Llamas de guerra

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Todos los edificios del Huerto de las Flores estaban situados en el valle rodeado por tres lados de montañas. El cuarto lado daba a la colina con el pequeño bungalow, donde Shi Jin solía vivir, y en el otro lado estaba el parque abandonado y el camino. Con todo, este lugar estaba muy bien escondido.

El huerto estaba conectado al mundo exterior por las cuatro puertas, cada una de ellas orientada en una dirección cardinal. La segunda puerta estaba situada al este, entre dos montañas, y era lo suficientemente ancha para que dos camiones pasaran uno al lado del otro. Cuando Shi Jin llegó, las puertas de hierro estaban abiertas de par en par y más de una docena de grandes camiones estaban aparcados en la espaciosa zona que tenían delante.

Guardó el mapa y miró al otro lado de la puerta, hacia la ladera de la montaña. No es sorprendente que viera dos puestos de centinela allí, uno a cada lado de la entrada.

—Pequeño JinJin, ¿qué estás mirando? —Gua Er apareció de la nada, usando el tablero que sostenía para bloquear completamente la vista de Shi Jin.

Shi Jin lo miró y señaló la ladera de la montaña, sin tratar de ocultar lo que vio:

—Hace un momento, Gua San me dijo que somos hombres de negocios honestos, pero ¿construirían hombres de negocios honestos un lugar tan fácil de defender, pero difícil de atacar, y pondrían guardias a ambos lados de la entrada, e incluso equiparían a sus empleados con armas?

Gua Er levantó las cejas y se rio, mostrando sus blancos dientes.

—La situación nos obligó a hacer esto. Estamos demasiado cerca de la frontera, esta zona no es del todo segura.

«Situación, mi culo».

Shi Jin puso los ojos en blanco pero no dijo nada, sabiendo que aún no se había ganado la confianza de la gente de aquí. Cambió el tema:

—¿Qué es esa cosa en tu mano?

—Es el tablero de anuncios de nuestro huerto —respondió Gua Er, moviéndose hacia el camión más cercano y sujetando el tablero. Se giró hacia Shi Jin y dijo—: Bueno, ¿no es llamativo? Fui yo quien ideó este método. Increíble, ¿verdad?

¿No ha estado la gente anunciando cosas así desde hace tiempo?

Shi Jin se tragó esas palabras y preguntó:

—¿Cuándo nos vamos? ¿Y dónde estamos entregando estas frutas?

—Los niños buenos no deberían ser demasiado curiosos. —Gua Er se acercó, puso su brazo alrededor del hombro de Shi Jin y dijo con una sonrisa—: Sólo tienes que seguirme, no te preocupes por hacer nada más.

Shi Jin sacudió su mano y no hizo más preguntas.

—Bien, pequeño «número dos1» —dijo con seriedad

Gua Er se abrió paso hacia él. ¿Era esta la forma de Shi Jin de vengarse de él porque lo llamaba «Pequeño JinJin»? Después de estar aturdido por un momento, estalló en risa y juguetonamente golpeó a Shi Jin en el hombro, diciendo con una cara encantada:

—Eres tan lindo, no como un joven amo malcriado, ¡me gustas!

Shi Jin levantó una pierna para patearlo y se negó a hablarle de nuevo.

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