Conexiones

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La noche había caído sobre nosotros como un manto pesado, envolviendo el aire con un silencio tan profundo que cualquier sonido parecía resonar más fuerte de lo normal. El pequeño refugio que habíamos encontrado se sentía seguro, aunque sabíamos que en la arena, nada lo era realmente. El cielo estaba despejado, y las estrellas titilaban lejanas e indiferentes al sufrimiento que ocurría bajo ellas.

Juanjo y yo estábamos de guardia esa noche. Nos sentamos en la entrada de la cueva, vigilando el perímetro mientras el resto del grupo dormía. Las horas pasaban lentamente, y aunque el cansancio me consumía, no podía permitirme bajar la guardia. Mi arco estaba sobre mis piernas, y cada crujido en el bosque me mantenía alerta.

—Es extraño, ¿no? —dijo Juanjo de repente, rompiendo el silencio.

Lo miré, sorprendido por su tono. Desde que habíamos formado la alianza, nuestras conversaciones habían sido más bien escuetas, prácticas. Pero había algo diferente en su voz esta vez, algo más profundo.

—¿A qué te refieres? —pregunté, intentando mantener la calma.

—A todo esto... —Se frotó el rostro con las manos, claramente frustrado—. Matar o ser matado, estar en guardia todo el tiempo, no confiar en nadie. No es lo que debería ser nuestra vida.

Lo observé en la oscuridad, sus facciones tensas y cansadas. Había sido fuerte desde el comienzo, pero ahora lo veía vulnerable de nuevo, como aquella vez en la trampa de piedras. Y yo sentía lo mismo. La arena nos había despojado de nuestras defensas, exponiendo lo que realmente éramos.

—Tienes razón —murmuré, desviando la mirada hacia el horizonte oscuro—. No es vida. Pero es lo que nos ha tocado.

Juanjo asintió en silencio, como si mis palabras lo calmaran un poco, pero aún podía sentir el peso en sus hombros.

—He estado pensando en algo, Martin... —dijo de repente, su voz bajando un poco, casi como si temiera que las palabras se rompieran al salir—. Si algo me pasa... Si no llego hasta el final... No quiero que te quedes solo.

Mi corazón dio un vuelco, y me quedé en silencio, sin saber qué decir al principio. Había imaginado muchas veces este tipo de conversación, pero nunca había tenido el coraje de sacarla a la luz. Ahora, frente a mí, Juanjo estaba confesando sus miedos, y yo no sabía si estaba preparado para hacer lo mismo.

—Juanjo... —empecé, pero me detuve. No quería mentirle, pero tampoco quería decir lo que había estado guardando dentro de mí todo este tiempo. No aquí, no ahora.

Él me miró, su rostro entre sombras. Podía ver la preocupación en sus ojos, pero también algo más. Había una conexión entre nosotros que ninguno de los dos había querido reconocer completamente hasta ese momento.

—No te va a pasar nada —dije finalmente, intentando sonar más firme de lo que realmente me sentía—. No voy a dejar que te pase nada.

Se quedó en silencio por un momento, como si procesara mis palabras. Luego, asintió levemente y bajó la mirada. Sabía que no podía prometer lo imposible, pero ambos necesitábamos creerlo.

—Martin, yo... siento que contigo... —empezó a decir, pero su voz se cortó.

En ese preciso momento, un ruido lejano interrumpió nuestra conversación. Era un sonido débil, pero lo suficientemente claro como para hacer que ambos nos giráramos hacia el bosque. No era un animal. Era una voz. Y no solo una, sino dos, hablando en lo que parecía una discusión acalorada.

Nos miramos en silencio, y sin decir nada más, comenzamos a movernos con cuidado hacia el origen del ruido, escondiéndonos entre los árboles. Avanzamos con sigilo, sabiendo que cualquier movimiento en falso podría delatarnos. Las voces se volvieron más claras, y finalmente los vimos: Álvaro y Paul, de pie en un pequeño claro, iluminados por la luz tenue de la luna.

The great warDonde viven las historias. Descúbrelo ahora