El último día de entrenamiento había llegado, y con él, una sensación de urgencia llenaba el aire. Cada movimiento, cada decisión que tomáramos hoy influiría en nuestras posibilidades de sobrevivir en la arena. Mientras los otros tributos se preparaban, Juanjo y yo nos manteníamos juntos, aunque había una tensión entre nosotros que no habíamos hablado abiertamente desde la conversación en el jardín la noche anterior.
Sabía que ambos estábamos tratando de encontrar la manera de lidiar con lo que vendría, pero la realidad era demasiado brutal. ¿Cómo podíamos seguir como si nada cuando cada uno sabía que el otro podría ser su peor enemigo en la arena?
En la esquina del salón de entrenamiento, noté que dos tributos del Distrito 6 practicaban en silencio. Ruslana era pelirroja, delgada, con un aire enigmático. Su piel era pálida, y sus ojos oscuros parecían analizar cada rincón de la sala. Moises, su compañero, era un poco más bajo y corpulento, con una expresión siempre seria. No habían sido particularmente sociales con los otros tributos, pero hoy parecían más accesibles. Ruslana estaba practicando con una cuerda, mientras que Moises observaba con atención, sus manos ocupadas trenzando algún tipo de red.
Ruslana, al darse cuenta de que la observaba, me devolvió la mirada con una leve sonrisa.
—¿Nunca has hecho una trampa con una cuerda? —preguntó, sin detener sus manos que trabajaban con una velocidad increíble.
—No soy tan bueno con esas cosas —admití, acercándome a ella—. Soy mejor con el arco.
—Bueno, en la arena, saber hacer trampas podría salvarte. O al menos retrasar tu muerte un poco más. —Su tono era neutral, casi indiferente.
Me quedé unos segundos observando cómo Ruslana y Moises trabajaban. Eran tranquilos, eficientes. No eran los más fuertes ni los más llamativos, pero esa calma que transmitían me decía que no los subestimara. Moises no habló, pero su presencia era imponente, como si no necesitara usar palabras para expresar lo que pensaba.
Justo cuando iba a decir algo más, escuché una voz detrás de mí.
—¿Martin? —Era Cris. Se había acercado sin que me diera cuenta, y me ofrecía una sonrisa amigable como siempre. Su actitud relajada era refrescante en medio de tanta tensión—. ¿Quieres practicar con el arco? Podríamos hacer una competición. Apuesto a que puedo acertar más que tú.
Lo miré, un poco sorprendido por su tono despreocupado en este ambiente tan serio, pero la idea de un pequeño desafío me atrajo.
—Claro, ¿por qué no? —respondí, y comenzamos a caminar hacia la zona de tiro.
Mientras hablaba con Cris, no pude evitar notar que Juanjo se había detenido en seco al otro lado del salón, observando la interacción. Había algo en su expresión que me puso nervioso, pero no le di mucha importancia al principio.
Cris y yo comenzamos a disparar flechas, bromeando sobre quién tendría mejor puntería. Era fácil olvidar dónde estábamos por un momento, pero la sensación de ser observado no desaparecía. Cuando miré de reojo, vi a Juanjo practicando por su cuenta con una expresión tensa, más distante de lo habitual. No me dirigió la mirada ni una sola vez.
Cuando terminé la sesión de tiro con Cris, decidí ir a buscar a Juanjo. Lo encontré solo, ajustando una cuerda alrededor de una diana, con el ceño fruncido.
—Oye, ¿todo bien? —le pregunté, acercándome.
Juanjo levantó la mirada, pero no parecía tener la intención de hablar mucho.
—Sí —respondió con frialdad—. Todo bien.
Era evidente que algo lo molestaba, pero no sabía si preguntarle directamente. El silencio entre nosotros era pesado, como si hubiera algo no dicho que estaba creciendo entre los dos.
—¿Seguro? Pareces... distante —insistí, sintiendo que algo más profundo estaba ocurriendo.
—¿Distante? —repitió, esta vez dejando caer la cuerda y mirándome directamente—. ¿Sabes qué, Martin? No sé qué esperabas que pasara. Aquí no estamos para hacer amigos. Y menos para entretenernos con gente que en unos días intentará matarnos.
Su tono fue cortante, más de lo que esperaba, y lo entendí de inmediato. Los celos lo estaban afectando, pero no se trataba solo de Cris. Se trataba del hecho de que habíamos comenzado a sentir algo el uno por el otro, en un lugar donde cualquier tipo de conexión emocional podía ser una debilidad fatal.
—¿Cris? —pregunté, sorprendido—. ¿Es por eso? Solo estábamos practicando, nada más.
—Lo sé, lo vi —dijo Juanjo, cruzando los brazos—. No me molesta que hables con otros, Martin. Pero tal vez sería mejor si empezáramos a poner distancia. Nos estamos complicando demasiado, y tú lo sabes.
Sus palabras me golpearon más fuerte de lo que esperaba. Sabía que tenía razón, pero también sabía que no quería poner distancia. No quería perderlo, no así.
—No tiene que ser así, Juanjo. Sabemos lo que va a pasar en la arena, pero eso no significa que tengamos que apartarnos ahora. —Intenté mantener la calma, pero sentía el nudo en el estómago crecer.
—Lo hace más fácil —dijo él, con una frialdad que no había visto en él antes—. No te estoy apartando, Martin. Solo estoy tratando de hacer lo que sea necesario para sobrevivir. Deberías hacer lo mismo.
Quería decir algo más, pero las palabras no salían. El Juanjo que había conocido en los últimos días se estaba alejando, y aunque entendía sus razones, no podía evitar sentirme traicionado. ¿Así era cómo funcionaba esto? ¿Todo se reducía a la supervivencia?
—Está bien —respondí, dando un paso atrás—. Si eso es lo que quieres.
Nos quedamos en silencio unos momentos más, y entonces Juanjo se dio la vuelta, volviendo a su ejercicio sin mirar atrás. Me quedé ahí, sintiendo cómo la distancia entre nosotros se hacía cada vez más grande, a pesar de estar físicamente tan cerca.
Más tarde, después de haber terminado el entrenamiento del día, todos los tributos se reunieron para una última charla con los mentores. Álvaro y Paul estaban en una esquina, conversando en voz baja, mientras Clara lanzaba miradas furtivas a los demás, siempre alerta. Ángela, por su parte, se mantenía apartada, observando como siempre con su frialdad característica.
Cris y Violeta parecían más relajados, mientras que Ruslana y Moises permanecían cerca, hablando en susurros. Me di cuenta de que cada tributo estaba absorbiendo sus últimas horas fuera de la arena de manera diferente. Para algunos, como Álvaro, era una oportunidad de mostrar superioridad. Para otros, como Juanjo, era un intento desesperado de mantener el control emocional.
Me senté en una esquina, viendo cómo todos se preparaban para lo que venía, pero mi mente no podía dejar de pensar en Juanjo. Todo lo que habíamos construido en estos días parecía estar desmoronándose, y no había nada que pudiera hacer al respecto.
La espera para los Juegos se sentía eterna, pero también demasiado corta. Sabía que cuando llegáramos a la arena, todo cambiaría. Allí, la distancia entre Juanjo y yo no sería solo emocional; sería una barrera entre la vida y la muerte.
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holaholaholahola! Último día de los niños fuera de la arena!! como os avisé en el primer capitulo, a partir de aquí empiezan a haber escenas más fuertes, pondré avisos durante los episodios pero bueno, por si acaso os lo comento ahora también. No qquiero que nadie se sienta mal. <os quiero!!
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The great war
General FictionEn el Distrito 12, la vida de Martin Urrutia ha estado marcada por la pobreza, el hambre y la responsabilidad de cuidar a su hermana menor, Sandra, desde la trágica muerte de su padre. Cuando llega la temida Cosecha, su mundo da un vuelco al escucha...