CAPÍTULO 8

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La rutina de la cafetería era casi inquebrantable. Todos teníamos nuestros lugares, nuestros hábitos. Incluso aquellos con los que no interactuaba directamente tenían una presencia reconocible, casi como fantasmas de carne y hueso, que hacían que los días transcurrieran con una extraña familiaridad. Por eso, cuando una figura en particular dejó de aparecer, algo dentro de mí se agitó.

Durante varios días consecutivos, la mesa al final de la cafetería, justo al lado de la ventana, estuvo vacía. Siempre había alguien ahí, con su café amargo y una expresión de desdén que podía percibirse incluso a la distancia. Al principio, no le di mucha importancia; después de todo, cualquiera podría tomarse un día libre o cambiar de rutina. Pero al pasar una semana, esa ausencia empezó a tomar una forma más inquietante.

Nadie decía nada. No había murmullos, ni explicaciones, ni siquiera una mención casual. Lo que resultaba aún más extraño, considerando que este nivel del laboratorio, donde los androides eran diseñados y analizados, funcionaba bajo una estructura casi milimétrica. Todo el personal tenía asignaciones muy específicas y trabajar con estos modelos avanzados implicaba un grado de responsabilidad que no podía simplemente desaparecer.

Intenté no pensar demasiado en ello, pero la inquietud se apoderaba de mí. ¿Por qué nadie comentaba esa ausencia? Algo dentro de mí comenzó a sospechar, especialmente después del reciente caos que había azotado al laboratorio, dejando víctimas en su estela. La coincidencia era demasiado grande para ser ignorada.

Decidí investigar por mi cuenta. Revisé las asignaciones de turno, buscando un nombre que coincida con la ausencia en la cafetería. Fay... Claro, Fay. Aquella compañera con la que nunca había tenido una relación cordial, pero cuyo profesionalismo era innegable. No me caía bien, pero trabajaba eficientemente, sin quejas. Su ausencia me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Fay estaba muerta.

Nadie lo había dicho abiertamente. Era como si su desaparición hubiera sido meticulosamente ocultada. Las piezas comenzaron a encajar en mi mente: el reciente incidente en el laboratorio, la creciente tensión entre el personal, el misterioso silencio en torno a todo lo que sucedía en ese nivel.

Fay no había trabajado en el Proyecto DARWIN, pero había sentido una profunda frustración cuando me ascendieron en lugar de a ella, a pesar de que tenía más antigüedad. A menudo escuchaba sus quejas en los pasillos, aunque nunca las dirigiera directamente a mí. Su resentimiento era palpable, y no pasaron desapercibidos los murmullos sobre cómo se sentía injustamente tratada.

Decidí profundizar en la situación. Revisé las tareas pendientes que había dejado, y encontré documentos en su terminal que despertaron mi inquietud. Los archivos mostraban que Fay había estado investigando irregularidades en los protocolos de seguridad. Había estado revisando accesos no autorizados al sistema, y sus últimos correos electrónicos mostraban una creciente preocupación por actividades encubiertas. Richard Lewis, el hombre que parecía siempre estar en el centro de la tormenta, era mencionado en varios de estos mensajes.

Las modificaciones en los protocolos no eran menores; indicaban una manipulación sistemática, diseñada para provocar fallos o comportamientos inusuales en los androides. Al parecer, Fay había tropezado con una verdad que alguien no quería que se conociera.  Y ahora yo lo sabía.

En medio de esta inquietante revelación, me encontraba en el laboratorio, revisando los datos del Proyecto DARWIN, cuando un pensamiento inquietante me cruzó la mente. La conexión emocional que había desarrollado con C-01 había comenzado a tomar un giro inesperado. Mi relación con el androide, que en un principio parecía puramente profesional, se estaba volviendo más compleja y cargada de sentimientos ambiguos. Había algo en él que parecía desafiar las normas establecidas, un reflejo de mis propias inseguridades y dudas.

LOS HIJOS DE LA SINGULARIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora