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Miércoles, 15 de junio del 2005

Lo peor de no tener padres era no tener padres. Quizá sonaran redundantes, pero aquellas palabras se solían materializar habitualmente en el pensamiento de Duncan. Él nunca había pasado tardes acompañado por ellos jugando en el parque; tampoco le habían regalado una bicicleta para navidad o una Game boy. Muchas veces se quedaba mirando a chicos de su edad o más pequeños; a la forma en la que sus madres los abrazaban o sus padres les compraban algún dulce en el quiosco. A pesar de que tuviera dieciséis años una parte de él seguía anhelando aquellas minucias que para tantos no importaban. Sabía que aquellas cosas le habían hecho sentirse incompleto y que aquella carencia siempre iba a estar presente y, de alguna forma, iba a condicionarlo.

Vivía en un orfanato desde que tuvo consciencia propia y aquello no lo ayudaba a sentirse mejor. La gente que iba de visitas, a verlos, terminaba por sacarlo de quicio. Tenían esa mirada, ese deje, que lo hacía sentir por debajo. Todos le lanzaban miradas o expresiones condescendientes, como si sintieran pena de él; como si estuviera un eslabón por debajo. Y Duncan se preguntaba siempre el porqué. Era como si por carecer de padres valiera menos que el resto; como si él, junto al resto de compañeros del orfanato, fueran cachorros abandonados que la gente acogía para lucir su generosidad.

¿Se sentían mejor donando dinero para ellos?, ¿lo hacían para expiar algún pecado? Duncan pensaba que sí. La gente era egoísta, siempre miraba hacia su propio interés, y cuando hacían labores de caridad la mayoría de veces solían ocultar segundas intenciones. Cuando alguien ayudaba no debía de hacerlo para sentirse bien como persona; aquella mentalidad era más que errónea. Alguien que colabore, que luche por un bien común, debería de hacerlo porque le apetece, porque es lo que le gustaría que le pasara a sí mismo si se encontrara en una situación precaria.

Duncan nunca tuvo una familia de acogida y tampoco tenía muchas ganas de que aquello ocurriera. La única aspiración que anhelaba era cumplir la mayoría de edad y postular su salida de allí. En alguna que otra ocasión se habían interesado un par de candidatos de padres hacia él, pero nunca llegaron a escogerlo porque, según le repetían, era orgulloso y petulante. Y en respuesta, Duncan terminaba irritándose ante aquello.

¿Orgulloso y petulante él? Si eran aquellas personas las que se mostraban ante él como si fueran su mesías; como si estuvieran haciéndose un favor y tan solo por aquello se merecieran el cielo. Estúpida, la gente era más que estúpida. No tenía por qué venderse bien ante personas que alardeaban de convertirse en sus futuros padres; no tenía por qué soportar estar en aquel lugar que trataba de ofrecerlos a los demás como rebaño.

***

El siguiente capítulo es bastante intenso; tengo muchas ganas de subirlo :3

Gracias por leerme <3

Crónica de EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora