Mikey estaba sentado en el borde de la cama, sus dedos entrelazados mientras observaba en silencio a Izana, quien caminaba de un lado a otro de la habitación. El silencio era pesado, como siempre lo era antes de una de las explosiones de Izana.
Izana se detuvo de repente y lo miró con una mezcla de desesperación y furia en los ojos. "¿Por qué no puedes simplemente dejarme ir?" La voz de Izana temblaba, no tanto de miedo, sino de una profunda frustración. "Sabes que esto nos está destruyendo. A los dos."
Mikey alzó la mirada lentamente, su expresión tranquila, casi vacía. "Tú también podrías dejarme ir," murmuró. "Pero aquí estás."
Izana soltó una risa amarga, dando un paso hacia él. "No entiendes nada, ¿verdad? No es tan simple." Sus manos temblaban ligeramente mientras hablaba. "Te estoy hundiendo... y aun así, me sigues."
Mikey se levantó de la cama, caminando hacia él con pasos lentos y calculados. "Porque sin ti, no hay nada," dijo con una calma perturbadora. "Eres la única razón por la que todavía estoy aquí."
Izana frunció el ceño, sus emociones cambiando tan rápido como siempre lo hacían. "Eso no es amor, Mikey. Eso es una condena." Su voz era un susurro al final, casi como si estuviera suplicando, pero sus ojos ardían de furia. "Si me quedo, te destruiré. Si me voy, me destruirás tú."
Mikey inclinó la cabeza, una pequeña sonrisa torcida asomándose en sus labios. "Quizá eso es lo que quiero, Izana." Dio un paso más cerca, quedando frente a él, sus rostros a solo centímetros de distancia. "Si voy a caer, prefiero hacerlo contigo."
El conflicto interno de Izana era palpable. Sus manos agarraron los hombros de Mikey con fuerza, pero no para abrazarlo, sino para alejarlo, aunque sabía que no lo haría. "Eres un maldito masoquista," susurró, su voz cargada de una mezcla de odio y amor, ambas emociones entrelazadas tan profundamente que ya no podía diferenciarlas.
Mikey dejó escapar una pequeña risa antes de inclinarse y rozar sus labios contra los de Izana. "Y tú eres peor que yo. Por eso seguimos aquí."
Izana apretó los dientes, y por un momento, pareció que lo golpearía, pero en lugar de eso, lo atrajo más cerca, sus labios chocando en un beso tan desesperado como su relación. Ambos sabían que estaban atrapados, y ambos sabían que ninguno de los dos tenía la fuerza para romper ese ciclo.
