Había pasado una semana desde aquella noche inolvidable en la que Rose y yo cruzamos esa barrera invisible que siempre había estado entre nosotras. Desde entonces, mi vida se sentía como un torbellino de emociones, pero de las mejores. Cada día a su lado era un pequeño universo de alegría, una serie de momentos que nunca había imaginado vivir. Todo lo que antes me parecía normal o cotidiano ahora estaba impregnado de una magia única que solo Rose parecía poder crear.
Me desperté esa mañana antes que ella, algo que ya comenzaba a ser una costumbre. El sol apenas empezaba a filtrarse por las cortinas, y la suave luz que iluminaba la habitación le daba a todo un tono dorado. Me giré en la cama, y ahí estaba ella, aún dormida, respirando tranquilamente, con una expresión tan pacífica en su rostro que me hizo sonreír. Su cabello estaba desordenado, cayendo en suaves ondas sobre la almohada, y sus labios formaban una pequeña sonrisa, como si estuviera soñando algo dulce.
Me quedé mirándola por unos momentos, maravillada de lo afortunada que era de tenerla a mi lado. Cada día con ella me hacía sentir más y más enamorada, y aunque eso sonara a cliché, no podía evitarlo. No sabía que podía existir este tipo de conexión con alguien, una en la que incluso el silencio era reconfortante, en la que simplemente observarla dormir me hacía sentir llena de amor.
No quería despertarla aún, así que me levanté con cuidado, intentando no hacer ruido mientras me escabullía fuera de la cama. Fui directo a la cocina, pensando en cómo podría sorprenderla hoy. No era la mejor cocinera, pero eso no me detendría. Quería hacer algo especial para ella, como una forma de agradecerle por todo lo que estaba aportando a mi vida.
Opté por preparar algo sencillo pero lleno de cariño: panqueques con frutas frescas y un toque de miel. Mientras mezclaba la masa, no podía evitar sonreír al pensar en lo feliz que Rose se pondría al ver el desayuno. Ya me imaginaba su sonrisa, esa que me desarmaba por completo cada vez que la veía. Me esforcé por hacer que cada panqueque quedara perfecto, formando pequeños corazones con la masa y asegurándome de que todo quedara tan lindo como fuera posible.
Cuando finalmente terminé, puse los panqueques en un plato con las frutas acomodadas de forma cuidadosa. Vertí un poco de miel sobre ellos, como un toque final, y después preparé una taza de café, justo como a Rose le gustaba, con un poco de crema y una pizca de canela. Coloqué todo en una bandeja y me dirigí al dormitorio, sintiendo una mezcla de emoción y ternura.
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Enamorda de mi Psicologa
FanfictionEn el consultorio de la Dra. Park Rose, un lugar de calma en el ajetreo de la ciudad, cada día traía una nueva historia. Sin embargo, cuando Lisa Manoban, una joven con una mezcla de tristeza y determinación en sus ojos, entró por primera vez, algo...