Lena Ballis
Hace 3 meses, 20/06
"Voy a morir"
Esas eran las únicas palabras que mi mente podía procesar sin cesar en ese instante, mientras me arañaba el cuello ansiosa en busca de aire, y el mar se teñía de color rojizo. Dejé de ver el fondo del mar cuando mi vista se nubló justo cuando notaba como una segunda roca se estrellaba contra el lateral de mi cabeza.
Había ido a bucear a primera hora del día, el verano había llegado al fin y estaba muy emocionada de bucear por primera vez aquel verano.
Dios, como echaba de menos la playa.
La sensación al sumergirme en el océano más hermoso que había visto, el tacto del agua - en aquel entonces fría tras el invierno, aunque más cálida que en muchos otros mares - como alcanzaba a ver las profundidades de aquella playa de mi infancia, los peces, plantas, el suave pero incesante movimiento de las olas, moviendo mi cuerpo en un ritmo regular que acallaba todo el ruido en mi interior, el olor a sal mezclado con los olores tan característicos de los frutales y las flores de la playa... lo amaba, vivía por y para esos momentos, eran como una escapada de la realidad.
Todo iba bien, había terminado mi primer año de universidad, esa a la que tanto había deseado acudir en mi adolescencia; La Universidad Nacional y Kapodistríaca de Atenas, con el grado de Biotecnología. Había sufrido, para qué mentir, intentar entrar en una carrera difícil no es para cualquiera. Pero era increíble, la universidad, con su arquitectura tan típica de la Antigua Grecia, sus maravillosas bibliotecas, los laboratorios...todo.
¿La única pega? que estaba a casi 120 kilómetros de mi ciudad natal, Plaka, en Milos. Por eso, tras haber venido únicamente dos veces durante el curso, había decidido coger mis cosas y venir a pasar parte del verano. Había venido con mi mejor amiga, Amalia, que también se crió en Milos, aunque en una ciudad diferente. Nuestras madres son mejores amigas, y, cuando se enteraron a la vez de que estaban embarazadas, se juraron que sus hijas serían inseparables como ellas mismas, y así fué.
Ellas, divinas.
Esa mañana, aprovechando la adrenalina que traía encima, me desperté temprano, hacia las 5-6 de la mañana, para darme un chapuzón y bucear un poco en el mar Egeo. Me había propuesto sacar fotos bonitas del océano aquel verano, para rellenar el álbum que me compré hace años en un viaje que hice por Europa. Así que me levanté, me puse el traje de baño y unos shorts, las chanclas, cogí el móvil y todo lo necesario en una bolsa, y salí. No desayuné, mi plan era desayunar en algún chiringuito de la playa, una vez abierto. Llegué en seguida, vivía pasada la calle. Era buena hora, había llegado antes del amanecer, que en esas épocas salía sobre las 6am.
Fuí a una cala no muy lejos de la playa, a la que siempre solía ir con mi padre para ver animales marinos de todo tipo.
Genial, no hay nadie
Me puse mi equipamiento de buceo y me zambullí en el mar sin pensármelo dos veces. Los recuerdos me llegaron de golpe: yo de pequeña empezando a nadar, la primera vez que buceé hasta el fondo, y, aunque suene muy cursi, mi primer beso, ese que di con 15 años, y que se quedó en una buena anécdota. En fin.
Estuve buceando un buen rato, sin ser consciente de cuánto tiempo llevaba ahí metida ni de lo que había a mi alrededor. En un abrir y cerrar de ojos, escuché unos salpicones cerca mío, pero tampoco es que oyera muy bien con los oídos taponados, así que lo ignoré. La primera roca me llegó casi al instante, no era muy grande, pero era pesada, lo suficiente como para provocarme un dolor inmenso; me había dado en las costillas. Abrí los ojos de golpe, notando como el agua alrededor mío empezaba a ponerse turbia por el golpe de la roca contra la arena, y se volvía de un tono marrón. No era sangre, no me sangraron las costillas, pero joder, dolía, dolía mucho, dolía demasiado....
Recuerdo haber pensado en la muerte, en que mi vida se acabaría ahí, que me la habían arrebatado violentamente y sin mi consentimiento. Era insoportable, estaba paralizada por el miedo y no me podía mover; el susto me había llevado muy al fondo y no tenía fuerzas para salir. Empecé a arañarme el cuello desesperada intentando en vano conseguir cualquier tipo de aire, necesitaba respirar. Supongo que por ese instinto de supervivencia que dice la gente que todos tenemos o no sé cómo, empecé a mover las piernas, e ignorando el dolor, comencé a ascender. Estaba a metro y medio de llegar a la superficie, apenas sabía cómo estaba consiguiendo mantenerme consciente, me seguía doliendo todo y estaba aturdida, pero mi desesperación acalló todo el dolor. Supongo que por eso, a lo primero que reaccioné fue a ver que el mar se teñía de rojo esta vez, vi una piedra caer por mi espalda, no entendía nada, ¿Por qué el dolor no fue lo primero que sentí? Pero claro, medio segundo más tarde el dolor llegó, llegó todo de golpe, el dolor de las costillas, de mi pecho y pulmones debido a la falta de aire, la cabeza... Dejé de ver el fondo del mar cuando mi vista se nubló y poco a poco se tornó nula justo cuando me daba cuenta como una segunda roca se había estrellado contra el lateral de mi cabeza. Fuerte, muy fuerte.
ESTÁS LEYENDO
Amor de Aguas Griegas
RomanceEl verano pasado Lena Ballis sufrió un grave "accidente" que causó mucho miedo y ansiedad en ella. Al llegar a su segundo año en la Universidad de Atenas, se da cuenta de que ya nada será como antes, ahora su vida está llena de miedo, ansiedad y los...