22~ 𝓒𝓪𝓵𝓵𝓮

378 72 13
                                    

—Está bien —resoplo junto a Anto—, el tira y afloja es un entrenamiento rudo.

Limpiando el sudor de mi frente, murmuro:

—Solamente lo haremos de vez en cuando.

Anto se desploma en la silla, igualmente sudorosa como yo.

—¿Pensé que habías dicho que haríamos sesiones ligeras?

Pongo mis dedos en mi pulso para medir mi ritmo y jadeo.

—Esto era ligero.

Ella solloza.

—Siento que estoy muriendo.

¿Cuán adorable es esta niña? Una risa es forzada de mi garganta mientras le lanzo una toalla y le extiendo una botella de agua.

—¿Sabes por qué se siente como si estuvieras muriendo, pequeño saltamontes?

Abriendo su agua, ella murmura un molesto:

—¿Por qué?

Necesitando hacerle entender, me arrodillo frente a ella, extiendo mis manos y casi grito:

—¡Debido a que dejaste de hacer ejercicio! —Cuando pone mala cara, me explico—: Tu cuerpo está en shock ahora mismo, porque no lo has hecho durante meses. ¿Te acuerdas de cómo te solías sentir después de ejercitarte? Apuesto a que apenas sudabas.

Mirando mi cara, observa mi sudoración y responde:

—¿Ah, sí? ¿Cuál es tu excusa?

Secretamente amando su lado listillo, no me contengo.

—Un amor a los pastelitos y un sofá que es demasiado cómodo para mi propio bien. —Poniéndome de pie, sonrío hacia ella y extiendo mi mano. Ella golpea su mano sobre la mía débilmente y yo me regodeo—: Estoy orgullosa de ti. Te presionaste hoy. Lo vi. Lo sentí. Estás lista para volver a esto.

Mientras caminamos lado a lado, le advierto:

—Para que lo sepas, te va a doler mañana. —Ella gime, pero hablo sobre ella—. Es por eso que haremos otra sesión mañana. Más ligera que la de hoy, pero tenemos que empujar más allá de esa barrera. —Me mira como si tuviera que estar bromeando, pero niego con la cabeza—. Lo siento, cara de ángel. Me puedes dar esos ojos bonitos todo lo que quieras, pero esto sucederá. Hicimos un trato.

Ella se gira sobre las ruedas y murmura en voz baja:

—¿Es demasiado tarde para retractarme?

Sonriendo, envuelvo un brazo alrededor de sus hombros y la acerco a mí.

—Claro, pastel de miel. Estamos en esto por un largo plazo.

Lo estoy.

Definitivamente lo estoy.

-

-

-

Sabía que estaba en problemas la segunda
vez que Felicity se invitó a sí misma a mi casa para estar lista para nuestra noche de sábado.
Así que cuando apareció con una maleta, probablemente no debería haber estado sorprendida. Quiero decir, lo estaba. Pero no debí estarlo.

Con Tedwood atacando mi tobillo, sostuve la puerta para ella. Cuando entró, miró mi apartamento silbó largo y bajo.

—Mierda. No me dijiste nada, muchacha. No sabía que tenías dinero.

Mirando mi apartamento con confusión, le pregunté:

—Estoy en banca rota. ¿Por qué diablos ibas a pensar que tengo dinero?

Sugar RushDonde viven las historias. Descúbrelo ahora