniera.

—¿Qué debería hacer?

—Participar y durante esos días podríamos hablar, y convencerme de que es usted la persona indicada.

—De acuerdo —acepto, no tengo más remedio— ¿Cuándo empezarían?

—Ya han empezado. La espero en el jardín del hotel, que es donde comeremos todos.

—Claro.

Se despide de mí y me deja sola, con la boca abierta. Vine por el proyecto y ahora estoy en una terapia que no tiene nada que ver conmigo. No sé cuántos días tendré que alargar mi viaje, pero me da igual, siempre y cuando me escoja.

Llamo a papá mientras camino hacia la habitación. Quiero ducharme y prepararme para la terapia. Pondré lo mejor de mí y, para qué mentir, estoy contenta porque él no está y yo sí. Me encanta ganarle.

—Buenas, hija, ¿conseguiste el proyecto?

—No, estoy en una terapia empresarial —le explico lo que es y se ríe—Tendré que quedarme más días aquí, pero volveré con el proyecto firmado.

—Eso espero, hija. Confío en ti.

—Lo sé, papá. Te iré informando sobre la situación.

—Tengo que colgar, tengo reunión.

—Vale, papá, hablamos.

Cuelga y dejo el móvil en el bolso con una sensación rara. Estoy inquieta, muchos problemas y tan pocas soluciones.

Vuelvo a la habitación sin saber muy bien cómo digerir esto. Me volví a acostar con él, con mi enemigo, y lo disfruté como nunca. Está muy mal, pero soltar endorfinas es bueno para desestresarse y utilizar bien las neuronas, ¿no?

Cumplo mi propósito y me ducho en tiempo récord. Tengo que causar una buena impresión, así que escojo para la comida un conjunto simple, un chaleco beige muy bonito y unos vaqueros oscuros. Quiero darle un toque informal con los vaqueros y formal utilizando el chaleco, que ahora está muy de moda. Me calzo unos tacones y empiezo con el maquillaje.

Al terminar, estoy contenta con el resultado. Salgo de la habitación, cogiendo el móvil y la tarjeta. Cojo el ascensor para ir al jardín. En realidad no pinto nada allí, pero si quiere que vaya, iré con una sonrisa y la palabra "sí" en los labios.

Llego al jardín y están todos sentados. La mesa es preciosa, habrá unas cuarenta personas. Me dirijo al final de la mesa y me siento en una de las sillas desocupadas. Me miran sin entender quién soy yo y por qué me siento con ellos, pero no es algo que me moleste.

Todos los te quiero que odié decir. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora