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Jueves, 9 de julio del 2015

Estaba mirándola con aquellos ojos azules, que parecían atravesar al mismo acero. La miraba acurrucada en una esquina, temblando e indefensa ante aquel iris. No parecía ni divertido ni enfadado; no se podía deducir nada de su postura. Fue quien la sostuvo mientras disparaba su compañero, quien impidió que se interpusiera frente a la bala. Y la miraba, como tratando de averiguar cuánto era su odio hacia él. Nada, en su aspecto no relucían sus intenciones, pero Ariadna estuvo segura de que aquello era lo que estaba pensando.

Al principio no. Al principio creyó que en realidad sentía pena por ella, por su tesitura. Pero no. ¿Cómo aquellos ojos iban a sentir pena?, ¿cómo aquella pose iba a ser compasiva? La hacía sentir incómoda, sobre todo cuando fijaba la vista en sus manos. Aquellas manos, reforzadas por sus gruesos brazos, fueron las que impidieron su sacrificio. De no ser por ellas mamá seguiría viva. Él había sido el responsable indirecto de la muerte de mamá.

Su cabello era algo largo, de un tono marrón casi negro. Llegaba a cubrirle las orejas y le rozaba los hombros. Ariadna dedujo que se lo debía de cortar; aquel flequillo tan largo le tapaba la visión y muchas veces tenía que apartarlo de la cara con una mueca molesta. Su rostro, se fijó en su rostro con la idea de memorizarlo por si por fortuna lograba escaparse. Iría a la policía y les diría quiénes son. Y entonces los buscarían y pagarían por lo que le hicieron.

Tenía la mandíbula cuadrada, los pómulos prominentes y la nariz recta como una flecha. Rasgos marcados, crudos. Destacaba, también, su barba de tres días y sus gruesos labios, que descansaban en una mueca de indiferencia. Aquel rostro era difícil de olvidar. Imponía respeto y daba mucho miedo. Si se hubiera cruzado con un tipo así en la calle habría cruzado la acera.

Su espalda era ancha, imponente, y tenía una pose erguida, como si siempre estuviera en tensión. Sus brazos estaban tatuados con tinta oscura; a su distancia no podía discernir el dibujo. Con lo llamativo que era supo que a la policía no le costaría reconocerlo entre la multitud. Pensó vagamente que era probable que le hubieran parado por la calle sólo por su estética; para comprobar si era un criminal o narcotraficante.

Crónica de EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora