CAPÍTULO 19

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Me despertó el ruido sordo de mi móvil cayéndose —por culpa de la vibración de una llamada entrante —desde la mesilla hasta el suelo. Apoyé mi espalda en el acolchado cabecero de mi cama, y me permití a mí misma unos segundos para mirar alrededor antes de descolgar.

Mi habitación estaba recién ordenada —la había ordenado unos días atrás para distraerme y descargar el estrés —. Era de estilo clásico pero costero, con colores blancos y azules marinos. Posé mis ojos sobre todo el lugar, haciendo una especie de panorámica mental; Al entrar, lo primero que veías al frente era el enorme ventanal adornado con cortinas azules que terminaba medio metro por encima del suelo, dejando espacio para un banco empotrado en la pared, también decorado con cojines de los mismos tonos.

En la pared derecha de la puerta, se encontraba el escritorio —ahora revuelto por la época de estudio —, combinado con una silla azul marino, cuyo respaldo imitaba la forma de una concha.

Y en la pared izquierda —que se encontraba a unos tres o cuatro metros de la puerta —resaltaba la cama matrimonial que había comprado nada más mudarme. La ropa de cama era de color blanco —al igual que el cabecero —y los cojines eran de distintos estampados, todos del mismo color que la alfombra estilo persa a pie de cama que ocupaba gran parte del lugar, blanca y azul oscura, con toques ocre.

Parpadeé varias veces para volver al mundo real, ese en donde seguía teniendo una llamada entrante. Entorné los ojos al ver quien era —el mismo pesado que me había estado escribiendo y dejando detalles todos los días —y descolgué la dichosa llamada.

—¿Tan insoportable soy como para que me tengas en ascuas cinco minutos? —por su tono de voz, supe de inmediato que no se había molestado.

—No te imaginas cuánto —salí de la cama y empecé a seleccionar mi atuendo para ese día, ya que tenía una cita con mi psicóloga—¿Tan loco estás por mí como para esperar cinco minutos a que descuelgue?

—No te imaginas cuánto.

Me quedé paralizada un instante por la sorpresa. Sabía que Cole lo había dicho de broma, pero no sabía cuánta verdad y cuánta broma había en esa confesión.

Durante las semanas siguientes del viaje una extraña tensión se había apoderado de nosotros. Era como si no pudiéramos estar en la misma habitación ni un minuto sin sentirnos incómodos, pero esa incomodidad se sentía muy diferente a la tensión que solía haber entre nosotros cuando nos conocimos, cargada de odio.

Esta tensión estaba más cargada de... no sabía de qué, pero no era agradable sentir la piel cosquilleando cada vez que él se acercaba a menos de dos metros. Sorprendentemente, Cole me agradaba —no pensaba decírselo —y si, era consciente de que era muy atractivo con su aire despreocupado y juvenil, pero no, gracias.

—Bueno, ¿Qué querías? —corté mis pensamientos de raíz.

—Ah, sí —se aclaró la garganta —. Quería saber si estás libre hoy por la noche —silencio —. Tranquila, no soy un asesino en serie, solo me he despertado con un plan en la mente, y creo que te gustaría mucho.

Un momento, ¿era solo yo, que seguía medio dormida, o, Cole, el mi ego es más grande que el de un dios griego, estaba nervioso? Imposible. Tenía que hacerle sufrir al menos un poco, no sabía cuándo se me presentaría otra oportunidad como esta.

—¿Y por qué no llevas a cabo ese plan con alguien más? Seguro que a cualquier otra persona le hará ilusión.

Cole bufó, como diciendo que no estaba entendiendo su idea. Y no, no lo estaba haciendo. No del todo.

—Porque no quiero invitar a cualquier otra persona, Lena. Quiero invitarte a tí, por eso ha sido lo primero que se me ha venido a la mente al despertar.

Vale, más bien me estaba haciendo sufrir a mí. Cole 1864 — Lena 0. Pero no me iba a engañar, no tenía ningún plan para esa noche —puesto que la que venía era la gala de inauguración de los nuevos aparthoteles que habíamos ideado, y no podía salir —Y un poco de compañía no me vendría mal.

—¿Y bien?

—Está bien, tú ganas. Soy toda tuya esta noche.

Agradecí internamente que estuviéramos hablando por teléfono, porque si no podría ver perfectamente mis mejillas teñidas de rosa, al darme cuenta de las segundas intenciones —no dichas intencionadamente —que podría tener esa última frase.

—Genial. Pasaré a buscarte sobre las ocho, ¿te viene bien?

—Sí, pero pensaba ir en moto a donde fuera.

—Si no te importa, prefiero que sea una sorpresa. Pero la decisión es tuya, claramente.

—¿A las ocho entonces?

Cole soltó una carcajada que relajó considerablemente el ambiente —ya de por sí relajado.

—Exacto.

—Bien —me disponía a colgar, pero me pareció demasiado cruel, más aún viendo que le había dado una chispa de emoción a mi día —. Gracias.

Pude visualizar la maravillosa sonrisa que le iluminó la cara, resaltando su hoyuelo.

—Nos vemos esta noche, Len.

Colgué. Después hice la cama y me miré al espejo para comprobar mi elección de ropa, encontrándome con una estúpida sonrisa pintándome la cara.

***

—¿Y bien?

Me había quedado lívida. Tomé respiraciones profundas e intenté centrarme en un punto fijo de la habitación, que había empezado a dar vueltas a mi alrededor.

Frente a mí, al otro lado del escritorio, se encontraba mi psicóloga, mirándome con ojos atentos, a la espera de mi respuesta.

Pero ya apenas recordaba lo que me había preguntado exactamente, sólo lo mal que me había sentado.

—P...perdona, ¿puedes repetirlo?

—Claro. Te he preguntado si te sientes preparada para hacer una pequeña visita a Palka, tu ciudad natal. Considero que, al ritmo que has avanzado, esta última visita te ayudaría mucho a cerrar la herida de una vez por todas. ¿Qué opinas?

Claro que no estaba preparada, ni por asomo. Tenía razón en eso de que había mejorado un poco, pero era un progreso insignificante. Los ataques de pánico habían disminuido considerablemente, aunque mantenía mis pesadillas un par de veces por semana.

Ir a Palka ahora mismo era lo último que me apetecía, por mucho que la época navideña no coincidiera para nada con la época en la que se dio el accidente, que fue a principios de verano.

Pero estaba harta de esta situación, y quería ponerle punto y final. Si una profesional me aseguraba que ir me ayudaría —en ese momento lo veía bastante dudoso, pero bueno —lo más razonable era hacerle caso.

La investigadora seguía sin tener idea de nada, y yo ya me estaba empezando a impacientar con ella. Incluso había empezado a preguntarme cosas que poco tenían que ver con el accidente. Como por ejemplo aquella vez que me preguntó sobre mi infancia, y yo le respondí que había tenido un mejor amigo de pequeña con el que estaba muy unida, pero que se tuvo que mudar a los pocos años y perdimos el contacto.

—Bueno, no sé. Si tú dices que me ayudará, será cierto, ¿verdad?

—Así lo creo yo, pero lo cierto es que cada persona reacciona de forma distinta. Supongo que no lo sabremos hasta intentarlo.

Solté el aire que no sabía que estaba reteniendo.

—De acuerdo. Pero antes me gustaría consultar todo esto con mi investigadora, para ver que opina. Si me da luz verde, lo haré.

Nunca antes había deseado tanto que alguien no me dejara hacer algo.

Me despedí formalmente y salí pitando del lugar, con lágrimas en los ojos. No le quería dar vueltas al tema, y en cierto modo acordarme de la sorpresa que tenía preparada Cole me ayudó a tranquilizarme un poco.

Y, al tiempo que me subía a la moto rumbo a casa, me pregunté en qué momento mi día había pasado de despertarme con uña sonrisa tonta a escaparme llorando de una clínica.

***
ig: nago222_

Amor de Aguas GriegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora