CAPÍTULO 20

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Cole Makris

Venga, tío, no la cagues.

Por alguna extraña razón, esa mañana me desperté pensando en Lena. Y no en ella en general, sino que en una idea específica que mi mente había ideado inconscientemente.

Invitarla a una cita.

O, bueno, al menos para mí lo era. Tenía una sensación extraña en el cuerpo, al principio pensé que me estaba muriendo, pero no. Mi querido amigo Alessandro me dijo que eran nervios, qué gracioso.

Ni siquiera sabía cómo había sido capaz de planteárselo. Honestamente, no pensé que ella llegaría siquiera a escuchar el teléfono. Pero no colgué —más porque estaba tan alterado que mis manos ni siquiera me permitía agarrar el móvil con las manos, y menos colgar, que por no querer hacerlo —, y al final descolgó.

—¿Estás nervioso, Cole? —se la escuchaba divertida por la situación. Irónico, porque yo me estaba cagando en todo.

Y joder, cómo no estarlo. Conociendo a Lena, me mandaría a la mierda en dos segundos. Creo que prefería la época en la que no nos soportábamos que esa, en la que nos llevábamos medianamente bien e intentábamos, por todos los medios, ignorar la enorme tensión entre nosotros que iba en ascenso cada día.

Sí, me era mucho más fácil controlarme cuando nos odiábamos.

Había algo en ella que me ponía nervioso. Siendo sincero, gran parte de ese nerviosismo se debía a lo atractiva que me resultaba Lena. Era innegable lo agradable que resultaba a la vista, empezando desde su pelo rubio ligeramente ondulado, su mirada oceánica, su nariz respingada, labios carnosos, las sexys pero delicadas curvas de su cintura... y no terminando nunca.

Es preocupante lo obsesionado que estás.

Pero gran parte de ese nerviosismo y agitación también se debía a algo más, algo interno. Y es que no podía negar que me encantaba que me siguiera las bromas y me las devolviera, o que no tuviera miedo a desafiarme a mí o a cualquiera para defender su opinión.

No llamaría sentimientos a las reacciones que me generaba ella exactamente. Era demasiado pronto para sentir nada por Lena, y no lo sentía. Apenas habían pasado tres meses desde que nos conocimos, y tampoco es que hubiese habido ningún tipo de contacto para confirmar o desmentir que me gustaba. Así que el por qué de toda esa obsesión seguía siendo una pregunta sin respuesta.

Tal vez por eso, desde que habíamos vuelto del viaje me había portado muy bien con ella —no exageradamente mejor de lo mínimo que se merecía —, llevándola a casa desde el aeropuerto, conduciendo su moto —que, por cierto, era una pasada —para que no tuviera que ir a buscarla, dejándole un café y algún que otro detalle todos los días en su oficina antes de irme, mandándole mensajes, etc.

En conclusión, Lena era preciosa de la hostia. Por fuera y por dentro, y había aceptado cenar conmigo. No era nada súper formal ni nada de eso, pero sentía la presión de que todo tenía que salir mi mente lo había plasmado.

Tenía entendido que Len tenía que estudiar para los exámenes finales —yo ya los había terminado, así que estaba libre —, por lo que le dije que le recogería a una hora más o menos temprana, para que no volviese tarde a casa y no estuviese cansada.

—Joder, tío. Viéndote así, hasta yo querría que me comieras toda la boca.

—Seguro que Amalia estaría muy feliz con eso, Aless.

Mi mejor amigo solo se rió y volvió al salón de mi casa. Vivíamos pegados, pero siempre terminábamos pasando el rato en la misma casa, que normalmente era la mía.

Amor de Aguas GriegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora