CAPITULO 12

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Después de una tarde tranquila en casa, Bubby comenzó a sentirse más agitada. Mientras descansaba acurrucada en mi pecho, noté que su respiración se volvía un poco más rápida y su piel estaba inusualmente caliente. Mi instinto maternal se activó de inmediato, y al poner mi mano en su frente, confirmé lo que temía: tenía fiebre.

"Mi amor, estás ardiendo," susurré con preocupación mientras Bubby seguía apretada contra mí, buscando el consuelo que siempre encontraba en mis brazos.

Le tomé la temperatura con el termómetro que tenía en el botiquín de primeros auxilios. 38.5°C. No era una fiebre altísima, pero era lo suficientemente preocupante, sobre todo teniendo en cuenta lo sensible que estaba. Decidí no esperar a que la situación empeorara; necesitaba llevarla al hospital para asegurarnos de que todo estuviera bien.

Bubby, aún en su little space, no parecía entender lo que pasaba. Se quejaba suavemente, murmurando entre sollozos y apretando su osita de peluche con fuerza.

"Tranquila, mi amor, mami te va a llevar al médico. Todo va a estar bien," le dije con suavidad mientras la envolvía en su manta y la cargaba hasta el coche.

El trayecto hacia el hospital fue corto, pero Bubby no dejaba de quejarse. Acariciaba su frente, hablándole en voz baja, intentando calmarla, aunque yo misma sentía un nudo en el estómago. Sabía que algo no estaba bien, y la idea de verla pasar por pruebas médicas me angustiaba, pero era lo mejor para ella.

Al llegar al hospital, me dirigí de inmediato a urgencias pediátricas. Explicando la situación rápidamente en la recepción, nos llevaron a una sala de espera, donde el médico no tardaría en atendernos.

Bubby, con los ojos pesados por la fiebre, se mantenía pegada a mí, sollozando de vez en cuando. Pronto, una enfermera entró para hacer los primeros chequeos. Al intentar separarla de mí para tomarle la presión y la temperatura, Bubby comenzó a llorar de nuevo, aferrándose a mi cuello, su pequeño cuerpo temblando de miedo y malestar.

"Es normal, a esta edad pueden ponerse muy sensibles, sobre todo si no se sienten bien," dijo la enfermera con una sonrisa comprensiva. "No se preocupe, Ámbar, la vamos a atender lo más rápido posible."

Después de un rato, el médico llegó y sugirió hacer algunos exámenes para descartar cualquier infección. Bubby tendría que someterse a análisis de sangre y una radiografía, para asegurarse de que no hubiera complicaciones tras la caída.

Llevarla a hacer estos chequeos fue un reto. Cada vez que la separaban de mí, su llanto se volvía más intenso. Al llegar al laboratorio, tuve que sostenerla con firmeza mientras le sacaban sangre, algo que a mí misma me rompía el corazón. Su llanto era tan desgarrador que parecía no tener fin.

"Mami está aquí, mi amor. Mami está aquí," repetía constantemente mientras le acariciaba el cabellito, tratando de consolarla.

Después de la extracción de sangre y la radiografía, volvimos a la sala de espera. Bubby estaba agotada, tanto emocional como físicamente. Apenas se apoyó en mi pecho, sus ojitos comenzaron a cerrarse. Su cuerpecito aún temblaba ligeramente por la fiebre y el susto, pero poco a poco se fue calmando al sentirme cerca.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, el médico volvió con los resultados. "Parece que no hay nada grave. El golpe no causó ningún daño serio, y los análisis no muestran ninguna infección significativa. Probablemente la fiebre es una reacción a la tensión y el golpe. Te recetaremos algo para bajarle la fiebre, pero con descanso y cuidados en casa, debería estar bien en un par de días."

Sentí un enorme alivio al escuchar esas palabras, aunque mi preocupación no desapareció por completo. Bubby seguía siendo tan pequeña y frágil, y verla así, tan vulnerable, me hacía sentir impotente.

~𝑴𝒀 𝑳𝑰𝑻𝑻𝑳𝑬 𝑩𝑼𝑩𝑩𝒀~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora