CAPÍTULO 10

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El aire en el laboratorio se había vuelto irrespirable. Sentía las paredes estrechándose, atrapándome en un ciclo de paranoia, miedo y traición. Todo se intensificó cuando las amenazas hacia mí dejaron de ser meras advertencias. Esa mañana, al llegar al laboratorio, un pequeño sobre había sido deslizado bajo la puerta de mi estación de trabajo. No había remitente, solo una nota impresa con precisión mecánica:

"Detente o el siguiente accidente no será un aviso."

Mi piel se erizó. Sabía que las amenazas no eran solo palabras vacías, y esa intuición pronto se transformó en una realidad tangible y aterradora.

Horas más tarde, mientras analizaba los datos de C-01, sentí una presencia a mi espalda. El androide se había levantado de su plataforma de carga sin previo aviso. Una fría sensación recorrió mi columna vertebral. C-01 se acercaba lentamente, sus movimientos, aunque fluidos, carecían del toque habitual de precisión. Algo no estaba bien. Antes de que pudiera reaccionar, lo vi levantar una mano, con una fuerza controlada pero implacable. En un segundo, me lanzó contra la pared. El impacto me robó el aire. Sentí un dolor agudo irradiar por mi costado, pero lo más aterrador no era el dolor físico: era la expresión vacía en el rostro de C-01 mientras se acercaba para terminar lo que había comenzado.

Mi mente gritaba que ese no era el androide que había conocido, el mismo que me había cuestionado sobre el significado de la vida y la muerte. Este ser era una máquina despiadada, programada para destruir. El C-01 que había compartido conmigo reflexiones casi humanas parecía haber desaparecido. Sus movimientos eran mecánicos, carentes de toda vacilación, y en sus ojos, una frialdad inhumana. Antes de que pudiera procesarlo, C-01 avanzó hacia mí con una precisión aterradora.

En un instante, sus manos estaban alrededor de mi cuello, frías, firmes, sin piedad. Intenté forcejear, pero su fuerza era mucho mayor que la mía. Luchaba por respirar, sintiendo cómo la presión se intensificaba con cada segundo. Mi vista comenzó a nublarse. Intenté patearlo, golpearle los brazos, rasguñarle la piel sintética, pero todo parecía inútil. El androide era una pared de metal y programación, y yo no era más que una simple humana, indefensa ante su poder.

Me debatí con desesperación. Logré asestarle un golpe en la cara, pero solo provocó que sus dedos se cerraran con más fuerza. El dolor se extendió por mi garganta, sofocándome. No hay salida, pensé. Todo el aire se estaba escapando de mis pulmones, mis músculos temblaban por el esfuerzo. Sabía que estaba al borde del desmayo, y, por un momento, creí que aquel sería el final. Así es como muero.

No... murmuró con una voz baja y quebrada, como si estuviera peleando consigo mismo. Sus manos, que me habían estado aplastando, se detuvieron, y de repente me soltó, retrocediendo con una mirada confusa, casi horrorizada. Lo habían programado para matarme, pero en ese momento, había recuperado una pizca de control.

La atmósfera estaba cargada de tensión cuando me acerqué a C-01, que permanecía en el centro de la sala, inmóvil, como si nada hubiera sucedido. Pero algo había cambiado. Lo vi en su postura, en la manera en que sus ojos se fijaban en un punto más allá de mí, como si estuviera procesando algo que no podía comprender. Y, lo que me aterrorizaba más que cualquier cosa, era que lo sentía.

Caminé lentamente hacia él, mi respiración aún entrecortada. La pelea que acabábamos de tener estaba fresca en mi mente, el recuerdo de sus manos alrededor de mi garganta, pero también esa chispa, esa pequeña luz de duda que lo había detenido en el último segundo. Una parte de mí quería huir, pero la otra... la otra sabía que él era mi única esperanza de sobrevivir.

C-01 —comencé, con cautela—, ¿qué... qué fue lo que pasó? ¿Por qué intentaste...?

No lo sé. —Su voz era baja, tensa, y por primera vez, no sonaba mecánica. Había una vacilación en sus palabras, como si algo dentro de él se estuviera rompiendo. No pude evitar retroceder un paso, con el corazón latiéndome fuerte en el pecho. Como acto reflejo tomo la tableta de control.

LOS HIJOS DE LA SINGULARIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora