CAPÍTULO 21

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Nunca, en mi vida, me habían llevado a un sitio tan bonito.

Y sí, sabía que era solo una cafetería de la calle, pero me encantó. Porque era mil veces mejor que cualquier restaurante caro al que temía que me llevaría.

Había dado justo en el clavo. Aquella cafetería, junto a aquel paseo —en el que no habíamos parado de hablar ni un segundo, creando un ambiente mucho más cómodo que el de esas últimas semanas, tenso y cargado —, las lucecitas cálidas, las enredaderas que subían por ambos lados de estas, la madera y el olor a canela...era muy otoñal todo, aunque estuviésemos en diciembre, a punto de entrar en invierno. El hecho de que, básicamente, toda la cafetería fuese de cristal, dejando entrever el interior igual de acogedor, no hacía más que mejorar la cosa.

Y claro, tampoco me disgustaba la vista de Cole, en frente mío, con las mangas de la camisa dobladas hasta los codos, exponiendo sus firmes manos y antebrazo, envueltos con venas que sobresalían. Eso sí, no pegaba con las sensaciones que me transmitía el lugar. Cole, aunque estuviese comiendo y hablando tranquilamente con aire despreocupado, irradiaba atracción y masculinidad, pero mezclado con un aire vacilón y tranquilo.

La cena transcurrió con normalidad. No hubo ningún enfrentamiento entre él y yo —a excepción del momento que le prohibí pedir nada que incluyera picante, por razones más que obvias —, se podría decir que ya nos llevábamos bien.

Cuando se ofreció a pagar, estaba tan cómoda en el ambiente que no intenté discutirselo. Tampoco me molestaba. Es decir, en cualquier otra situación habría sugerido pagar a medias, pero no quería arruinar la buena compañía que habíamos encontrado en el otro solo por discutir sobre quién pagaría.

Me volví para recoger mi bolso y ponerme la cazadora, y al darme la vuelta otra vez, pillé a Cole comiéndome con la mirada. Ignoré deliberadamente el escalofrío que me recorrió la médula espinal, y le dediqué una sonrisa.

—Ya estoy.

Él me abrió la puerta de la cafetería y señaló hacia fuera con la cabeza.

—Vamos.

Condujo un par de minutos y cuando aparcó y salimos, la maravillosa visión ante mí me dejó totalmente embobada por tercera vez aquella noche.

Resultó que Cole me había traído a una feria artesanal de navidad. Aunque ya eran las once de la noche, los puestecitos de comida, ropa, decoración artesana y más seguían abiertos, y unas pocas personas paseaban por allí echando un vistazo.

—¿Qué me dices, Len? ¿Me ayudas a comprar decoración para mi humilde morada?
Me miró con ilusión en los ojos, y una sonrisa en la cara. Acto seguido, sacó una mano del bolsillo y me la ofreció.

—Sería todo un placer, esclavo.

Él rió mientras yo entrelazaba nuestras manos, pero pude notar el escalofrío que le recorrió el cuerpo cuando nuestros dedos se rozaron, igual que me había pasado a mí.

Nos pasamos la próxima hora yendo de un lado a otro de la calle, comprando todo tipo de decoraciones para el árbol que, avergonzado, me había admitido que no tenía.

—¡¿No tienes árbol de navidad?! —abrí los ojos como platos, sorprendida.

—No, nunca me tomo el tiempo de decorar mi casa por navidad —se llevó una mano a la nuca, nervioso —. Además, no suelo tener invitados, aparte de Aless.

—Bueno, pues eso se acaba ya. Vamos, tenemos un árbol que comprar.

Salí pitando hacia un puesto de árboles que había visto por ahí, y cole tuvo que apresurar el paso para poder alcanzarme.

Al llegar al puesto, frené en seco y Cole, que iba por detrás mía, tuvo que sujetarme por la cintura para no chocar conmigo.

Otra vez más , voy a pasar olímpicamente de mi reacción a eso.

Me volteé hacia él para hablar más cómodamente.

—¿Cuánto mides? —al parecer la pregunta le sorprendió, pero para mí era totalmente normal. Sabía que Cole era muy alto, pero no permitiría comprar un árbol de su misma altura o más bajo, era humillante.

—¿Yo? —se apuntó con su dedo índice.

—No, la piedra del suelo —en serio, era inútil —. A ver, yo mido más o menos metro setenta, y tú me sacas un buen trozo, así qu—

—Metro noventa.

dios.

—Bien —volví a girarme hacia la vendedora, que nos miraba con cierto anhelo en los ojos —. Buenas noches, buscamos un árbol de navidad, claro está. Muéstrenos sus árboles más altos, por favor.

—Claro, claro —la chica nos hizo un gesto para que la siguiéramos.

***

—Sigo sin creerme que me hayas obligado a comprar un árbol de dos metros y medio.

—Quedará genial, ya lo verás. No seas quejica.

—Vale, vale —Cole metió la llave del coche, para empezar a acelerar —. Aunque no sé cómo me las apañaré para montar ese monstruo.

Casi me rompo el cuello de lo brusco que giré la cabeza, medio indignada medio sorprendida.

—No, no, no —al ver su cara confusa, decidí aclararle lo que estaba más que claro —. Vamos a poner el árbol hoy, juntos.

A medida que su mente iba procesando mis palabras, la cara de Cole empezó a iluminarse por una sonrisa completa. De pronto, se le veía mucho más ilusionado por decorar el árbol.

—¿Tan desesperado estás como para que te ilusione tanto mi compañía?

Su rostro, sin dejar de transmitir felicidad, adoptó un poco más de seriedad al escuchar aquellas palabras.

—Eres la mejor compañía que podría tener esta noche y siempre, Len.

Desvié la mirada al frente, abrumada y, probablemente, visiblemente sonrosada.

Seguía sintiendo la intensidad de la mirada de Cole en mi perfil, y el aire se había puesto tan denso que me costaba incluso respirar.

Con intención de relajar el ambiente, me atreví a mirarlo. Me costó mantener el contacto visual, ya que Cole pareciera estar comiéndome con los ojos.

Mis ojos volaron solos hacia sus firmes brazos, uno al volante y el otro en la llave, a punto de arrancar el coche. Mi mirada se perdió un poco bastante en las venas que sobresalían de sus antebrazos, dándole un aspecto muy sexy.

Cole suspiró pesadamente, como si le costara respirar, y me obligué a mí misma a centrarme. Al final solo sonreí fingiendo demencia.

—Venga, vamos a decorar tu "humilde" casa.

Eso último lo dije entre comillas, porque, aunque Cole era bastante joven —si mi memoria no fallaba, tendría unos veintidós años más o menos —su casa estaba a años luz de ser humilde.

Cole río y negó con la cabeza, sonriendo.

—Sí, vamos.

Por mucho que quisiera ir con él y ayudarle, estaba un poco inquieta por toda la tensión acumulada que había entre Cole y yo, y que se había duplicado esa noche.

Tenía el sentimiento de que me dirigía directa a la boca del lobo.

***
ig: nago222_

Amor de Aguas GriegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora