Si eres sensible o te icomoda leer muerte, te aviso que en este capitulo ocurren cosas que podrían incomodarte.
El silencio en la arena era una tensión constante. Habíamos caminado por horas, manteniéndonos alejados de cualquier posible enfrentamiento, pero todos sabíamos que no podríamos seguir escondiéndonos por mucho tiempo. La alianza que habíamos formado —Juanjo, Chiara, Ruslana, Bea y yo— se sentía como una frágil burbuja que podía romperse en cualquier momento. No era solo la amenaza de los otros tributos; era el peso de la arena misma, de la muerte inevitable.
Nos detuvimos cerca de una pequeña pendiente cubierta de rocas donde podíamos ver un arroyo en el fondo. Habíamos decidido bajar a recoger agua. Bea estaba especialmente callada hoy, más que de costumbre. Había perdido a su compañero de distrito, Diego, en la carrera hacia la Cornucopia. Sabíamos que estaba muerto, pero hasta ese momento no teníamos detalles.
—Vamos a necesitar vigías —dijo Ruslana, siempre la estratega—. No podemos relajarnos.
Asentimos, sabiendo que tenía razón. Yo me ofrecí para ser uno de los primeros en vigilar. Me quedé junto a Juanjo, que aún cojeaba un poco desde el accidente de la trampa, mientras los demás bajaban al arroyo.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté, aunque sabía que no era solo una pregunta sobre su estado físico.
—He estado mejor —dijo, pero había una pequeña sonrisa en su rostro, lo que me hizo sentir una chispa de alivio. Sin embargo, el peso de todo lo que estaba ocurriendo no se disipaba.
Mientras observábamos a los demás recolectar agua, escuché un sonido en la distancia, algo que hizo que el vello de mi nuca se erizara. Un grito. Nos giramos al mismo tiempo para ver de dónde venía.
Era Diego, o al menos lo que quedaba de él.
A lo lejos, en un claro entre los árboles, vimos su cuerpo. Álvaro estaba de pie junto a él, con una lanza en la mano. Pero no era una lanza cualquiera. Era un arma improvisada, una larga vara de metal con varios cuchillos afilados atados en su extremo. Diego ya estaba muerto, el filo de la lanza atravesando su pecho, y su cuerpo colgaba inerte. El brutal espectáculo nos dejó paralizados por un segundo.
—No... —susurró Bea desde el arroyo, con la cara pálida al ver la escena. Se cubrió la boca, tratando de contener un grito de dolor. Había perdido a su compañero, y ahora sabía cómo. Álvaro lo había cazado como si no fuera más que un animal.
—Tenemos que irnos —dijo Chiara, mirando a su alrededor con rapidez—. Álvaro no está solo.
Y tenía razón. Detrás de él, Paul, Álex y Omar emergieron de entre los árboles. Todos formaban una alianza sólida, poderosa. Sabíamos que, juntos, eran una amenaza implacable. Paul y Álvaro caminaban con la confianza de quienes sabían que eran letales, mientras que Álex —el tributo del Distrito 5— mantenía una expresión calculadora, siempre pensando en su próxima jugada. Omar, del Distrito 9, era el músculo del grupo, un chico corpulento que se movía con la misma precisión que sus compañeros.
Nuestro pequeño grupo se quedó petrificado por un segundo, observando cómo los tributos rivales se alejaban lentamente de la escena. Sabíamos que estaban patrullando, buscando más víctimas. Era una advertencia: no éramos los únicos con una alianza fuerte, y si nos encontrábamos con ellos, no habría misericordia.
—Nos vamos ahora —ordenó Ruslana, más seria que nunca. Bea aún estaba en shock, pero Chiara la agarró de la muñeca y tiró de ella.
Nos alejamos lo más rápido que pudimos, dejando atrás el arroyo y el cadáver de Diego, sin dejar de mirar hacia atrás en ningún momento.
La tarde avanzó lentamente, y el peso de lo que habíamos visto caía sobre nosotros como una losa. No era solo el horror de la muerte de Diego, sino la realidad de que el grupo de Álvaro era imparable. Era algo que todos estábamos pensando, pero nadie se atrevía a decir en voz alta. Nos habían superado en número y en fuerza. Si nos cruzábamos con ellos, probablemente ninguno de nosotros sobreviviría.
—Son peligrosos —dijo Chiara mientras avanzábamos—. Y no solo por su fuerza, sino porque se divierten con esto.
—Paul y Álvaro son los peores —añadí—. Disfrutan matando.
Bea no dijo nada, pero su mirada estaba perdida. Estaba rota por dentro, y no podía culparla. Había perdido a su compañero de la manera más cruel posible, y ahora tenía que seguir adelante con la carga de ese dolor. Sabía que la arena afectaba a cada uno de nosotros de maneras diferentes, pero ver el impacto en Bea me recordaba lo poco que nos diferenciaba de las bestias que ya cazaban por deporte.
Nos acercamos a una zona montañosa justo antes del atardecer, buscando un lugar seguro para acampar esa noche. Fue ahí cuando sucedió la siguiente tragedia.
Suzette, la chica del Distrito 5, estaba caminando más arriba, en la ladera de una pequeña colina cercana. La habíamos visto desde lejos durante gran parte del día, pero no parecía una amenaza. Estaba sola, separada de su compañero de distrito, Álex, probablemente por alguna estrategia de su alianza.
De repente, mientras intentaba cruzar un estrecho borde de roca, su pie resbaló. Lo vimos suceder en un instante: su cuerpo cayó pesadamente por el barranco, rodando por las rocas hasta detenerse bruscamente en el fondo. El sonido de su caída fue seco, brutal. No sobreviviría a una caída como esa.
—Dios... —susurró Juanjo a mi lado, su rostro reflejando el horror de lo que acabábamos de presenciar.
Corrimos hacia el borde del barranco, pero estaba claro que no había nada que hacer. Suzette ya estaba muerta.
Era una pérdida más en la interminable lista, otra vida arrebatada por el brutal mundo en el que estábamos atrapados. Ya habían muerto 6 desde que empezaron los juegos.
Ruslana miró hacia abajo, su rostro estoico como siempre, pero sus ojos mostraban una preocupación real.
—Su alianza vendrá a buscarla —dijo—. Debemos seguir adelante antes de que lleguen.
Todos sabíamos lo que eso significaba. Si Álex y su grupo llegaban y nos encontraban, estaríamos acabados.
Avanzamos a toda prisa hacia el norte, alejándonos de las montañas y del barranco. Durante horas, caminamos en silencio, el miedo presente en cada uno de nuestros pasos. Juanjo seguía cojeando, aunque trataba de disimularlo. Quería decir algo, animarlo, pero no era el momento. Sabíamos que la presión nos estaba desmoronando poco a poco, y todos intentábamos aguantar lo mejor que podíamos.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, encontramos un refugio adecuado: una cueva pequeña y oculta entre las rocas. No era el lugar más cómodo, pero al menos estábamos fuera de la vista.
Bea se sentó en un rincón, sus manos temblando mientras se abrazaba a sí misma. Ruslana, siempre manteniendo su fachada de frialdad, organizó la guardia mientras Chiara inspeccionaba las provisiones.
Juanjo y yo nos sentamos juntos, el cansancio visible en sus ojos. Observé cómo él miraba al horizonte, su mente claramente atrapada en todo lo que habíamos presenciado. Entonces, cuando pensaba que no diría nada, habló.
—No podemos hacerlo solos, ¿verdad? —preguntó en un susurro, sin mirarme.
—No —admití—. Nos necesitamos más de lo que pensamos.
Él me miró finalmente, su expresión cansada, pero en sus ojos había algo más. Era como si, por fin, hubiéramos aceptado que dependíamos el uno del otro para seguir adelante. Que, a pesar del dolor, del miedo y del caos, éramos más fuertes juntos que separados.
—No te abandonaré, Martin —dijo con una sinceridad que me dejó sin palabras.
Sentí un nudo en la garganta. En medio de la muerte, del terror que reinaba en la arena, ese simple gesto me dio una chispa de esperanza. Asentí, sin necesidad de decir más, porque sabía que había algo entre nosotros que, aunque frágil, podía ser lo único que nos mantuviera con vida.
Esa noche, mientras la oscuridad cubría la arena, nos preparamos para lo que sabía que sería solo el comienzo de un enfrentamiento inevitable con la alianza de Álvaro, Paul, Álex y Omar. Y en medio de todo, nuestra propia alianza tendría que decidir si luchar, huir o caer.
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The great war
Ficción GeneralEn el Distrito 12, la vida de Martin Urrutia ha estado marcada por la pobreza, el hambre y la responsabilidad de cuidar a su hermana menor, Sandra, desde la trágica muerte de su padre. Cuando llega la temida Cosecha, su mundo da un vuelco al escucha...