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El domingo por la mañana, Luna se despertó con una mezcla de sensaciones. Aunque las cosas con Carlos, habían mejorado un poco, no podía decir lo mismo de César y Cristhian. Desde que había empezado a salir más seguido con Gabito, ambos se habían vuelto más estrictos, y su preocupación por ella se había transformado en una presión constante.

Bajó las escaleras y encontró a César en la cocina, sentado frente a una taza de café, con la expresión dura que siempre llevaba cuando algo no le gustaba.

-¿Cómo estuvo anoche?- preguntó él, sin apartar la vista de su taza.

Luna se tensó al instante, sabiendo que esa pregunta no era un simple gesto de cortesía. Sabía lo que César estaba insinuando.

-Bien-, respondió ella con un tono neutral, intentando no darle más detalles de los necesarios.

César la miró de reojo, y luego dejó la taza en la mesa con más fuerza de la que necesitaba. -Mira, Luna, no es que quiera controlarte, pero esto de estar saliendo tanto con ese chico... no me da buena espina-.

Luna se cruzó de brazos, sabiendo que la conversación no iría por buen camino. -Gabito no es un problema, César. Lo conoces, es un buen chico-.

-Eso lo dices tú-, intervino Cristhian desde el pasillo, entrando en la cocina con su habitual actitud autoritaria. -Pero llevas saliendo con él casi todos los fines de semana. Eso no es normal. Ya basta, Luna. No puedes seguir comportándote como si fueras una niña que puede hacer lo que quiera-.

Luna sintió que la frustración empezaba a subirle por la garganta. Sabía que Cristhian siempre había sido el más severo de los tres, pero su actitud se había vuelto casi insoportable. Al menos Carlos estaba intentando darle un poco de espacio, pero César y Cristhian parecían decididos a vigilar cada uno de sus pasos.

-¿Qué quieren que haga?- explotó Luna, sin poder contenerse más. -¡No estoy haciendo nada malo! Solo quiero vivir mi vida, salir con mis amigos, estar con alguien que me hace sentir bien. No entiendo por qué me lo ponen tan difícil-.

Cristhian cruzó los brazos y la miró con dureza. -Te lo ponemos difícil porque no estás pensando en las consecuencias. Eres joven, y aún no entiendes cómo son las cosas. Nosotros solo queremos protegerte de lo que no puedes ver-.

-Protegerme de qué, Cristhian?- replicó Luna, elevando la voz. -No soy una niña. Sé lo que hago, y Gabito no es ningún peligro. Solo estoy cansada de que todos ustedes me traten como si no supiera cuidar de mí misma-.

César, que había permanecido en silencio, intervino. -Sabemos que no eres una niña, Luna, pero tampoco eres adulta como para entender lo que realmente puede pasar. Nosotros solo queremos lo mejor para ti. Esto no es un castigo, es por tu propio bien-.

Luna sintió que las lágrimas de frustración amenazaban con salir. ¿Por qué tenía que ser tan difícil para ellos entender que ella solo quería un poco de libertad? Sabía que sus hermanos la querían, pero esa sobreprotección la asfixiaba.

Antes de que la situación escalara aún más, Carlos apareció en la cocina, notando la tensión en el aire. Miró a Luna, y luego a César y Cristhian, con una expresión de desaprobación.

-¿Otra vez con lo mismo?- preguntó Carlos, suspirando con cansancio. -Luna ya les dijo lo que quiere. Dejen de presionarla.-

César y Cristhian lo miraron con incredulidad. -¿De qué hablas?- dijo Cristhian. -Tú mismo solías ser más estricto con ella-.

-Solía,- corrigió Carlos, mirándolos con firmeza. -Pero me di cuenta de que no puedo seguir controlándola. Luna necesita espacio, y nosotros no podemos seguir tratándola como si no supiera lo que está haciendo-.

César resopló, claramente no convencido. -Eso es fácil de decir, pero si algo sale mal, ¿qué? ¿Vas a ser tú el responsable?-

-Si algo sale mal, estará bien-, replicó Carlos, su tono más calmado pero firme. -Luna no necesita que estemos encima de ella todo el tiempo. Necesita aprender por sí misma. Y si nos equivocamos, también lo hará. Pero es su vida, no la nuestra-.

Luna miró a Carlos con sorpresa. Aunque él había empezado a cambiar en las últimas semanas, no esperaba que fuera tan directo frente a César y Cristhian, quienes siempre habían sido más difíciles de convencer. Era como si, poco a poco, Carlos entendiera algo que sus otros dos hermanos aún no lograban ver: que ella necesitaba libertad, incluso si significaba cometer errores en el camino.

Cristhian miró a Carlos con un destello de irritación en sus ojos. -No estoy de acuerdo. No vamos a quedarnos de brazos cruzados mientras ella se mete en problemas-.

-¿Qué problemas?- intervino Luna, su voz ahora más tranquila pero con firmeza. -No estoy metida en nada peligroso. Solo estoy viviendo mi vida-.

Carlos se giró hacia Luna, y asintió con una leve sonrisa de apoyo. -Exactamente. Y yo creo que es hora de que todos lo entendamos-.

La tensión en la cocina era palpable. César y Cristhian no parecían dispuestos a ceder tan fácilmente, pero el hecho de que Carlos estuviera de su lado hacía que Luna sintiera que, al menos, ya no estaba sola en esta lucha.

Después de un largo silencio, Cristhian se apartó de la mesa, visiblemente frustrado. -Haz lo que quieras, Luna. Pero no esperes que estemos de acuerdo con esto-.

César se quedó en su sitio, mirándola con una mezcla de preocupación y decepción. -Solo espero que no te arrepientas-.

Luna no respondió. Sabía que no podía cambiar sus opiniones de la noche a la mañana, pero se sentía más decidida que nunca a no dejarse controlar. No importaba lo que dijeran César y Cristhian, ella iba a seguir adelante con su vida, y lo haría a su manera.

Cuando sus hermanos finalmente salieron de la cocina, Luna se quedó a solas con Carlos. Él se acercó, colocando una mano en su hombro.

-Gracias-, murmuró Luna, sintiendo una ola de gratitud por el apoyo inesperado de su hermano mayor.

Carlos sonrió, aunque con cansancio. -No te preocupes. Es difícil para ellos, pero algún día entenderán. Mientras tanto, solo ten paciencia-.

Luna asintió, sabiendo que el camino aún sería complicado, pero también sintiendo un renovado sentido de confianza en sí misma. Carlos estaba de su lado, y con él a su lado, sabía que podría enfrentar lo que viniera, incluso si César y Cristhian no dejaban de imponer su rigidez.

Se fue a su habitación, sintiendo que, aunque la batalla aún no estaba ganada, había dado un paso más hacia la vida que quería vivir.

El Lado Oscuro De Ellos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora