El día del entrenamiento había llegado, y con él, una tensión palpable que llenaba el aire en cada rincón del salón donde los tributos comenzaban a mostrarse. Este era el momento para que todos evaluáramos nuestras habilidades y, más importante, viéramos las de los demás. Cada mirada, cada movimiento calculado, era parte del juego antes de entrar a la arena.
Juanjo y yo llegamos al centro de entrenamiento juntos, aunque mantuvimos una distancia prudente. Desde nuestra conversación la noche anterior, algo había cambiado entre nosotros, una conexión silenciosa que intentábamos ignorar por la gravedad de la situación, pero que se sentía en cada palabra, cada mirada que compartíamos.
Chiara ya estaba practicando con cuchillos en una esquina, lanzándolos con precisión contra una diana de madera. Me hizo un gesto de saludo antes de regresar a su concentración habitual. Ella siempre había sido buena con las armas afiladas, más precisa y meticulosa que yo.
Álvaro y Paul, por otro lado, se encontraban en la zona de combate cuerpo a cuerpo, donde Álvaro, con su usual arrogancia, hacía alarde de su fuerza. Le lanzó una mirada rápida a Paul, quien sonrió de vuelta con complicidad. Se notaba que los dos no eran simplemente aliados estratégicos; había una conexión personal, algo más allá de los Juegos. Cada movimiento que hacían, cada mirada que compartían, estaba cargada de una tensión que me hacía sentir incómodo.
—¿Sabes? —me susurró Juanjo mientras observábamos—. Álvaro es peligroso, pero creo que su debilidad es Paul. Está más distraído de lo que quiere admitir.
—Pienso lo mismo —murmuré, mis ojos pasando de Álvaro a Paul—. Pero su fuerza sigue siendo un problema.
Juanjo sonrió, esa sonrisa que ya me resultaba familiar, la que me hacía sentir un poco más seguro a pesar de todo.
—No lo es para mí.
Antes de que pudiera responder, una voz firme interrumpió nuestro pequeño momento.
—Vosotros dos, ¿os vais a pasar todo el día hablando o vais a entrenar? —Era Clara, del Distrito 4, quien se acercaba a nosotros con un arco en la mano. Su expresión era neutral, pero había algo en su mirada que la hacía parecer calculadora, siempre evaluando a los demás.
—¿Qué pasa, Clara? ¿Celosa de que tengamos amigos? —respondió Juanjo en tono juguetón, pero ella simplemente lo miró con escepticismo.
—No en lo más mínimo —respondió con frialdad—. Solo digo que, si vais a sobrevivir, mejor que dejen las charlas y se concentren.
Nos lanzó una última mirada antes de dirigirse al área de tiro con arco, donde comenzó a disparar con una precisión impresionante. No era una amenaza, pero claramente no confiaba en nadie más que en sí misma.
Más tarde, en la sesión de combate, empecé a trabajar con Juanjo en la técnica de cuchillos. Era evidente que él había pasado mucho tiempo en los bosques de su distrito, cortando árboles, pero aún necesitaba perfeccionar su habilidad para usar armas en combate.
Mientras lanzaba un cuchillo que apenas rozó el borde de la diana, Juanjo soltó un suspiro frustrado.
—Esto no es lo mío —admitió, secándose el sudor de la frente.
Me acerqué, tomando su mano que aún sostenía el cuchillo. El contacto entre nuestros dedos me hizo sentir un cosquilleo incómodo pero familiar. Lo miré de reojo mientras le ajustaba el agarre, tratando de concentrarme en el entrenamiento y no en el hecho de que su piel se sentía sorprendentemente cálida.
—Relájate —le dije—. No necesitas usar fuerza, solo precisión. Respira y deja que el brazo haga el trabajo.
Juanjo asintió, esta vez más tranquilo. Tiró el cuchillo nuevamente, y esta vez acertó en el centro de la diana. Sonrió de satisfacción, sus ojos encontrándose con los míos por un segundo que se sintió más largo de lo que debería.
—Gracias, Martin —dijo en voz baja—. Creo que estoy empezando a acostumbrarme a esto.
Me alejé, tratando de mantener la compostura. Estábamos rodeados de cámaras y otros tributos, y lo último que necesitábamos era que alguien notara lo que ocurría entre nosotros. Pero no podía ignorar lo que estaba pasando. ¿Cómo podía permitirme sentir algo por él cuando sabía que, en algún momento, uno de los dos tendría que morir?
Más tarde, cuando la mayoría de los tributos estaban ocupados en otras actividades, me di cuenta de que alguien nos observaba desde el otro extremo del salón. Ángela, la tributo del Distrito 2, estaba sentada con los brazos cruzados, sus ojos fríos fijos en Juanjo y en mí. Su rostro no mostraba emoción, pero su mirada era afilada, como si hubiera detectado algo que otros no habían notado.
Cuando se dio cuenta de que la estaba mirando, sonrió, una sonrisa calculadora, antes de volverse hacia Álvaro, quien estaba ocupándose de levantar pesas con una facilidad irritante.
Sabía que Álvaro y Ángela eran dos de los tributos más peligrosos. No solo por su fuerza física, sino porque habían sido entrenados desde pequeños para los Juegos. Y ahora, parecía que habían comenzado a vernos como posibles amenazas.
—¿Los has visto? —susurré a Juanjo, inclinándome hacia él.
—¿A Álvaro y Ángela? —preguntó, frunciendo el ceño—. Sí, no me gustan. Parecen demasiado confiados.
—Nos estaban observando. No sé por qué, pero creo que estamos en su lista —dije, tratando de no parecer demasiado alarmado.
Juanjo asintió, sus ojos volviéndose hacia donde estaban sentados.
—Tendremos que tener cuidado con ellos. No solo por su fuerza, sino porque están más organizados de lo que parecen.
Antes de que pudiera responder, escuché una risa burlona. Álvaro se acercaba con paso lento, con esa sonrisa altiva en su rostro.
—¿Estáis disfrutando de vuestro tiempo aquí? —preguntó en tono condescendiente, dirigiéndose tanto a Juanjo como a mí—. Porque no durará mucho en la arena. Solo os advierto.
Paul se mantuvo en silencio a su lado, pero se notaba la tensión entre ellos. No era la típica relación de compañeros de distrito. Había algo más entre ellos que los hacía más impredecibles.
Juanjo no se inmutó ante las palabras de Álvaro. De hecho, lo miró directo a los ojos, con una calma que me sorprendió.
—No estamos aquí para disfrutar —dijo, su tono firme—. Estamos aquí para sobrevivir. No subestimes a nadie, Álvaro.
Álvaro soltó una carcajada, inclinándose hacia Juanjo de manera intimidante.
—Tienes agallas, te lo concedo. Pero ya veremos quién sobrevive.
Con una última mirada despectiva, se dio la vuelta y regresó con Paul. Aunque traté de no demostrarlo, sentí un nudo en el estómago. Sabía que Álvaro era peligroso, pero algo en su tono me decía que él ya nos había marcado como sus próximos objetivos.
Cuando Álvaro y Paul se alejaron, Juanjo suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—¿Estás bien? —le pregunté, notando que su mano temblaba ligeramente.
—Sí —respondió, aunque no sonaba del todo convincente—. Solo... creo que tenemos más enemigos de los que pensaba.
Nos quedamos en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos, mientras el entrenamiento continuaba a nuestro alrededor. No podía evitar sentir que algo grande estaba a punto de suceder, algo que cambiaría todo lo que conocíamos sobre los Juegos. Y, en el fondo, la pregunta que seguía resonando en mi cabeza era: ¿podría llegar a enfrentarme a Juanjo si llegaba el momento?
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The great war
Fiction généraleEn el Distrito 12, la vida de Martin Urrutia ha estado marcada por la pobreza, el hambre y la responsabilidad de cuidar a su hermana menor, Sandra, desde la trágica muerte de su padre. Cuando llega la temida Cosecha, su mundo da un vuelco al escucha...