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—Aquino.
—¿Qué sucede?
El azabache lo miró con confusión. "¿Qué sucede?", eso debería preguntarlo él.
—No sé, tú eres el que anda con cara de pendejo.
—¿Ah?
Duxo soltó un suspiro y se cruzó de brazos, ahora un poco irritado.
—Nada, Aquino, nada.
El castaño no dijo nada más, lo que confundió e irritó más al azabache.
Algo le estaba pasando al castaño, pero él no sabía qué.
—No, ya, Aquino. Enserio, ¿Qué te pasa?
El oji miel apenas lo miró de reojo por la pregunta.
—Nada. —Lo escuchó murmurar, y se sintió aún más confundido por su actitud.
—Si, claro —dijo el oji lila con sarcasmo, mirando directamente al oji miel—. Y yo odio la plata, fíjate.
Con eso logró hacer reír un poco al menor... Pero no era suficiente. Aquino seguía sin ser él del todo.
Al menos no el "él" que Duxo conocía.
Algo le pasaba, y el oji lila tenía averiguarlo.
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—Diego, ¿Quién es este chico?
Duxo sintió que los ojos miel de esa mujer desconocida podían ver hasta su alma.
—Es... Mi mejor amigo, madre.
¿"Mejor amigo"? ¿Otra vez? Ni cagando, Aquino.
...
¿¡"MADRE"!?
Eso si que lo tomó por sorpresa.
Ahora tenía sentido el por qué los ojos de la mujer eran iguales a los de Aquino. Ella era su madre. Pero a diferencia del padre del castaño, ella no le sonreía ni hablaba o lo miraba con amabilidad. Al contrario, tenía el entrecejo fruncido, y sus bonitos labios (pintados con labial rojo oscuro) estaban curvados hacia abajo... Casi parecía que estuviera molesta.