37. Una luz en la oscuridad

127 10 0
                                    

Por la noche, Martin se encontraba en su habitación, abrazando un cojín mientras escuchaba su canción favorita: God Only Knows de The Beach Boys. La melodía flotaba en el aire, y con cada nota, su mente lo transportaba de regreso a la sala de su casa, a ese momento con Juanjo que no podía dejar de pensar. La oscuridad de su cuarto le brindaba un refugio, un espacio donde podía dejarse llevar por sus pensamientos sin interrupciones. Aunque sus ojos apenas distinguían formas y sombras, había algo claro en su corazón: aquel encuentro con Juanjo había dejado una huella profunda.

Mientras tanto, Rebeca irrumpió en su cuarto, interrumpiendo sus pensamientos.

—Cariño, he lavado tu jersey azul —dijo ella, encendiendo las luces del cuarto sin previo aviso.

Martin, aún no acostumbrado a la luz, cerró los ojos con fuerza, molesto por el repentino destello. A pesar de que su vista estaba mejorando, el cambio brusco le causaba dolor, y no pudo evitar hacer una mueca.

—¡Martin! —exclamó Rebeca, notando su reacción—. ¿Has notado alguna diferencia cuando encendí la luz?

Martin intentó mentir, pero sus nervios lo traicionaron.

—¿Eh? No, no... —murmuró, aunque no convenció a nadie.

Rebeca, siempre atenta, no se dejó engañar. Su emoción era palpable. Se apresuró a apagar y encender las luces nuevamente, sin dejar de observar la reacción de Martin. Esta vez, su hijo no pudo ocultar más la verdad. El cambio de luz afectaba sus ojos de una forma que solo alguien que veía lo experimentaría.

—Es inútil, mamá —admitió finalmente, dejando escapar un suspiro de resignación—. Esta mañana, cuando me llevaste al hospital, vi a un oftalmólogo...

Rebeca, expectante, se sentó rápidamente en la cama, casi conteniendo el aliento.

—¿Y qué te dijo? —preguntó con voz temblorosa, llena de emoción.

—Que estoy empezando a sanar —respondió Martin, dejando que una pequeña sonrisa apareciera en sus labios.

El alivio y la alegría invadieron a Rebeca. No podía contener su felicidad. Abrazó a Martin con fuerza, casi ahogándolo en un gesto de puro amor.

—¡Es una noticia increíble! —dijo ella mientras acariciaba el rostro de su hijo—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?

Martin se encogió de hombros, con una sonrisa algo tímida.

—No quería emocionarme antes de tiempo. Quería estar seguro.

Rebeca se levantó de un salto, llena de entusiasmo.

—¡Tenemos que contárselo a todos! ¡Vamos a hacer una fiesta! —exclamó, su tono lleno de energía.

Martin soltó una pequeña carcajada, conmovido por la emoción de su madre.

—No, mamá, por favor... —pidió con un toque de nerviosismo.

—¿Por qué no? —Rebeca esperaba una reacción diferente, quizás más entusiasmo por parte de Martin.

Él se rascó la cabeza, buscando las palabras adecuadas.

—No estoy listo aún. No quiero que todo cambie de repente... No quiero que las personas dejen de ser tan amables conmigo —admitió, encogiéndose de hombros.

Rebeca lo miró con ternura, acariciándole el cabello.

—Nadie va a tratarte diferente, Martin. Siempre vamos a estar aquí para ti —le aseguró.

—Lo sé, pero... tengo miedo de que, cuando recupere la independencia, algunas personas cambien conmigo —dijo, con la voz apagada. Sabía que no hablaba solo de cualquiera. Era obvio para ambos a quién se refería.

—¿Te refieres a Juanjo? —preguntó Rebeca, con una sonrisa cómplice.

Martin, algo avergonzado, asintió.

—Sí, por ejemplo. ¿Te parece una tontería?

—No, en absoluto —dijo ella, suavizando sus palabras con una caricia en la mejilla de Martin—. Lo entiendo.

Martin se quedó en silencio por un momento, antes de hacerle una última petición a su madre.

—¿Podemos guardarlo entre nosotros por ahora? No quiero decirle a nadie... aún.

Rebeca suspiró, pero asintió con comprensión.

—De acuerdo, lo guardaremos en secreto —prometió, aunque sabía que sería difícil no compartir la alegría que sentía.

*

*

*

A la mañana siguiente, Martin estaba en el instituto, caminando con su bastón blanco en mano, como lo había hecho desde que Juanjo se lo habia regalado y enseñado a usar. Aunque su vista comenzaba a mejorar, seguía fingiendo que no veía nada. Aún no se sentía preparado para afrontar el cambio, ni quería que los demás lo trataran de manera diferente. Especialmente Juanjo.

Al llegar a la banca donde solían reunirse, notó que Juanjo ya lo estaba esperando, sentado tranquilamente con una sonrisa en el rostro.

—Te encontré —dijo Martin con tono divertido, levantando el bastón como si realmente lo hubiese necesitado para ubicar a su amigo.

Juanjo se rió, claramente entretenido.

—¿Estás bromeando? Es imposible. Estás ciego, ¿cómo ibas a saber dónde estaba? —dijo, con una sonrisa traviesa.

Martin esbozó una sonrisa mientras se sentaba junto a él.

—Desarrollé un sexto sentido. O quizás... es porque tú y yo... estamos conectados —dijo nerviosamente, tratando de no sonar demasiado directo, aunque su corazón palpitaba con fuerza.

La frase sorprendió a Juanjo, quien, por un instante, pareció sonrojarse. No supo cómo responder a esas palabras que, aunque disfrazadas de broma, escondían algo mucho más profundo. Ambos rieron nerviosos, compartiendo un momento de silenciosa complicidad antes de que Juanjo lo ayudara a levantarse para dirigirse juntos al salón de clases.

En el camino, mientras caminaban uno al lado del otro, Martin no pudo evitar sentirse más tranquilo estando junto a él. A pesar de las dudas y el miedo al cambio, había algo en la presencia de Juanjo que lo hacía sentir que, pase lo que pase, todo estaría bien.

El día apenas comenzaba, pero en ese pequeño instante, Martin sintió que la luz que estaba volviendo a sus ojos también empezaba a iluminar su corazón.

Nuestra medicinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora