Capítulo 6

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Estaba en un tranquilo parque a unas tres cuadras de mi casa. Un lindo parque con algunas hojas de árboles esparcidas por el suelo, dando señal de que se aproxima el invierno. Había niños jugando, recordándome a esos tiempos de mi infancia en que era más sociable y jugaba béisbol con mis vecinos. Adultos de tercera edad conversando sobre los jóvenes, recordando sus tiempos de adolescentes y alguna que otra anécdota de sus épocas. Y desde luego esta Rachel con sus amigas charlando, riendo y tomándose fotos. Lo que daría por una foto junto a ella. Y lo único que puedo hacer es sentarme lejos y tomarle fotos a escondidas.

Aprieto el botón tres veces captándola sonriendo; sonrío un poco, bajando la mirada para ver las fotos. Pasando las fotos, la primera muestra su perfil y sonriendo con sus amigas; la segunda la capta con los ojos cerrados. De cualquier manera, o ángulo, se ve perfecta. Sin embargo, la tercera muestra a ella sorprendida viendo hacia la cámara. Quedo paralizado, levanto la mirada lentamente y me encuentro como ella queda sorprendida un momento y luego se echa a reír.

Me levanto de la banca apresurado guardando mi cámara en mi bolsa.

—¿Fotografiando flores? —pregunta ella sarcásticamente.

—S-sí—tartamudeo.

—¿Y qué tal salieron? —pregunta ella.

—Muy hermosa... perdón, hermosas—corrijo esta última fingiendo una tos.

—¿Puedo ver? —pregunta ella nuevamente, señalando la cámara.

—No salieron tan hermosas—digo alejando la cámara.

—No importa, déjame ver—dice ella tratando de agarrar la bolsa donde está la cámara y yo alejándola aún más.

Ella se queda un tiempo parada tendiéndola mano esperando que le dé la cámara.

—¿Puedo? —preguntando de nuevo.

Se la entrego sin más remedio, viendo como ella ve las fotos que les tome.

Un minuto de silencio incómodo nos rodea a ambos, mi corazón late con rapidez y no es porque está cerca mío sino porque pensará que soy alguna clase de acosador.

—Muy lindas las flores—dándome la cámara.

Suelta un suspiro y pone su delicada mano en mi pecho comenzando a acariciarlo, poniéndome muy tenso. Lentamente se acerca y pone sus labios en mi cuello.

—Oops, no alcance la mejilla—lo dice en un tono de voz provocativo y suave.

—Nos vemos luego—se despide ella guiñándome el ojo.

Viendo cómo se aleja me quedo pensando... ¿Qué acaba de pasar hace un rato?

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Estoy en mi cuarto pensando en lo que paso en el parque, sin creerlo aún pienso que fue un sueño.

—Michael, vamos cenar; ayúdame a poner la mesa—grita mi madre desde la cocina.

Bajo rápidamente, y en ese instante que la veo la ayudo a poner la mesa.

Mi madre se voltea a verme y abre los ojos impactada.

—Mamá ¿Qué sucede? —le pregunto.

—Tienes... Lápiz labial marcado, hijo—.

—¿¡Qué!?—digo sorprendido.

Voy directo al baño a verme en el espejo y limpiarme, aunque no quiera hacerlo, es una marca muy especial. Tiene casi un rojo intenso, como si de verdad tuviera ganas de dejármelo marcado de por vida. Ni siquiera me di cuenta de la profundidad en la que me lo había puesto.

—¿Michael? ¿Ya te lo quitaste? —pregunta mi mamá desde la sala.

—Sí mamá, ya voy—.

Vierto el pequeño frasco de jabón en mis dedos, abro la pluma del lavamanos y comienzo a limpiarme la marca de lápiz labial. Se me hace divertido y algo provocativo que no se me pueda quitar. No puedo evitar dibujarme una sonrisa. Después de unas cuantas lavadas, aún no se me quita por completo, se puede ver un poco el color. Pienso que con el tiempo se me quitara.

Me dirijo a la mesa, la comida ya está puesta en los platos, sólo queda disfrutar la deliciosa comida de mi madre.

Mi madre me observa, hace un gesto como de una anciana desaprobando lo que está haciendo su pequeño nieto. Creo que se dio cuenta, no se ha borrado ni un poco.



Obsesiva PerfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora