El Trato

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El clic de la puerta del taxi al cerrarse la aisló del mundo, atrás quedaba la cena, las amigas ruidosas y alborotadas que festejaban cada pequeño chiste más por la posición social de su novio que por ella misma. Mientras se acomoda en el asiento y la calma la invade, puede pensar más claro sobre la cena que acaba de terminar, sobre su novio y su familia de una larga tradición de ricos terratenientes, conservadores, dónde cualquier desliz podía ser mal visto y caer en desgracia. La formal cena contrastaba totalmente con la fiesta de estudiantes que había tenido lugar un año atrás, en la que conoció a su actual novio, al amor de su vida, a su amante, y por qué no, al dueño de sus orgasmos.

El viaje es lento, si bien su domicilio no está lejos, el tráfico infernal de la ciudad hace que deban detenerse cada dos minutos, y en medio de las sacudidas del destartalado taxi con olor a desodorante de pino, su mente vuelve a ese primer encuentro, algo ebria, que terminó en una oficina medio oculta de la casa. Recuerda los torpes avances del joven, su falda levantada con el bullicio de la fiesta de fondo y apenas alguna luz que entra a través de las cortinas entreabiertas de las altas ventanas. Siente las manos que la recorren mientras está apoyada en el escritorio, y los roces del miembro de su compañero tanteando como un bastón de ciego en busca de la abertura de su vagina que aún no está lista para recibirlo. Todo el asunto no duró más que un par de minutos, su poco experimentado compañero deja una sucia mancha de semen entre sus nalgas, que solo aumenta su deseo, y su decepción al ver que de la pura vergüenza el chico sale corriendo dejándola sola buscado su braga.

Un salto del sucio taxi que la trae de nuevo a la actualidad, ese joven era su actual novio, y nunca más volvió a actuar de esa forma, ella tampoco, no podía ser de la alta sociedad perdiendo bragas en oficinas desconocidas.

Finalmente deja de buscar la braga, encuentra unos pañuelos de papel con los que se limpia lo suficiente para bajar su falda y sale a buscar un baño que por suerte encuentra al final del desierto pasillo. Se lava la cara, más no puede hacer por su excitación, y vuelve buscando las escaleras, cuando al pasar por la puerta entreabierta de la oficina, encuentra su braga colgada del picaporte.

Duda unos segundos, finalmente se acerca y toma la braga antes de asomarse a la oscura oficina. Nadie... o eso parece. Una silueta detrás del escritorio. Recuerda la voz como si la estaría escuchando -me tome la libertad de dejar tu braga dónde pudieras encontrarla- mientras sirve un vaso de whisky de 12 años para el, lo piensa un segundo y sirve otro para ella.

-señorita...- la voz del taxista la toma desprevenida, con las manos apretando la correa de su cartera como esa noche apretaba en su mano la braga en la oficina. Sonríe y se relaja al ver el taxi estacionado frente a su domicilio y saca unos billetes para pagar el viaje.

Ya en la calle y con las llaves en la mano su actitud es diferente, en el taxi quedó la chica delicada aspirante a entrar en una familia tradicional y conservadora, sus pasos son firmes y decididos cuando sube a su pequeño departamento, y se transforma en un andar felino una vez adentro, mientras se va quitado la ropa hasta llegar a su dormitorio, dónde termina de quitarse todo lo que lleva puesto. Abre el cajón donde guarda las bragas y del fondo toma un celular, un modelo viejo, barato y pequeño, pero que resplandece con una notificación.

No necesita más que una mirada, solo dice "00:30". Y apenas leerlo siente el mismo cosquilleo en su pubis que sintió esa noche apretando la braga en sus manos. Desnuda, con los pezones duros al aire frío de la noche, revuelve el cajón donde escondía el celular hasta encontrar una braga barata y transparente, del tipo que no importa perder en un callejón por un polvo con un desconocido, ni que termine rota en el calor de una noche de copas, del tipo que habría usado antes de ser una señorita aspirante a la alta sociedad por su novio heredero de una vasta y rancia fortuna.

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