Juanjo y Martin caminaron hacia un parque cercano a la escuela de Javier, el hermano pequeño de Juanjo. Martin no sabía que estaban cerca de la escuela ni que estaba a punto de conocer a alguien muy importante para Juanjo.
—Tienes que sujetar el bastón por la parte de arriba —indicó Juanjo, quien había investigado a fondo cómo enseñarle a Martin a usar su bastón.
—Sí —respondió Martin, sorprendido por el interés genuino que Juanjo mostraba por su bienestar y la paciencia que tenía con él.
—Aquí, dame tu mano —Juanjo tomó la mano de Martin para entregarle el bastón—. Ahí lo tienes.
Juanjo miraba los ojos de Martin, que aún seguían siendo hipnotizantes a pesar de su condición. Eran los ojos más bonitos que había visto en su vida. Esos ojos verdes o azul grisaseo en los cuales se puede ver un brillo, un brillo misterioso, su mirada es intensa.
—Está bien, hay un mango aquí —explicó Juanjo con entusiasmo—. Y esa goma es para sentir lo que está en el suelo, ¿la sientes?
—Sí, lo siento —respondió Martin—. No sabía que había algo así. ¡Qué inteligente!
—Bueno, no te traje cualquier cosa —dijo Juanjo con una sonrisa orgullosa—. Le hice algunas mejoras para que tenga tu estilo. Vamos, intenta desplegar el bastón por tu cuenta.
Martin lo intentó, y para su sorpresa, lo logró rápidamente gracias a las explicaciones claras de Juanjo.
—¡Wow! —exclamó Juanjo—. Eres todo un maestro en esto, lo hiciste perfecto al primer intento. Ahora intenta caminar, deslízalo de un lado a otro para asegurarte de que no haya obstáculos.
—¿Estás seguro de que no hay nadie enfrente? —preguntó Martin, nervioso por la posibilidad de golpear a alguien.
—Bueno... hay algunas personas, pero ese es el punto. Tienes que arreglártelas solo —le animó Juanjo, intentando quitarle el miedo—. Y, si te ven, créeme, se apartarán. Especialmente cuando te vean esa cara.
El comentario de Juanjo hizo que Martin se tensara un poco, pero rápidamente soltó una risa nerviosa.
—Vamos, estoy bromeando —dijo Juanjo con un toque de ternura en su voz.
Martin respiró hondo, alzó el bastón como si fuera una espada y comenzó a moverlo de izquierda a derecha, algo exageradamente.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Juanjo, divertido por la escena.
—No lo sé —admitió Martin—. Pensé que estaba haciendo lo que me dijiste.
—Esto no es esgrima —rió Juanjo—. Tienes que "afeitar" el suelo, como si estuvieras barriendo. Así.
Juanjo se acercó a Martin, tomando su mano nuevamente para guiarlo con más precisión. Al hacerlo, ambos sintieron una especie de conexión, una chispa en el contacto que no habían experimentado antes.
—Ahí lo tienes —dijo Juanjo suavemente, casi susurrando.
Martin no quería que soltara su mano. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía completamente en paz.
—El movimiento es como si estuvieras buscando un tesoro con un detector de metales —continuó Juanjo, ayudándolo a perfeccionar la técnica.
Ambos empezaron a caminar lentamente. Los pasos de Martin eran cortos pero firmes, y aunque aún titubeaba, había una sensación de seguridad en el ambiente.
—Te estás encorvando un poco. Ponte derecho —Juanjo aprovechó el momento para tocar la espalda y el pecho de Martin, algo que nunca había hecho antes con tanta cercanía—. Pareces un anciano, te vas a lastimar la espalda.
—Está bien, está bien —respondió Martin, sacudiendo su cuerpo para relajarse—. ¿Ahora eres un experto en bastones para ciegos?
—Por supuesto —dijo Juanjo con una risa—. No tienes idea de cuántos tutoriales vi para ayudarte.
—¿Tutoriales? —preguntó Martin sorprendido, aunque rápidamente comprendió lo que eso significaba—. ¿Todo esto lo hiciste por mí?
Juanjo se sonrojó un poco, algo que no solía pasarle a menudo, y rápidamente cambió de tema.
—Vamos, sigue adelante. Asegúrate de que no haya peligro. Estoy aquí, justo detrás de ti. No te preocupes.
—Admito que contigo me preocupo un poco —bromeó Martin, aunque lo que realmente le había desconcentrado fue saber que Juanjo se había esforzado tanto por él.
—Confía en mí, ¿de acuerdo? —dijo Juanjo, acercándose un poco más.
Martin asintió, aunque por dentro sentía mariposas revoloteando en su estómago. Todo lo que Juanjo hacía lo dejaba nervioso de una manera que no comprendía del todo.
—No tengas miedo —continuó Juanjo, mostrando una sonrisa enorme—. ¡Lo estás haciendo genial!
Martin no podía creerlo. Había logrado algo que nunca pensó que pudiera hacer tan pronto. Se sentía capaz, fuerte. Y, sobre todo, feliz.
—Unos cuantos pasos más y pasaremos al siguiente nivel —dijo Juanjo, mirando su reloj de reojo—. Pero ahora... te quiero presentar a alguien muy especial para mí.
Martin se detuvo en seco. No sabía a quién se refería Juanjo, y eso lo puso nervioso.
—¿A quién? —preguntó Martin, con cierta inquietud en la voz.
—Ya lo verás —dijo Juanjo misteriosamente, mientras lo guiaba hacia la escuela de su hermano, Javier.
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Nuestra medicina
RomanceEn un mundo donde las cicatrices emocionales y los secretos del pasado amenazan con sofocar cualquier atisbo de felicidad, Martín Urrutia y Juanjo Bona se encuentran en una encrucijada crucial en sus vidas. Ambos han enfrentado desafíos que los han...