Si no te sientes comodx con las escenas fuertes o relacionadas con la muerte, te recomiendo que no leas este capítulo.
La luz de la mañana filtraba a través de los árboles, calentando suavemente el claro donde habíamos pasado la noche. El aire estaba fresco, casi en calma, en un contraste brutal con el caos que sabíamos que nos rodeaba. Me desperté antes que el resto, y lo primero que vi fue a Juanjo a mi lado, su rostro sereno y su respiración tranquila. A pesar de todo lo que habíamos pasado, despertarnos juntos en la arena me dio una extraña sensación de paz. Por un momento, parecía que todo estaba bien.
Nos levantamos juntos, aún somnolientos, y salimos del refugio para revisar el perímetro. El día prometía ser difícil, como siempre, pero algo entre nosotros había cambiado. Aunque no lo mencionamos en voz alta, ambos sabíamos que lo que habíamos confesado la noche anterior nos unía de una forma que no podíamos ignorar.
—Es extraño sentirse... bien aquí —murmuró Juanjo, caminando a mi lado—. Incluso con todo lo que está pasando.
Asentí, sonriendo ligeramente.
—Tienes razón. Supongo que cualquier pequeña cosa que nos haga sentir normales es bienvenida.
Estábamos tan cómodos en nuestra pequeña burbuja que casi no notamos a Chiara observándonos desde un poco más allá. Nos miraba con una expresión que no había visto en ella antes, y cuando nos acercamos, no tardó en explotar.
—¿Qué mierda os pasa? —dijo en voz baja pero firme, intentando no despertar a los demás—. ¿Creis que esto es un juego? Estamos en medio de una masacre y vosotros... ¿qué? ¿Os olvidais dónde estamos?
La confusión rápidamente dio paso a una sensación de culpa que me golpeó en el pecho. Sabía que ella tenía razón. En cierto modo, habíamos estado tan concentrados el uno en el otro que habíamos bajado la guardia, aunque fuera por un momento. Juanjo también frunció el ceño, incómodo con la acusación.
—Chiara, no es lo que piensas —intenté explicarme, pero ella levantó una mano, deteniéndome.
—No me importa lo que pase entre vosotros —dijo con dureza—. Lo que me preocupa es que ambos estais actuando como si todo esto no fuera real. Nos están matando ahí fuera, y si bajais la guardia aunque sea un segundo, vais a terminar muertos.
—¡No estamos bajando la guardia! —Juanjo interrumpió, su voz subiendo de tono—. Solo porque tengamos algo no significa que no tomemos esto en serio.
—¿Algo? —preguntó Chiara, cruzando los brazos—. ¿Y qué es ese "algo"? ¿Sentimientos en medio de un baño de sangre? Te estás jugando la vida, Juanjo. No puedes darte el lujo de distraerte.
La tensión entre nosotros era palpable, pero antes de que pudiera responder, Bea habló desde la distancia, su voz apenas un susurro.
—Chicos... hay algo allí.
Giramos rápidamente hacia ella. Estaba mirando hacia el bosque, su rostro pálido y sus ojos fijos en algo a lo lejos. Nos acercamos con cautela, y cuando llegamos junto a ella, seguimos su mirada. A unos metros, entre los árboles, dos figuras luchaban ferozmente. Reconocí a una de ellas al instante: Ángela, del Distrito 2, con una espada en la mano. Frente a ella estaba Laura, la compañera de Juanjo, y cerca, Denna, del Distrito 3, observando la pelea con una expresión neutral en su rostro.
El corazón de Juanjo se aceleró.
—¡Es Laura! —susurró con urgencia, y sin pensarlo dos veces, comenzó a moverse hacia la pelea.
Pero Ruslana apareció de repente y lo detuvo, colocando una mano firme en su pecho.
—No, Juanjo. No puedes ir. Te matarán.
Juanjo intentó apartarla, su desesperación evidente.
—Es mi compañera de distrito, ¡no puedo dejarla morir!
—Ya está muerta si te acercas —replicó Ruslana, con un tono helado—. Y si vas, también te matarán a ti. Necesitamos sobrevivir.
Quería intervenir, ayudar de alguna manera, pero la situación era claramente peligrosa. A pesar de la fuerza de Juanjo, la razón de Ruslana era innegable. Lo vi luchar internamente, su rostro lleno de frustración y dolor, pero finalmente se quedó quieto, temblando de rabia contenida.
Y entonces ocurrió. Ángela, con una agilidad mortal, esquivó el ataque desesperado de Laura y, con un solo movimiento fluido, levantó su espada y la bajó con fuerza. El filo cortó el aire, y en un instante, la cabeza de Laura cayó al suelo con un golpe sordo.
El grito ahogado de Juanjo resonó en mi cabeza, aunque no salió de su boca. Sentí que todo el aire se escapaba de mis pulmones mientras lo veía caer de rodillas, incapaz de apartar la vista del cuerpo sin vida de su compañera. Laura, la chica que había compartido con él un lazo mucho más profundo que el simple compañerismo en los Juegos, estaba muerta.
Ángela se quedó de pie por un momento, su espada goteando sangre, y luego miró a Denna con una sonrisa fría. Para nuestro horror, en lugar de enfrentarse entre ellas, las dos se dieron media vuelta y se adentraron juntas en el bosque, como si fueran aliadas desde el principio.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunté en voz baja, todavía en estado de shock.
—Denna... —murmuró Bea—. Está aliada con Ángela.
Juanjo se quedó inmóvil en el suelo, sus manos temblando mientras miraba el lugar donde Laura había caído. Sabía que, en ese momento, algo se había roto dentro de él. La muerte de su compañera de distrito lo afectaba más de lo que cualquiera de nosotros podría imaginar.
Me acerqué a él, pero no sabía qué decir. Quería consolarlo, pero las palabras parecían insignificantes frente a lo que acababa de presenciar. Lo único que pude hacer fue colocar una mano en su hombro, un gesto simple, pero que esperaba que le transmitiera algo de apoyo.
—No podemos quedarnos aquí —dijo finalmente Ruslana, con una voz que sonaba más fría de lo que probablemente pretendía—. Si ellas están juntas, significa que hay más alianzas que no conocemos. Tenemos que movernos antes de que vuelvan.
Juanjo se levantó lentamente, su rostro pálido y su mirada vacía. No dijo nada, pero asintió. Sabía que tenía razón. Teníamos que irnos, pero ahora, el dolor y la rabia que cargaba eran evidentes en cada uno de sus movimientos.
Mientras nos alejábamos, todos estábamos en silencio. Sabíamos que la muerte de Laura era solo el comienzo de lo que estaba por venir, y cada uno de nosotros cargaba con nuestros propios miedos y pérdidas.
Para Juanjo, sin embargo, esa herida acababa de abrirse, y temía lo que eso significaba para él... y para nosotros.
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The great war
General FictionEn el Distrito 12, la vida de Martin Urrutia ha estado marcada por la pobreza, el hambre y la responsabilidad de cuidar a su hermana menor, Sandra, desde la trágica muerte de su padre. Cuando llega la temida Cosecha, su mundo da un vuelco al escucha...