CAPITULO 2

773 114 46
                                    

—Buenas noches, papá —entro en el salón —Aquí estoy.

—Llegas pronto —mira el reloj —No importa.

Tomo asiento y lo miro. Papá no es muy cariñoso; es más bien frío porque tuvo que hacerse cargo de una bebé él solo. Mamá murió al darme a luz. Creo que nunca me lo perdonó, porque muchas veces siento cómo me mira, y eso me entristece.

—¿Por qué la cena?

—Viene Cayetano —explica sin más.

—Lo sé, pero ¿por qué?

—Ya sabes por qué —eleva la mirada para observarme—. Se te acaba el tiempo, y cuanto antes lo aceptes, mejor.

—No se me acaba nada, porque no me voy a casar con él.

—Hicimos un trato.

—Y no lo romperé, por eso no me casaré con él —me mantengo firme, aunque mis piernas tiemblan.

—Señor, el invitado acaba de llegar —nos informa la empleada.

—Diego —entra sonriente, y tengo ganas de vomitar—Gracias por invitarme —se dan la mano con familiaridad—Cariño —da un paso hacia mí, pero me alejo.

Me mira mal, pero no me importa. Me repugna que me toque. Finge una sonrisa y comienza a hablar con papá hasta que la cena está lista y tomamos asiento. No tengo apetito, así que finjo que ceno mientras hablan.

—Úrsula —me llama papá—he pensado que quizás Cayetano pueda ayudarte con el proyecto.

—No —me niego.

—Así nos conocemos más —sonríe—Vamos.

—No, papá, no —no pienso ceder.

—Está bien —acepta y suspiro—, de todas formas, pronto formarás parte de la familia y te encargarás de más cosas —dice como si nada—. Quiero nietos, y Úrsula no podrá ocuparse de la empresa.

¿Cómo?

Me contengo para no gritarle y decirle que perfectamente puedo ser madre y ocuparme de la empresa, pero lo que nunca permitiré es tener hijos con este desgraciado.

¿Quiero tener hijos?

Seguramente no. He sido una niña infeliz, con carencias familiares, y no quiero que ningún niño más viva lo que yo viví. Pero eso no es motivo para que me sustituyan.

Es mi legado; llevo toda la vida trabajando en él, en convertirme en la mejor, para que de repente solo me vean como una incubadora.

—Diego, yo quiero tener tres hijos, así que estará ocupada criándolos —me enferma.

—Tres es una buena cantidad —aprueba papá.

La cena avanza, y cada vez me siento peor. En el postre me pongo de pie y alego dolor de cabeza para escapar de este suplicio.

—Es temprano, apenas has hablado.

—En otra ocasión —finjo una sonrisa.

—Te acompaño —se levanta.

—No —me niego.

—Vamos.

Camino rápido para llegar cuanto antes a casa, y él me sigue muy de cerca.

—Hay cierto placer en tu resistencia —susurra, y me estremezco—, pero serás mía.

No le contesto; no lo soporto.

—Úrsula —camino más rápido—, tu resistencia hace que te desee más.

—Que te den, Cayetano. —Abro la puerta del coche y me subo en él mientras veo cómo se ríe y me mira.

Todos los te quiero que odié decir. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora