XXXII

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A veces Erik se despierta en mitad de la noche, y no importa cuánto tiempo pase en la bañera tallándose la piel hasta sentirla en carne viva y pelada, hasta que siente como si se hubiera quitado toda la superficie del cuerpo para revelar otro cuerpo debajo, un hecho de músculos y nervios y huesos, sin envoltura, nunca deja de sentir la mano en la nuca que le dice que es un buen chico, y que lo ha hecho bien.

XXXIV

A veces Erik no puede despertar y tiene que sufrirlo todo una y otra vez, como un disco que salta de un lado a otro, se reproduce y se repite, a trompicones. Mientras está bajo el agua, las burbujas le suben a la cara, donde ya no puede contener la respiración, y le hacen difícil ver; luego el disparo, el sonido del cuerpo de su madre cayendo al suelo, como un trozo de carne, flácida mientras su cabeza golpeaba el concreto con un crujido sordo. Luego el agua otra vez, solo que está vez el agua es sangre, está vez hay cuchillos, luego el disparo, el disparo, el disparo -

— ¡Erik, abre esta puerta! — grita Charles, golpeando con los puños la madera como si fuera a romperla si es necesario, el picaporte traquetea inútilmente donde la cerradura se ha fundido, se ha derretido sobre sí misma y mantiene a Charles fuera. Erik jadea contra el colchón, su pecho se agita dolorosamente donde está retorcido en las sábanas, envuelto tan fuertemente en ellas que apenas puede moverse. Cada respiración se siente como si fuera metralla que le sacude la cabeza, clavándose con más fuerza en el tejido blando de su cerebro. Los muebles están esparcidos por la habitación, la mitad rotos y la otra mitad volcados y vacíos de su contenido, esparcidos por la alfombra como minas terrestres.

— ¡Steck' deine Nase in deine eigenen Angelegenheiten! — grita, se pone en movimiento y tira frenéticamente de las sábanas tratando de soltarlas. Patea y lucha salvajemente hasta que finalmente lo logra, las sábanas que le apretaban ceden y él puede liberarse y agacharse en la cabecera de la cama, lo más lejos posible de ellas, con las manos levantadas y los dedos enroscados como garras. — ¡Lasse mich in Ruhe!.

Charles deja de golpear la puerta, pero no se va, la manija sigue girando en su lugar. — ¡Oí gritos! ¿Estás bien? Déjame entrar, Erik.

¡Geh weg! — Erik extiende la mano para coger el primer metal que encuentra y lo lanza contra la puerta con un golpe, pero su control está por todas partes y cada pieza de metal en la habitación a oscuras salta y se estremece, los muebles ruedan por el suelo y chocan contra la pared. El inglés es una lucha. — ¡Vete!

— Déjame...

— No soy buena compañía en este momento, Charles — Todo su cuerpo está empapado de sudor, húmedo y pegajoso, repugnante, como un perro acostado en su propia inmundicia, con el pecho desnudo sangrando donde debe haberse arañado a sí mismo mientras dormía. Erik se estremece y se sacude, la cabecera se le clava en la columna y encorva la cara en el hueco entre sus rodillas, en el algodón húmedo de sus pantalones de dormir, inhala y exhala, tan lentamente como puede, lo cual no es nada lento en absoluto.

— No, pero yo sí — dice Charles, su voz amortiguada por la puerta que los separa. El picaporte ha dejado de traquetear; Erik puede ver la sombra de sus pies impidiendo que la luz entre por debajo de la puerta. — De todos modos, es mejor que estar solo. Mira, ¿quieres una taza de té o no? Porque estoy preparándola.

Erik no responde y, finalmente, oye pasos que se alejan por el pasillo en dirección a la cocina, que se van apagando hasta que lo único que puede oír son sus propios pulmones rugiendo y la sangre latiendo en sus oídos. A lo lejos, se oye el ruido del metal sobre la porcelana y el leve silbido de la tetera calentándose en la estufa. Lentamente, extiende su poder y desbloquea el mecanismo de la cerradura, separando con cuidado el acero en dos bloques discretos, y si están lejos de ser lisos, nadie más que él lo notará. Cuando Charles intenta abrir la puerta de nuevo, esta vez se abre.

Everyday love in Stockholm ~Cherik~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora