El desliz

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El beso fue un impulso, una reacción visceral a la vulnerabilidad en sus ojos, a la honestidad de sus palabras. En el momento en que nuestros labios se tocaron, supe que había cometido un error. Un error glorioso, electrizante, pero un error, al fin y al cabo.

Me separé de ella bruscamente, el sabor de su sorpresa y confusión aún en mis labios. Su mirada, llena de preguntas sin respuesta, me atravesó como un cuchillo.

—Lo siento —dije—. No debí hacer eso.

Las palabras sonaban vacías, incluso para mis propios oídos. Sabía que no era suficiente, que no podía borrar lo que acababa de suceder con una simple disculpa. Pero ¿qué más podía decir? ¿Cómo podía explicarle la tormenta de emociones que se agitaba en mi interior, la lucha constante entre mi deber y mi deseo? Mierda. Solo ella puede generar este tipo de pensamientos en mí.

—Será mejor que me vaya —añadí, incapaz de sostener su mirada por más tiempo.

Salí del comedor a toda prisa, mi corazón latiendo como loco. Necesitaba alejarme de ella, aclarar mis ideas, recuperar el control que había perdido momentáneamente.

Me refugié en mi oficina, cerrando la puerta tras de mí. Me apoyé en ella, respirando hondo, intentando calmar el caos que se había desatado en mi interior.

¿Qué había hecho? ¿Cómo había podido cruzar esa línea, romper esa barrera que tanto me había esforzado en mantener? Sabía que era un error, que ponía en riesgo mi trabajo, mi relación con el presiente, demonios.

Pero al mismo tiempo, no podía arrepentirme del todo. El beso había sido... increíble. La sensación de sus labios sobre los míos, la calidez de su cuerpo cerca del mío... era algo que había anhelado en secreto durante semanas, algo que había intentado reprimir con todas mis fuerzas.


El resto del día fue una tortura. Intenté concentrarme en mi trabajo, en revisar los informes de seguridad, en coordinar las rondas de los agentes. Pero mi mente volvía una y otra vez a ese beso, a la sensación de los labios de Ashley sobre los míos, a la confusión en su mirada cuando me aparté.

Me pasé una mano por el pelo, frustrado. ¿Qué demonios iba a hacer ahora? 

La noche avanzaba y la Casa Blanca se sumía en un silencio inusual. La mayoría del personal se había retirado, y solo quedábamos unos pocos agentes de guardia y yo. Me encontraba en mi oficina, intentando concentrarme en el papeleo, cuando la puerta se abrió de golpe.

Ashley entró como un torbellino, su rostro enrojecido y sus ojos brillantes. Estaba claro que había bebido demasiado.

—¡Leon! —exclamó, con la voz arrastrada—. ¿Dónde te habías metido?

Me levanté de la silla, sorprendido por su aparición y su estado.

—Ashley, ¿qué haces aquí? ¿Estás bien?

—No estoy bien —dijo ella, cruzándose de brazos—. ¡Me besaste y luego desapareciste! ¿Qué se supone que significa eso?

Tragué saliva, nervioso. No estaba preparado para esta conversación, no en este estado.

—Ashley, yo... lo siento —dije, intentando mantener la calma—. No debí hacerlo.

—¡¿"No debiste hacerlo"?! —repitió ella, con indignación—. ¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Después de ese beso increíble, después de hacerme sentir cosas que nunca antes había sentido, simplemente te vas y finges que no pasó nada?

Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Tenía razón. Había sido un cobarde, un idiota. ¿Apenas te enteras Leon?

—Ashley, yo... —comencé a decir, pero ella me interrumpió.

—No, Leon, no digas nada —dijo, con la voz quebrada—. Solo... me voy. No quiero verte.

Y sin más, se dio la vuelta y salió de la oficina, dejándome solo con mi culpa y mi confusión. Me senté en la silla, sintiendo un peso enorme sobre mis hombros. Había arruinado todo. Había lastimado a Ashley, todo por mi estupidez y poco control.

Me quedé sentado en mi oficina, paralizado por la culpa y la confusión. Las palabras de Ashley resonaban en mi mente, acusadoras y dolorosas. Tenía razón, había sido un cobarde, un idiota. ¿Cómo había podido besarla y luego huir como un crío asustado?

Pero, ¿qué otra cosa podía haber hecho? La intensidad de mis sentimientos me asustaba, me descontrolaba. No podía permitirme ceder a ellos, no mientras fuera responsable de su seguridad.

Sin embargo, no podía dejarla ir así. No podía dejarla sola, borracha y molesta, vagando por esta enorme casa en plena noche. Tenía que asegurarme de que estuviera bien, de que se fuera a dormir y descansara.

Salí de mi oficina y me dirigí a su habitación, mis pasos rápidos y silenciosos. Al llegar a su puerta, dudé un momento. ¿Debía tocar? ¿O simplemente entrar?

Decidí tocar, por respeto a su privacidad. Pero no hubo respuesta. Toqué de nuevo, más fuerte esta vez. Nada.

La preocupación me invadió. ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si se había caído o se había hecho daño?

Sin pensarlo más, abrí la puerta y entré. La habitación estaba a oscuras, pero podía distinguir la silueta de Ashley acostada en la cama, de espaldas a mí.

—Ashley —dije, en voz baja—, ¿estás bien?

Ella se dio la vuelta, su rostro iluminado por la tenue luz de la luna que entraba por la ventana. Sus ojos estaban rojos e hinchados, pero su expresión era desafiante.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, con voz ronca.

—Solo quería asegurarme de que estuvieras bien —respondí, acercándome a la cama.

—Estoy perfectamente —dijo ella, sentándose y cruzándose de brazos—. Puedes irte.

—Ashley, por favor —dije, con suavidad—. No quiero discutir. Solo quiero que descanses.

—No necesito que te preocupes por mí —replicó ella, con un tono de voz que intentaba ser firme, pero que delataba su vulnerabilidad—. Puedo cuidarme sola.

—Eso lo sé —dije, sentándome en el borde de la cama—. Pero no puedo dejarte así. No después de lo que pasó.

Ella bajó la mirada, evitando mi contacto visual.

—Leon, por favor, vete —dijo, en voz baja—. No quiero hablar de eso ahora.

—Ashley...

—Por favor, Leon —insistió ella, su voz quebrándose—. Solo déjame sola.

Me quedé mirándola un momento, luchando contra el impulso de tomarla en mis brazos y decirle que todo iba a estar bien. Pero sabía que no era el momento. Ella necesitaba espacio, necesitaba tiempo para procesar lo que había sucedido.

—Está bien —dije, finalmente, poniéndome de pie—. Pero si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en llamarme. Estaré en mi oficina.

Ella asintió, sin mirarme. Salí de la habitación y cerré la puerta tras de mí. Me apoyé en la pared, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza. Quería ayudarla, quería estar a su lado, pero por culpa mía no podia.

Volví a mi oficina y me senté en la silla, mirando la puerta cerrada. No podía concentrarme en el trabajo. ¿Acaso me odia? ¿Arruine todo definitivamente?

La incertidumbre me carcomía por dentro. Sabía que tenía que respetar su decisión, pero no podía evitar preocuparme por ella. Me quedé allí sentado, esperando que estuviera bien. Y aunque sabía que no debía, no podía evitar esperar que, tal vez, algún día, ella me perdonara y me diera una segunda oportunidad.

Porque a pesar de todo, a pesar de mi deber, a pesar de mis dudas, ya no podía negar que sentia cosas fuertes por ella.

Un Nuevo Comienzo - Leon x Ashley (RE4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora