17. La sombra de lo inesperado

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*Martin*

Un nuevo día comenzaba en la vida de Martin, otro más en el que sus ojos seguían cubiertos por parches. Jurado, como de costumbre, había llegado temprano para ayudarlo a vestirse. No había un solo día en el que su amigo no estuviera ahí, siempre dispuesto a echarle una mano.

—Venga, dame tu pie, voy a ponerte los zapatos —dijo Jurado con su tono habitual de complicidad.

—No, tranquilo, puedo hacerlo —respondió Martin con una determinación inesperada.

Jurado recordó la conversación que había tenido con María la noche anterior, cuando ella le había contado lo que sucedió con Juanjo y la charla que mantuvo con Martin. Ambos habían decidido darle más espacio a Martin para que pudiera ser más independiente.

—¿Seguro? —preguntó Jurado, buscando confirmar si Martin realmente estaba listo para intentarlo solo.

—Sí —respondió Martin con una pequeña sonrisa—. No te preocupes, puedo hacerlo.

—Está bien —dijo Jurado, un poco más relajado—. Te estás poniendo los tenis blancos, y el zapato derecho está justo aquí. —Con delicadeza, guió la mano de Martin hacia el calzado.

—Bien —dijo Martin mientras se concentraba en la tarea.

—Voy a ver si María y Erick están listos para irnos —dijo Jurado mientras se levantaba del sillón.

—Jurado... —Martin lo detuvo por un segundo—. ¿Puedes llamar a mi mamá? Tiene que cambiarme los parches.

—Claro, le aviso —respondió Jurado, saliendo del cuarto sin demoras.

Martin terminó de ponerse los tenis, satisfecho de haberlo logrado por su cuenta. No era una tarea difícil, pero para él representaba un pequeño triunfo. Frotó nerviosamente sus manos contra los pantalones, sabiendo lo que venía: quitarse los parches siempre era un momento cargado de expectativas. Todos los días, al hacerlo, esperaba ver algo, cualquier señal de luz.

Sin darse cuenta, Rebeca, su madre, había estado observando desde la puerta. La preocupación se reflejaba en sus ojos, pero se mantuvo en silencio, respetando el proceso de su hijo. Ver a Martin luchar así la llenaba de angustia, pero también de admiración. Ella deseaba que volviera a ver el mundo, el arte que tanto amaba, la naturaleza que tanto lo inspiraba. Y especialmente, que volviera a caminar por la orilla del mar, cámara en mano, capturando todo lo que sus ojos consideraban arte.

—¿Ya te quitaste las vendas? —preguntó Rebeca con una calma fingida, intentando disimular su ansiedad.

—Sí, ya lo hice —respondió Martin, intentando esconder la tristeza en su voz.

—¿Estás listo? —preguntó ella con suavidad, sabiendo lo doloroso que era limpiar las heridas de los ojos.

—Hazlo —dijo Martin mientras se acomodaba, resignado al proceso.

*

*

*

Al llegar al instituto, Martin sintió una urgencia abrumadora de ir al baño. Desde que había perdido la vista, estas necesidades se habían vuelto complicadas. Desabrocharse el cinturón y bajarse los pantalones era una tarea ardua cuando no podía ver lo que hacía.

—Mierda... —murmuró frustrado—. Esto no puede estar pasándome...

Para su desgracia, Juanjo estaba en el mismo baño y lo había escuchado.

—¿Estás bien? —preguntó Juanjo, acercándose con cautela.

—Sí, estoy bien —respondió Martin rápidamente, deseando que Juanjo se fuera. La última persona que quería que lo viera en esa situación era él—. Vete a clase, te veré allí.

—No puedo dejarte solo, parece que necesitas ayuda —dijo Juanjo, notando la incomodidad de la situación.

—Dije que te vayas —replicó Martin, molesto, pero Juanjo sabía que algo andaba mal.

—Ok, nos vemos —respondió Juanjo, pero en lugar de irse, fingió salir del baño. Se quedó cerca, observando a Martin desde la distancia, queriendo asegurarse de que estuviera bien.

Cuando Martin creyó estar solo, salió del cubículo, y fue entonces cuando Juanjo no pudo evitar soltar una risa.

—¿Te orinaste encima? —bromeó Juanjo con una sonrisa maliciosa.

—Mierda... —dijo Martin, resignado—. No es para tanto.

—Abuelo, te prometo que no es el fin del mundo —comenzó a decir Juanjo, intentando aliviar la tensión.

—Ya está bien, cállate. No es gracioso —dijo Martin, sintiendo que la humillación del día solo iba en aumento.

—Hombre, en serio, no es para tanto —replicó Juanjo, intentando tranquilizarlo—. A cualquiera le podría pasar.

—Voy a parecer un idiota —dijo Martin, frustrado.

—No lo entiendo... ¿por qué no orinaste sentado? —preguntó Juanjo, sin pensar en las implicaciones de su pregunta.

—¡Porque no me ves! —exclamó Martin con furia—. ¡Estoy ciego, y además estos baños son asquerosos, apestan!

—Bueno, no hay mucha diferencia ahora —respondió Juanjo, tratando de hacer una broma, aunque claramente no era el momento adecuado.

—No sé qué pasó... —Martin suspiró, apoyando las manos en el fregadero—. Normalmente consigo hacer esto solo.

—No se nota tanto —mintió Juanjo, queriendo consolarlo—. No te preocupes por eso.

—Sé que solo intentas hacerme sentir mejor —dijo Martin, más resignado que molesto—. Pero puedo sentirlo.

—Todo está bien, de verdad. No es gran cosa —respondió Juanjo, acercándose un poco más—. No vas a quedarte aquí hasta que se seque. Vamos, no es para tanto.

Martin bajó la cabeza, agotado emocionalmente. Ya no podía contenerlo más. Comenzó a llorar, su frustración lo invadió. Esto no habría pasado si no hubiera ido a esa maldita playa, si no hubiera tenido ese tonto accidente.

—Hey —dijo Juanjo, notando las lágrimas de Martin—. ¿Qué pasa?

Sin pensarlo dos veces, Juanjo se acercó y lo tomó del brazo, apretándolo con fuerza, transmitiendo su apoyo.

—No estás solo, ¿ok? —dijo Juanjo en un tono más suave, mientras lo miraba directamente—. Estoy aquí.

En ese momento, Martin, por primera vez, sintió que no todo estaba perdido.

Nuestra medicinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora