Las puertas del edificio se cerraron tras nosotros, y el bullicio del Capitolio quedó ahogado en un eco lejano. Nos llevaron a una sala amplia y decorada con lujo desmedido. Las paredes eran brillantes, adornadas con pantallas que mostraban imágenes en movimiento del Capitolio y sus festividades, un recordatorio constante de lo lejos que estábamos de casa.
Nos reunieron a todos los tributos en esa sala. Había 24 de nosotros en total, distribuidos en pares de cada distrito. La mayoría de los tributos eran jóvenes, como Chiara y yo, aunque algunos parecían más preparados, más duros. Sabíamos que la competencia sería brutal.
Chiara y yo nos manteníamos juntos, observando a los demás desde una esquina de la habitación, mientras Abril charlaba con otros encargados de distrito. Entre la multitud, dos figuras se destacaban, no por su tamaño o presencia imponente, sino por la forma en que sus miradas parecían mucho más concentradas que las del resto. Eran los tributos del Distrito 10: Cris y Violeta. Ambos tenían piel curtida por el sol, lo que indicaba que venían de una vida dura en los campos de ganado de su distrito. Cris tenía una expresión seria, con el ceño fruncido constantemente, mientras que Violeta era más reservada, con una mirada analítica que se paseaba por la sala como si ya estuviera calculando quiénes serían sus enemigos.
Nos acercamos para presentarnos, sintiendo que era mejor conocer al mayor número posible de tributos antes de que empezara el verdadero juego.
—¿Del Distrito 12, verdad? —preguntó Cris con voz grave cuando llegamos a ellos—. No muchos sobreviven de vuestro distrito. Pero igual, es un placer.
—Sí, somos del 12 —respondí, tratando de sonar más confiado de lo que me sentía—. Yo soy Martin, y ella es Chiara.
Violeta nos observó en silencio durante unos segundos antes de asentir levemente. Su forma de moverse era cuidadosa, como la de alguien que ya ha aprendido a no confiar. La charla no fue larga, pero fue suficiente para darme cuenta de que estos dos no serían tributos fáciles de vencer. Sabían de sufrimiento, de trabajo duro, y ahora estaban decididos a llevar esa experiencia a la arena.
Mientras nos alejábamos de ellos, mis ojos se posaron en otro par de tributos que había estado observando desde que entramos en la sala: Juanjo y Laura, del Distrito 7. A diferencia de los demás, estos dos parecían más relajados, como si la tensión que impregnaba la sala no les afectara de la misma manera. Laura era alta, con cabello oscuro y largo que llevaba recogido en una trenza. Su complexión atlética y su mirada despierta mostraban que estaba acostumbrada a los bosques de su distrito, donde la madera era su recurso principal.
Pero fue Juanjo quien captó mi atención de una manera inesperada. Tenía el pelo desordenado, y sus ojos brillaban con una mezcla de confianza y vulnerabilidad que no había visto en nadie más. Era alto, pero no intimidante, y cuando sonrió al ver que nos acercábamos, sentí un nudo en el estómago que no podía explicar. No era miedo. Era algo diferente.
—¡Hola! —saludó Juanjo, extendiendo la mano con una sonrisa amigable—. Soy Juanjo, y ella es Laura. Supongo que esto es lo más cercano a una presentación oficial que tendremos antes de intentar matarnos en la arena, ¿no?
Laura le dio un ligero codazo en las costillas, aunque no pudo evitar sonreír también.
—No seas tan dramático, Juanjo —dijo, con una media sonrisa—. Al menos intentemos ser cordiales antes de todo eso.
Chiara soltó una risa ligera ante el comentario, lo cual alivió un poco la tensión.
—¿Cordiales? —respondió ella—. ¿Eso es lo que llaman a esto en el Distrito 7? Nosotros solo lo llamamos "sobrevivir".
La conversación fluyó de manera natural, lo cual me sorprendió. Mientras charlábamos, no pude evitar observar a Juanjo de reojo. Había algo en su energía, en la forma en que hablaba y gesticulaba, que me atraía. No era como con Chiara, que me transmitía una seguridad familiar, sino algo completamente distinto, algo que no sabía cómo manejar.
Juanjo me pilló mirándolo en un par de ocasiones, y cada vez que nuestras miradas se encontraban, él me devolvía una sonrisa amistosa, como si no notara la confusión interna que me generaba. Sentí mi rostro calentarse, algo completamente fuera de lugar considerando la situación.
—¿Cómo es el Distrito 7? —pregunté, más por intentar distraerme que por verdadera curiosidad, aunque su respuesta me intrigó más de lo que esperaba.
—Es... diferente —dijo Juanjo, encogiéndose de hombros—. Pasamos la mayor parte del tiempo en los bosques, cortando árboles, pero yo y mi familia tenemos una pequeña panadería. Supongo que no es muy distinto a cazar en los bosques de su distrito, pero no estamos cazando comida, sino recursos. —Sus ojos se oscurecieron ligeramente—. Pero no hay escapatoria. Es trabajo o nada.
Había tristeza en su voz, una tristeza que, de alguna manera, me resonaba profundamente. Me recordó a la soledad que sentía después de perder a mi padre, esa sensación de estar atrapado en una vida que no podías controlar.
Laura interrumpió el momento con una ligera broma, lo que alivió el ambiente, pero yo seguía sintiendo esa conexión extraña con Juanjo. No sabía qué significaba, pero era un pensamiento persistente, uno que no podía permitirme explorar en su totalidad. No aquí. No ahora.
La reunión con los otros tributos terminó, y nos llevaron a nuestras habitaciones para prepararnos para la ceremonia de presentación. Chiara notó mi silencio mientras caminábamos de regreso al pasillo que nos llevaría a nuestros cuartos.
—¿Qué te pasa? —preguntó, levantando una ceja.
—Nada —respondí demasiado rápido. No quería que supiera lo que estaba pasando por mi cabeza. No podía.
Chiara me miró con sospecha, pero no insistió. Aún así, sabía que, en algún momento, tendría que enfrentarlo. No solo la realidad de los Juegos, sino también lo que estaba comenzando a sentir. Pero ¿cómo podía lidiar con eso mientras me preparaba para luchar por mi vida?
Llegamos a nuestras habitaciones y me desplomé en la cama, mirando el techo. Juanjo seguía en mi mente. No era justo. No en este momento. Pero ahí estaba, una chispa que no podía apagar. Tal vez fuera la desesperación de estar en una situación en la que todo parecía tan incierto. O tal vez... no lo sabía. Pero pronto tendría que enfrentar no solo los Juegos, sino también estos sentimientos que comenzaban a emerger.
Lo último que vi antes de que mis ojos se cerraran fue la imagen de Juanjo sonriendo. Y por primera vez desde que subí al tren, me sentí un poco menos solo.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
holaholaholaholaholahola! mis niños ya se han conocido por fin! Estoy muy muy inspirada con este fic, espero que os esté gustando mucho!!
ESTÁS LEYENDO
The great war
Ficción GeneralEn el Distrito 12, la vida de Martin Urrutia ha estado marcada por la pobreza, el hambre y la responsabilidad de cuidar a su hermana menor, Sandra, desde la trágica muerte de su padre. Cuando llega la temida Cosecha, su mundo da un vuelco al escucha...