Prólogo

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–¡Mía no podemos seguir teniendo esta discusión! –empezó mi mamá–.

–Es que no quiero irme al estúpido pueblo de Valtor. Sólo hay gente rara ahí. –le respondí–.

–Ya es suficiente, señorita –intervino mi papá–. Nunca has hablado con tus primos y has faltado a todas las reuniones familiares. Sólo te transferimos de escuela el siguiente semestre para que los conozcas mejor y te lleves mejor con ellos.

–Está bien. Pero si no me gusta la escuela y realmente la paso mal, regresaré a casa –dije de mala gana–.

–Una oportunidad. Dales una oportunidad. Vas a ver cómo las cosas mejoran –insistió mamá–.

No hablamos más. Agarré mi maleta y la llevé al auto. Fue un trayecto de cinco horas. Pensaba en el pueblo de Valtor. Era bien sabido que estaba poblado por personas sobrenaturales, lo cual me aterraba bastante.

Tenía entendido que mi tío era un vampiro provenía de una alta dinastía de vampiros. Mi tía, en cambio, era humana igual que yo. Ambos son buenos, pero mis primos me daban escalofríos cada vez que los veía.

–Por fin llegamos –anunció mi mamá–. Aquí te dejamos Mía. Cuídate mucho.

–Créeme, dormiré con un ojo abierto de ser necesario. –me despedí mientras abrazaba a mis padres–.

–Y no le causes problemas a tu tío –concluyó mi papá–.

Ambos regresaron al auto. Ahí estaba yo, parada con una maleta pesada. Estaba a punto de tocar la puerta, pero alguien me abrió.

–¡Hola chiquitina! –me saludó Ethan–.

–Hola E –le devolví el abrazo-.

Ethan es un chico de metro ochenta, con pelo castaño oscuro, ligeramente ondulado. Sus ojos verdes le daban un toque especial. Es una persona amable, siempre sonriendo.

No somos muy unidos porque él, al igual que los demás, son vampiros. Eso me generaba pánico.

–Mis padres no están ahora, pero te ayudaré con la maleta. –se ofreció-.

–Gracias –le respondí–.

–Te guiaré hasta tu habitación.

La casa de los Brown era gigante, era prácticamente una mansión. Las paredes eran antiguas, pero se mantenían muy elegantes, signo de la dinastía.

Mi habitación en cuestión era hermosa. Tenía la pared pintada de un rosa pastel. Me quedé mirando todo durante lo que me pareció una eternidad.

–Si no te gusta, puedes hacerle cambios –se ofreció Ethan–.

–¿Estás bromeando? Me encanta. El rosa es mi color favorito –admití mientras sonreía–.

–Fue idea de mamá poner algunas fotos familiares–continuó–.

De pronto, sentí el brazo de alguien a mi lado derecho.

–Hola primita. Qué maleducada eres que no me saludaste apenas llegaste –anunció Mason–.

Él tenía pelo marrón, ojos caramelo y medía metro noventa. Era la persona más intimidante que conocía. Le encantaba asustarme cuando éramos pequeños. No le daría esa satisfacción.

–Mason, es un gusto verte –dije mientras lo observaba–.

–Lo mismo digo Mía, lo mismo digo –respondió mientras afilaba sus colmillos–.

Tenía una sonrisa burlona que me asustaba. En serio era malévolo.

–Acabo de recordar que tal vez debería registrarme en la escuela –indiqué mientras me acercaba a la puerta–.

–Mejor te acompaño –se ofreció Mason–. Si nosotros mismos te asustamos, quiero ver cómo te asustas cuando veas a los demás.

–Eso no es cierto –mentí–. No les tengo miedo, ya estoy grande.

–No estás grande Mía, sigues siendo nuestra chiquitina a la que tenemos que cuidar. Pero no te preocupes, no te pasará nada –me aseguró Ethan–.

–Sólo vamos antes de que se haga de noche –susurré antes de salir de una vez por todas–.

ValtorWhere stories live. Discover now