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Viernes, 16 de julio del 2015

No se movía de aquella esquina. Estaba acurrucada, como si de aquella forma pudiera protegerse del destino que se avecinaba. Qué inocente, pensó el secuestrador. Estaba en una situación insalvable y dudaba que pudiera salir airosa. De vez en cuando emitía jadeos ahogados y enterraba la cara profundamente entre las piernas para que no la viera llorar. Su cabello largo, castaño claro, tapaba gran parte de aquella escena, como si fuera una cortina que la resguardara.

Tenía que vigilarla, no podía permitir que saliera de allí; era su responsabilidad. Y no dejaría que nada saliera mal. En un momento dado, alzó su rostro y lo miró a los ojos. Le sostuvo la mirada, tratando de infundirle miedo. El miedo era el mejor método para evitar cualquier tipo de réplica o queja; ahorraba trabajo, en realidad. Fue entonces cuando, para sorpresa del asesino, aquellos iris marrón oscuro le dijeron algo.

Ariadna no se asustó por la imponente mirada del secuestrador; estaba empezando a cansarse de aquello. Si continuaba actuando de aquel modo no iba a sacar nada en claro de su situación. Por ello continuó, sin amedrentarse, estudiando sus ojos azules. Se preguntó si debajo de aquel imponente océano habría algo más que indiferencia; si existía algún tipo de compasión. Debía de aferrarse a aquella idea, dado que no le quedaba otra cosa a la que agarrarse.

—¿Te encuentras bien? —se atrevió a preguntar Ariadna.

No se le veía triste o deprimido, pero no podía dar por segura su suposición. Quizá sí lo estaba; las personas destrozadas eran las que más se molestaban en ocultarlo. O eso había empezado a ocurrirle a ella misma los últimos días. Era un hecho que contra más estragos sufría, menos evidencias quería dejar. A la gente rota no le gustaba dejar a la vista sus cicatrices.

La mirada azul del secuestrador incidió con escepticismo en Ariadna, como si le pareciera absurda la idea de que alguien en una situación como la de ella se planteara cómo estaba su captor. Era tonta, aquella pregunta se salía de la escala de estupidez. Pero aun así Ariadna apretó los puños de sus manos sudadas, tensa, esperando su respuesta.

***

Siento haber tardado en actualizar. Me desmotivo un poquito al ver la falta de apoyo; soy muy emocional, la verdad. Aún así doy las gracias a todos los que estáis dando una oportunidad a esta historia.

Regaladme una estrellita o comentario: me motivaría mucho. Ah, y os recomiendo pasaros por mi historia Piezas desencajadas: seguro que os gusta mucho.

Crónica de EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora