Dudas

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El aire en el centro de entrenamiento era más denso al día siguiente. Cada uno de los tributos estaba más concentrado, más astuto, como si todos comenzaran a darse cuenta de la cercanía de la arena. Para algunos, como Álvaro, las amenazas y el ego estaban a flor de piel; para otros, como Paul y Clara, la estrategia consistía en moverse con cautela, casi como sombras, pero siempre observando.

Juanjo y yo habíamos decidido que esa jornada nos centraríamos en mejorar nuestras habilidades de supervivencia. Estábamos trabajando en hacer trampas cuando Cris y Violeta, los tributos del Distrito 10, se acercaron. Cris, un chico alto de piel morena y cabello rizado, me dirigió una sonrisa despreocupada mientras Violeta, su hermana pequeña, se mantenía más reservada.

—¿Tienen algún plan o están simplemente improvisando? —preguntó Cris con una sonrisa amigable.

Nos encogimos de hombros. Era un chico simpático, pero en estos juegos, nunca sabías si una sonrisa escondía un cuchillo.

—Estamos viendo qué tan lejos podemos llegar sin que nos maten el primer día —respondió Juanjo con una media sonrisa.

Cris soltó una carcajada, pero Violeta se mantuvo en silencio, evaluándonos. Aunque apenas hablaba, su mirada dejaba claro que no subestimaba a nadie.

—Bien, eso es lo que importa —dijo Cris, y luego bajó la voz, inclinándose hacia nosotros—. Escucha, sé que estos entrenamientos son para que demostremos lo que sabemos, pero... no deis todo aquí. Hay demasiados ojos sobre nosotros. Os aconsejo que guardéis vuestras cartas más fuertes para la arena.

Asentí, sabiendo que tenía razón. No era prudente mostrar todas nuestras habilidades frente a los demás tributos y las cámaras. Mientras tanto, Violeta tiró de la manga de Cris, indicándole que era hora de seguir con su propio entrenamiento.

—Pensad en lo que os he dicho —dijo Cris antes de alejarse con su hermana, dejando un rastro de su actitud despreocupada pero calculadora.

El día transcurría entre miradas, tensiones y pequeñas interacciones. Mientras practicábamos con más trampas, Ángela se acercó, observándonos con los brazos cruzados. No había tenido mucha interacción con ella, pero su reputación la precedía. Era letal, tanto física como mentalmente. Su especialidad era analizar a los demás, y era conocida por su habilidad con el combate cuerpo a cuerpo.

—Lo hacéis bien para ser del Distrito 12 —dijo con frialdad, sin el tono despectivo de Álvaro, pero tampoco amistoso.

—Intentamos aprender lo mejor posible —respondí, intentando mantener la calma bajo su mirada.

Ángela miró a Juanjo por un segundo más largo, pero no dijo nada. Sabía que estaba evaluándonos, y probablemente ya había hecho sus cálculos sobre quiénes seríamos las mayores amenazas en la arena.

—Es una lástima que no podamos trabajar juntos —comentó—. Pero Álvaro no trabaja con nadie que no vea como su igual.

Era una declaración vaga, pero entendí lo que quería decir. Álvaro había hecho alianzas claras, y nosotros no estábamos en su radar. Quizás eso era lo mejor, aunque también significaba que seríamos presas fáciles para él y su equipo.

—¿Y tú qué piensas? —preguntó Juanjo, sorprendiéndome al tomar la iniciativa.

Ángela sonrió levemente, pero sin calidez. Una sonrisa calculada.

—Yo pienso que en la arena todos estamos solos, aunque vayamos en equipo. En algún momento, la lealtad se romperá. —Luego miró a Paul y Álvaro al otro lado del salón—. Incluso para ellos.

Con esas últimas palabras, Ángela se dio la vuelta y se fue. La observamos irse, sabiendo que había más en sus palabras de lo que parecía a simple vista.

—Ella también está esperando su momento —murmuró Juanjo—. Álvaro puede que no vea la traición venir, pero Ángela claramente no está tan unida a él como parece.

—Nadie lo está —respondí, pensando en lo que habíamos visto entre Álvaro y Paul—. Tienen alianzas, pero estas no durarán.

Por la tarde, mientras practicábamos con armas improvisadas, se nos acercaron Paul y Clara. La mirada de Paul era mucho más directa que la de su compañera. Clara parecía más distante, como si todo esto le importara menos de lo que mostraba.

—Nos hemos estado observando —dijo Paul con su voz suave, que contrastaba con su fuerte presencia física—. Tú y Juanjo teneis química, trabajais bien juntos. Eso es raro aquí.

Noté que Juanjo se tensó a mi lado, probablemente pensando en el doble sentido de sus palabras.

—¿Por qué me lo dices? —respondí, tratando de sonar despreocupado.

Paul se encogió de hombros, pero la intensidad en su mirada no desaparecía.

—Porque también hay quienes trabajan bien juntos en otros sentidos. Álvaro y yo, por ejemplo. No todo es estrategia en estos juegos. —Paul sonrió, pero había algo peligroso en su tono—. La gente está más distraída de lo que parece. Tú y Juanjo deberiais ser más cuidadosos.

Sabía lo que insinuaba. Nos había visto, quizás más de lo que nosotros mismos habíamos querido admitir. Pero no respondí, simplemente lo miré, consciente de que cada palabra, cada gesto, era una jugada más en este ajedrez mortal.

Clara, quien hasta entonces había permanecido en silencio, finalmente habló.

—Este lugar no es para emociones, Martin. No deberías confiar en nadie, ni siquiera en tu propio distrito.

Sus palabras me golpearon como una advertencia, una que sabía que era cierta, aunque no quisiera aceptarlo.

—Lo sabemos —respondió Juanjo con firmeza, mirando a Clara y luego a Paul—. Sabemos en lo que estamos. No necesitamos vuestros consejos.

Paul levantó las manos en señal de paz, pero su sonrisa permaneció.

—Solo un aviso. La arena no es un lugar para conexiones personales. Y si llegas a tener alguna, más vale que sea lo suficientemente fuerte para sobrevivir.

Con esa última frase, Paul y Clara se alejaron, dejándonos en un silencio incómodo. Sabía que Juanjo estaba furioso por lo que acababan de insinuar, pero también sabía que, en el fondo, ambos entendíamos que había algo de verdad en lo que habían dicho.

Esa noche, después de que las luces del centro de entrenamiento se apagaran, no podía dormir. Las palabras de Paul y Clara resonaban en mi mente, mezcladas con las miradas calculadoras de Álvaro y Ángela, las advertencias de Cris y Claudia, y la creciente inquietud que sentía con Juanjo.

Decidí salir de la habitación para tomar aire. Caminé hasta un pequeño jardín en el edificio, una rareza en el Capitolio, pero un lugar donde podía pensar en paz. Sin embargo, no estaba solo. Juanjo estaba allí, sentado en uno de los bancos, observando el cielo oscuro y las luces de la ciudad en el horizonte.

Me acerqué despacio, sabiendo que él también estaba sumido en sus pensamientos.

—¿No puedes dormir? —pregunté, sentándome a su lado.

—No —respondió en voz baja, sin mirarme—. Todo esto está comenzando a afectarme más de lo que pensaba. —Hizo una pausa antes de añadir—. Y no puedo dejar de pensar en lo que han dicho hoy. ¿Qué vamos a hacer si llegamos demasiado lejos?

Su pregunta quedó flotando en el aire. Sabía exactamente a qué se refería. Nos habíamos unido, casi sin quererlo, pero esa conexión ahora nos ponía en peligro. Si llegaba el momento de enfrentarnos, ¿seríamos capaces de hacerlo?

Me quedé en silencio, sin saber cómo responder. No había una respuesta fácil para esto.

—No sé, Juanjo. No lo sé. Pero lo que sí sé es que no quiero perderte.

Fue una confesión que me salió sin pensar, y cuando lo miré, vi que su expresión se había suavizado. Juanjo me miró con una mezcla de emociones que me hizo sentir más vulnerable de lo que estaba preparado.

—Yo tampoco quiero perderte, Martin. Pero aquí... —Su voz se quebró un poco—. Aquí, todo es diferente.

Nos quedamos en silencio, más cerca de lo que habíamos estado antes, ambos conscientes de que cualquier vínculo en este lugar era tanto un consuelo como una maldición. Las tensiones crecían, las lealtades se probaban, y la arena nos esperaba, implacable.

The great warDonde viven las historias. Descúbrelo ahora