CAPÍTULO 8

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—Pero tú, ¡¿Quién te crees que eres?! —vociferó al instante en el que clavó sus ojos en mí. De no ser por mi enfado hacia él, me hubiese asustado al ver sus ojos llenos de ira.

—¡¿Yo?! ¡No soy yo la que te ha lanzado escaleras abajo! —contraataqué.

—¡Ha sido solo un escalón! Además, ¡tú me has lanzado una botella de cristal!

Solté un bufido, como si una botella rota en su espalda se pudiese comparar con caerse de culo de un escalón.

Creo que la botella es peor.

A callar.

—Como sea, no tengo tiempo para discutir con gente como tú.

No llevaba ni tres conversaciones con este hombre y ya me estaba hartando de discutir con él. Era como si todo en él me causase rechazo y enfado, odio, por alguna razón aparente. Y viceversa, claro. Aún así, traté de calmarme y bajar la voz, no iba a solucionar nada gritando.

—¿Gente como yo? —soltó un resoplido, cansado de la discusión —. O simplemente te pica el hecho de que alguien como yo te haya rechazado.

—No me has rechazado, yo no quiero nada tuyo.

A todo esto, nos había rodeado una masa de gente cotilla que quería enterarse de lo que pasaba, pero, el resto de la fiesta, seguía igual.

—Ya, claro.

—¡Es la verdad! Ni siquiera me pareces mínimamente guapo.

Eso no era del todo cierto, pero con lo mal que me caía se le iba todo lo bueno físicamente.

—¿Ah, no? En ese caso, puedes ir yéndote de esta fiesta

—No tienes derecho a echarme.

—Lo tengo, si el que ha organizado la fiesta soy yo.

Vale, eso sí que me había dejado en shock. Podía haberme imaginado mil respuestas pero, ¿Que la fiesta fuese suya? Jamás. Eso significaba que...

Si, la casa es suya.

Bueno, creo que es hora de irme.

—Como sea, a nadie le importa, la fiesta es un muermo.

—Mientes fatal —ahora se le veía enfadado, pero también divertido por haber insinuado que su fiesta era aburrida —. Pero si te vas, nadie te echará en falta.

Me giré, no pensaba seguir así, parecíamos niños de tres años. Afortunadamente, Amalia se había acercado, desconcertada, de modo que no tenía que estar buscándola por toda la casa.

—Vamos —apresuré, al tiempo en el que la agarraba de la mano para dirigirme a la salida.

No se me pasó por alto el detalle de que había venido junto con Alessandro. Pero eso no era una conversación que tendríamos en esos momentos.

Bueno, al menos una de las dos se lo pasaba bien.

Antes de salir por la puerta, por puro impulso, agarre una pelota que había a un lado de la entrada al jardín y me giré a donde estaba discutiendo segundos atrás.

No era un acto muy maduro por mi parte, pero la madurez había abandonado hace rato  mi ser.

Sin mediar palabra, la lancé, y, sin ver a dónde se dirigía, salí por la puerta casi corriendo. Lo último que oímos fue el murmullo de la gente, probablemente pensando que estoy loca.

***

La cabeza me daba vueltas. Mis ojos dolían con la luz, tenía todos los músculos de mi cuerpo doloridos, las tripas revueltas y mi pelo olía fatal.

Amor de Aguas GriegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora