Tu trabajo del día había terminado y sin querer perder más tiempo, corriste camino a tu choza para darte un merecido baño con agua fría. Saliste ya lista de allí, y te fuiste emocionada a buscar a Newt. Quien dijo que tenía una sorpresa para ti.
Te sentiste confundida y un poco molesta cuando no lo encontrabas en ninguna parte.
— ¡Carajo, ya diganme dónde está mi rubio! —regañaste a los chicos, aun así ninguno de ellos te contestó. — Mierteros larchos, sólo sigan riendo, ya van a ver. —murmurando te marchabas de la cocina.
Volviste a tu cabaña, abriste la puerta y entraste, cerrándola detrás de ti. Cuando escuchaste un leve quejido de dolor, volteaste y encontraste a Newt con una expresión de dolor. Tenía algo tras su espalda, y sus brazos estaban ocupados manteniéndolo allí.
— Lo siento —te acercaste preocupada para sostener su rostro entre tus manos, observando cómo él parpadeó con fuerza para superar el dolor.
— Estoy bien, estoy bien —dijo, esbozando una pequeña sonrisa divertida.
— ¿Dónde estabas?, me tuviste buscando por todos lados como una tonta —soltaste su rostro todavía un poco molesta.
— Lo sé —respondió con una sonrisa leve y divertida— pero también sé que eres bastante perfeccionista, y no quería que despreciaras con disimulo tu regalo, que me costó tanto trabajo. —Newt reveló lo que estaba ocultando detrás de él, dejando ver una hermosa canasta con flores amarillas. —¿Te gusta?.
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