CAPITULO 3

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—¿Cómo vas con el proyecto? —pregunta papá.

—Bien, me reuniré con ellos este jueves —informo.

—Bien, ya sabes lo que pasará si no sale bien —odio que saque el tema.

—Sí.

—Bien, el viernes me informas sobre la reunión.

—Sí.

Sale de mi despacho y suelto el aire. Últimamente vivo en tensión. Me he implicado mucho más en este proyecto porque de él depende mi futuro. Debo reconocer que es increíble; me he superado, pero ya no me confío. Siempre pasa lo que pasa.

No sé si los Corberó también están interesados en conseguirlo. Seguro que sí, pero no tengo ni idea.

Si pudiera confirmarlo o ver su propuesta...

¿Y si me cuelo en su casa?

Imposible. Si no me pilla él, me pillará su odioso perro. Qué suerte la mía, últimamente.

—Úrsula —mierda, lo que me faltaba.

—Estoy ocupada.

—Tengo una cena y quiero que me acompañes.

—No.

—Sí, hoy a las diez paso por ti.

—Ni se te ocurra.

Pero me mira y se marcha dejándome con la palabra en la boca. ¿Pero este quién se cree?

Dejo de pensar en él y entro en mi despacho para cerrar algunos asuntos pendientes.

Sobre las cinco vuelvo a casa agotada. Lo primero que hago al entrar es tirarme al sofá y suspirar. Solo quiero que pase el tiempo y que todo salga bien. No como, prefiero acostarme y descansar un rato. Por una vez que termino temprano, voy a aprovecharlo.

Me levanto desorientada cuatro horas después. Entro en el baño para lavarme la cara y hacerme un moño antes de quitarme la ropa.

No comí, no me cambié.

Así que me pongo uno de mis camisones y saco uno de los platos preparados que solo tengo que recalentar, que me hizo mi asistente.

Lo mejor que pude hacer. Preparo la mesa y ceno sola. Al terminar, lo dejo en el lavavajillas. Es el momento de ver mi serie, pero no tardo mucho en recibir un mensaje de Cayetano donde me amenaza y dice que o bajo o sube él.

Le respondo diciendo que no estoy en casa y apago el móvil.

Le odio, le detesto...

—Abre la puerta, Úrsula —grita, y me pongo en pie—. O abres o lo hago yo.

Mierda.

¿Qué hago?

No me sorprendería que tuviera una copia de las llaves, así que, desesperada, voy a la terraza y me cuelo en la suya mientras escucho cómo entra.

—Joder...

Entro en su casa gracias a que siempre deja la terraza abierta. Es un idiota. Con cuidado de no encontrarme con su perro, me escondo.

—¿Qué haces aquí? —pregunta.

—Joder, imbécil, me has asustado —pongo la mano en el corazón y me giro para verle aún en traje, sin chaqueta y sin corbata.

—Invades mi propiedad, ¿ y el imbécil soy yo? —miro hacia la terraza y veo cómo Cayetano se asoma, buscándome.

—Ven —le cojo de la mano para que no nos vea y le siento en el sillón conmigo sobre él, a horcajadas.

Todos los te quiero que odié decir. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora