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Luna observaba el reloj de la cocina mientras el segundero parecía burlarse de ella, avanzando muy rápido. Se suponía que sus hermanos llegarían a las seis en punto, y faltaban apenas diez minutos. La tensión en su pecho crecía con cada paso del reloj. Todo tenía que estar perfecto; cualquier imperfección podía desencadenar una tormenta de gritos y regaños.

"¿Por qué me pongo tan nerviosa?", se preguntó mientras ajustaba el mantel sobre la mesa una vez más. Había pasado la última hora asegurándose de que cada detalle estuviera en su lugar. El olor a pollo al horno llenaba la casa, mezclándose con el aroma del pan recién horneado que había comprado en la panadería. Era la comida favorita de los tres, y luna sabía que si todo salía bien, ellos estarían de buen humor. Tal vez incluso le agradecerian, ese gesto tan raro en ellos que siempre la hacía sentir una mezcla de alivio y alegría. Las luces parpadearon cuando un trueno retumbó a lo lejos. Las tormentas en invierno eran frecuentes en la ciudad, y luna solía encontrar consuelo en el sonido de la lluvia. Pero hoy, no había espacio para la paz. Solo había lugar para el miedo, ya que sus hermanos después del estrés de cada concierto eran más pesados con ella.

Un estruendo en la puerta principal la sacó de sus pensamientos. Sus hermanos habían llegado. Sintió un nudo en el estómago al escuchar sus pasos firmes acercándose a la cocina.

-Hola- dijeron en unísono, sus voces resonaron en la entrada.

-Hola- respondió ella con un tono que intentaba ser despreocupado, pero que sonaba más como un susurro nervioso.

Los tres hermanos entraron en la cocina y echaron un vistazo rápido alrededor. Sus ojos pasaron por la mesa puesta, el pollo dorándose en el horno, y finalmente se posaron en luna. Ella pudo sentir el peso de su mirada buscando algo fuera de lugar, algo que pudieran criticar.

-Veo que has hecho un esfuerzo- comentó cesar, sin emoción. Se acercaron a la mesa y en ese mismo momento carlos desliza un dedo por el borde del mantel. Luna contuvo la respiración. -Esto... está bien-, concluyó, como si le costara admitirlo.

Una pequeña oleada de alivio recorrió a luna, pero no se atrevió a relajarse. Había aprendido por las malas que con sus hermanos, la calma siempre era temporal. Observó mientras se servían un vaso de agua, notando la tensión en sus hombros, la ligera frialdad en sus movimientos. Era como si cada gesto estuviera calculado, diseñado para mantenerla en su lugar.

-Fue una noche pesada-, dijo de repente Cristhian. Luna supo al instante que esa era su señal: tenía que escuchar, mostrar compasión, pero no decir nada que pudiera interpretarse como una crítica o, peor aún, como un consejo. -Lo siento, chicos. ¿Qué pasó?- preguntó, manteniendo su voz suave.

-Lo de siempre. No dormimos nada, y ya sabes algunas fans son algo pesadas pero les agradecemos por el trabajo.- la voz de cesar se escuchó fuertemente, su frustración era evidente.

Luna asintió en silencio, escuchando como sus hermanos se quejaban de aquella noche tan pesada, sobre el tráfico, sobre el clima. Sabía que debía dejar que su ira fluyera, como una olla de presión liberando vapor. Si los interrumpía o intentaba ofrecer una solución, solo haría que la explosión fuera peor.

Finalmente, cuando sus hermanos se quedaron sin palabras, dejó escapar un suspiro profundo y se recostó en la silla. Luna aprovechó el silencio para servir la cena, cada movimiento cuidadoso, evitando hacer ruido. Cuando puso el plato frente a sus hermanos, no dijeron nada, simplemente empezaron a comer.

Era un momento de tregua, pensó luna, mientras se sentaba frente a ellos con su propio plato. Pero sabía que esta paz era frágil, y que la tormenta que había afuera no era nada comparada con la que siempre amenazaba con estallar dentro de su propia casa.

El Lado Oscuro De EllosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora