La ceremonia de presentación estaba por comenzar. Chiara y yo habíamos sido asignados a un equipo de estilistas que se encargaron de vestirnos con trajes de minería, en un intento por representar la esencia de nuestro distrito, famoso por sus minas de carbón. Mientras me ajustaban el casco y los protectores de brazos, no podía evitar pensar en los otros tributos, especialmente en Juanjo.
Desde la reunión en la sala, había algo en él que no podía sacarme de la cabeza. Era más que su aspecto o su forma de hablar; era la manera en la que me hacía sentir menos solo en medio de esta pesadilla. Sin embargo, al mismo tiempo, sabía que esas emociones no podían llevarme a nada bueno. Cualquier tipo de conexión personal era un riesgo en los Juegos del Hambre.
Cuando finalmente salimos al gran salón del Capitolio para la ceremonia, todas las luces y cámaras se enfocaron en nosotros. La multitud gritaba, emocionada por el espectáculo. Nos movimos con cautela sobre el escenario, pero había un grupo que acaparaba toda la atención.
Álvaro y Ángela, los tributos del Distrito 2, caminaban con total arrogancia. Sus trajes de gladiadores reflejaban la brutalidad por la que su distrito era conocido. Álvaro, en particular, irradiaba una actitud que me molestaba. Era alto y se movía como si ya fuera el vencedor de los Juegos, saludando a la multitud como una estrella de cine. En un momento, pasó junto a mí y soltó una risa burlona.
—¿De verdad creeis que teneis alguna oportunidad? —dijo, señalándonos a Chiara y a mí con desdén—. Distrito 12, los perdedores de siempre.
Chiara apretó los dientes, pero no respondió. Yo hice lo mismo, aunque la rabia crecía en mi pecho. No era el momento para caer en provocaciones, pero ya sentía un profundo desprecio por Álvaro. Lo que no sabía aún era que había más que su actitud de superioridad; detrás de esa fachada arrogante se escondían otras dinámicas.
Junto a ellos, vi a los tributos del Distrito 4: Paul y Clara. Paul tenía una apariencia fuerte, con piel bronceada y cabello oscuro, que lo hacía parecer alguien acostumbrado al mar y la pesca, su especialidad en el Distrito 4. A su lado, Clara era menuda, pero sus ojos eran afilados y observadores. Sin embargo, lo más interesante era la forma en que Paul y Álvaro se miraban entre sí, con una intensidad que iba más allá de la rivalidad. En algún momento, noté que Paul le rozaba discretamente la mano a Álvaro, y comprendí que había algo más entre ellos. Su conexión era evidente, pero ¿qué significaba eso en una competencia mortal?
Chiara también lo notó y me lanzó una mirada de curiosidad.
—¿Tú también lo has visto? —susurró.
—Sí. Están juntos. No me lo esperaba.
—Eso podría ser peligroso para nosotros —murmuró—. Si hacen equipo, van a ser letales.
Mi mente no dejaba de trabajar, intentando planear estrategias, pero de repente, noté que Juanjo se encontraba a mi lado, observando la misma escena.
—¿Crees que están juntos? —me preguntó en voz baja, sus ojos fijos en Paul y Álvaro.
Lo miré, sorprendido por lo directo que era, y asentí lentamente.
—Lo parece —dije—. Y eso solo los hace más peligrosos.
Juanjo suspiró, cruzando los brazos sobre el pecho. Su cercanía me ponía nervioso, pero no de la forma habitual en la que me sentiría ante un competidor. Era diferente.
—No me preocupa Álvaro —dijo Juanjo, en tono casi despreocupado—. Es el típico que depende de su fuerza bruta. Eso siempre tiene un límite. —Luego me miró de reojo, sus labios curvándose en una pequeña sonrisa—. Además, parece que Paul lo mantiene distraído en otros sentidos.
Le devolví la sonrisa, aunque sabía que esto no era un juego. Era reconfortante que Juanjo pudiera bromear, incluso en un contexto tan oscuro. Había algo en él que me hacía sentir más ligero, como si por un breve momento pudiera olvidarme del peligro.
La ceremonia terminó sin más incidentes, pero el ambiente entre los tributos estaba cada vez más cargado de tensión. Mientras nos preparábamos para retirarnos a nuestros dormitorios, sentí una mano en mi brazo. Era Juanjo.
—Oye, ¿quieres caminar un rato? Necesito despejarme antes de que la cabeza me estalle con tanta información.
Le di una rápida mirada a Chiara, quien me observó con curiosidad, pero no dijo nada. Asentí y salí junto a Juanjo, dejando que la frescura de la noche del Capitolio nos envolviera.
Caminamos en silencio por los pasillos exteriores del edificio. Las luces de la ciudad resplandecían a lo lejos, y el bullicio de las multitudes ya había comenzado a disminuir. No era el Distrito 12, pero por un momento, el silencio era lo más cercano a casa que había sentido desde que llegamos aquí.
—Es extraño estar aquí —dijo Juanjo de repente, rompiendo el silencio—. Siento que estoy en un sueño del que no puedo despertar.
—Lo sé —respondí—. Todo esto parece irreal. El Capitolio, los Juegos... es como si estuviéramos atrapados en una película.
Juanjo me miró de reojo, sus ojos brillando con algo que no supe identificar de inmediato.
—No pensé que encontraría a alguien con quien pudiera hablar así —confesó—. Todo el mundo parece estar completamente enfocado en cómo sobrevivir, en quién va a matar a quién. Y no me malinterpretes, yo también lo estoy, pero... es difícil no sentirse solo, incluso estando rodeado de tanta gente.
Su confesión me golpeó de lleno. Sentía lo mismo, pero no había tenido el valor de admitirlo, ni siquiera a mí mismo. No había espacio para debilidades aquí. Pero con Juanjo, me resultaba imposible fingir que no había algo más.
—Yo también me siento así —dije finalmente—. Incluso con Chiara a mi lado, siento que estoy solo en esto. Como si todo lo que conocía estuviera desapareciendo.
Juanjo sonrió, pero era una sonrisa triste, cargada de comprensión. Nos detuvimos en un pequeño balcón que daba al horizonte iluminado del Capitolio. Durante un largo momento, no dijimos nada, simplemente observamos las luces.
Finalmente, Juanjo se volvió hacia mí, más cerca de lo que esperaba. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, y sentí una oleada de nervios que no había experimentado antes.
—Martin —dijo en voz baja—, no sé si saldremos de esto. Pero quiero que sepas que... pase lo que pase, no estás solo. Al menos no conmigo aquí.
Mi garganta se cerró, y no pude encontrar las palabras. Sabía lo que estaba tratando de decirme, y no pude evitar sentir lo mismo. Pero ¿cómo se supone que íbamos a lidiar con estos sentimientos, cuando estábamos destinados a enfrentarnos en la arena?
Antes de que pudiera responder, un ruido de pasos nos hizo girar la cabeza. Álvaro y Paul aparecieron en el pasillo, sus miradas cargadas de desdén. Álvaro se acercó a nosotros, con su habitual arrogancia.
—Vaya, vaya —dijo, con una sonrisa burlona—. ¿Dos chicos sensibles, teniendo una charla profunda? Qué conmovedor.
Paul no dijo nada, pero su mirada se mantenía fija en Álvaro, como si sus palabras fueran más una provocación para él que para nosotros.
—Ignóralo —murmuró Juanjo, sin apartar los ojos de mí.
Hice lo mismo, pero sentía que algo acababa de cambiar. Este no sería solo un enfrentamiento físico en la arena; las emociones también jugarían su propio juego.
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The great war
Fiksi UmumEn el Distrito 12, la vida de Martin Urrutia ha estado marcada por la pobreza, el hambre y la responsabilidad de cuidar a su hermana menor, Sandra, desde la trágica muerte de su padre. Cuando llega la temida Cosecha, su mundo da un vuelco al escucha...