El bullicio de los pasillos del instituto resonaba mientras los estudiantes se apresuraban a llegar a sus clases. Martin, sentado en su aula de literatura, sentía la tensión crecer dentro de él. Era su primer día de vuelta y los nervios no le dejaban en paz. Sentía las miradas sobre él, pero intentaba concentrarse cuando escuchó la voz del profesor Manu acercarse.
—Me alegra que estés aquí, Martin —dijo Manu, dándole un apretón en el hombro—. ¿Te pasaron los audios de las clases?
—Sí, María me puso al día, profesor —respondió Martin, acomodándose en su asiento.
—Fue idea de Noemí —intervino María—. Dijo que así sería más fácil para Martin ponerse al corriente.
—Por supuesto, buena idea —sonrió Manu, antes de dirigirse a su escritorio—. Que tengan buena clase, chicos.
Manu levantó la voz para dirigirse a la clase.
—¡Buenos días a todos!
—Buenos días —contestó el grupo, aunque no todos al unísono.
—Abran sus libretas y libros. Retomaremos el análisis de "Le Dormeur du Val". ¿De quién es el poema? —preguntó Manu, dejando un breve silencio.
—Arthur Rimbaud —contestó Juanjo con rapidez.
—Arthur Rimbaud —repitió Manu, aprobando la respuesta.
—¿Quién fue ese? —murmuró Martin, inclinándose hacia María.
—El imbécil del que siempre te cuento —respondió su hermana, en tono bajo pero ácido.
—María, ¿podrías leer el poema para la clase? —interrumpió Manu, captando la atención de ambos.
—"Es un hoyo verde donde canta un río, colgando locamente de las hierbas de los harapos de plata..." —comenzó a recitar María.
—Oh, qué mierda —susurró Juanjo entre risas, llamando la atención de algunos.
—¿Tienes algún problema? —se giró María, fulminándolo con la mirada.
—¿Qué? —preguntó Juanjo, levantando la cabeza con inocencia fingida.
—Juanjo, ¿lo que tienes que decir es relevante para la clase? —intervino Manu, ya molesto—. ¿O prefieres hablarlo con la directora?
—Es solo que... —comenzó Juanjo, con una sonrisa socarrona—. Estoy impresionado por la forma en que María lee.
—¿Ya terminaste de reírte? —respondió ella, mordaz.
—Por una vez que te hago un cumplido —dijo Juanjo con sarcasmo, alzando las manos en señal de paz.
Martin se sentía incómodo, deseando poder intervenir, pero su ceguera lo hacía sentir impotente. Si tan solo pudiera ver, se levantaría para defender a su hermana.
—Si eres tan bueno, ¿por qué no lo lees tú? —retó María, cruzando los brazos.
—Sí, te escuchamos —añadió Manu, decidido a ver qué tenía que ofrecer Juanjo.
Con confianza, Juanjo se levantó de su asiento y comenzó a recitar sin siquiera abrir su libro.
—"Es un pequeño valle de espadas de luz..." —su voz llenaba el aula mientras caminaba pausadamente—. "Un joven soldado, boca abierta, cabeza descubierta, la nuca bañada en el fresco berro azul..." —la cadencia de su voz tenía una extraña mezcla de dulzura y fuerza que capturó la atención de todos, incluido Martin—. "Duerme. Yace en la hierba, pálido bajo el desnudo cielo..." —hizo una pausa antes de regresar a su asiento, dejando un profundo silencio a su paso.
Martin, impresionado, murmuró a María:
—Es hermoso cómo lee, ¿no?
María, aún desconcertada, no respondió. La reputación de Juanjo como bravucón se desvanecía por un momento, ya que nadie esperaba esa interpretación tan apasionada de él.
Cuando la clase terminó, María guió a Martin por los pasillos.
—Te prometo que solo serán dos segundos —le dijo, mientras lo colocaba en un lugar donde no estorbara.
—No te preocupes, estaré bien —le respondió Martín.
—¿Seguro? —María siempre temía dejar solo a su hermano, especialmente en ese entorno.
—Sí, tranquila —le aseguró Martin—. No es gran cosa.
—Está bien, no tardo. —María lo acomodó suavemente antes de irse.
En ese momento, Juanjo doblaba la esquina con su chaqueta de cuero negra al hombro. Al ver a Martin solo, se detuvo y agitó la mano frente a su rostro, como si probara si realmente no podía ver a través de su vendaje. Martín, nervioso por la presencia de alguien desconocido, rompió el silencio.
—¿Quién eres? No veo nada, pero puedo sentir cuando hay alguien cerca.
—Me aseguraba de que no pudieras ver nada —respondió Juanjo con tono burlón.
—Sí, claro. Llevo esto solo para llamar la atención —dijo Martin, con un tono sarcástico.
—Nunca se sabe —dijo Juanjo encogiéndose de hombros.
—¿Quién eres? —insistió Martin, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo.
—El imbécil —respondió Juanjo, dejando claro que había escuchado lo que María había dicho en clase.
Martín intentó no dejarse intimidar.
—¿Eres el chico nuevo?
—Sí.
—¿Tu plan es parecer un idiota? —replicó Martín, sorprendiéndose a sí mismo por su atrevimiento.
Juanjo, sorprendido por el comentario, esbozó una sonrisa sarcástica.
—Cuidado, tienes el cierre abierto —dijo, alejándose mientras dejaba a Martin confundido.
Martin, por reflejo, revisó su pantalón y maldijo por lo bajo.
—Maldito idiota... —murmuró para sí mismo.
En ese momento, María regresó, notando desde lejos que Juanjo había estado cerca de su hermano.
—¿Todo bien? —preguntó mientras lo tomaba del codo para guiarlo.
—Sí, vámonos —contestó Martin, aún procesando el encuentro.
ESTÁS LEYENDO
Nuestra medicina
RomanceEn un mundo donde las cicatrices emocionales y los secretos del pasado amenazan con sofocar cualquier atisbo de felicidad, Martín Urrutia y Juanjo Bona se encuentran en una encrucijada crucial en sus vidas. Ambos han enfrentado desafíos que los han...