VII

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Tras la visita al campamento, lo llevan a la guardería más cercana, para ver a los niños jugando, vigilados por sus padres adoptivos y aprendiendo a usar sus poderes sin miedo a los prejuicios, sin tener idea de que tan solo cinco años antes habrían sido condenados al ostracismo, a ser vistos como unos bichos raros. Aquí, son normales. Cuando la prensa saca fotografías de Magneto sonriendo a un niño con lengua de lagarto ofreciéndole un crayon, no tiene que fingir nada.

VIII

— ¡Erik! ¡Erik!

Se está ahogando, luchando contra las manos en su garganta y tratando de gritar, pero no hay aire; hay anillos en cada dedo pero no puede usarlos, siguen resbalándose y Herr Doktor se ríe tan suavemente de fondo que debería haber sido difícil oirlo, pero la risa fría y profunda es cristalina, y él anhela convertirla en un gorgoteo, arremeter y hacer que se detenga, pero no puede, no puede...

—¡Erik, despierta! Es solo un sueño... — alguien le acaricia el cabello hacia atrás por la frente, besa sus párpados, que están bien cerrados y presiona suavemente con los pulgares las esquinas arrugadas. Erik se despierta con un escalofrío y un jadeo, aspirando grandes bocanadas de aire, con un horrible ruido áspero que se escapa mientras obliga a su garganta a abrirse — Estás bien, estás a salvo — murmura Charles, todavía pasa las manos por el rostro de Erik y presiona sus labios a lo largo de la línea tensa de su mandíbula. En la penumbra, es poco más que una forma, sus ojos son solo un brillo oscuro. Erik afloja los brazos que habían estado apretando a Charles contra él, le deja más espacio para que se recueste junto a él en lugar de sujetarlo con tanta fuerza que le causaría un moretón.

— Entschuldige — dice Erik, con voz ronca y seca. — Ich bin in ordnung.

— Vuelve a dormir — dice Charles y tira de Erik hacia la cama, colocando su cabeza contra el estrecho hombro de Charles, mérida en el ángulo entre su mandíbula y su clavícula. — Lo asesinaste, Erik. No puede hacerte daño otra vez.

—Nein — dice Erik, y se deja reacomodar al agrado de Charles, mientras el sudor agrio comienza a desaparecer de su piel. — Nein, das ist gut. — Suspira, forzando sus músculos a relajarse. — Danke, liebeling. Ich liebe dich.

— Lo sé — dice Charles.

XI

Le trae a Charles algo de fruta, cuando puede, recién comprada de los mercados de las ciudades que visita, desde las más exóticas a las más banales: pitayas, fresas de un viaje a Londres, uvas, mangos de la india, manzanas, una vez, aunque siempre las ha encontrado insípidas.

El día que le trae a Charles una granada, madura y rebosante de jugo y semillas brillantes, el humano la toma de sus manos y ríe y ríe y ríe, su suave voz quebrada y desconcertante.

X

Cuando Erik se despierta en mitad de la noche, Charles está de nuevo sentando en el descanso de la ventana, con la cortina corrida para mostrar las estrellas como pinchazos en la oscuridad total del cielo, con las rodillas abrazadas a su pecho, mira fijamente al mundo exterior, con el aliento entrecortado por el aire frío. Cuando Erik se esfuerza por escuchar, capta al murmullo de Charles, pero solo un poco, leyendo sus labios más que escuchando, murmura: “Cuento el tiempo deprimente por meses y años, desde la última vez que sentí la hierva verde bajo mis pies y el gran aliento de todas las cosas del verano.

— ¿Qué es eso? — pregunta Erik, pero Charles no responde.

XI

Everyday love in Stockholm ~Cherik~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora