Capítulo 12.

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La mañana siguiente fue extraña para John. En primera instancia, logró bañarse, vestirse y salir de su apartamento sin la interrupción de Billy, quien se suponía debía estar presente en el día del pago.

De hecho, al bajar las escaleras y ver la entrada del edificio, no había rastro de él.

"Mejor así", pensó, si había decidido esfumarse de la faz de la tierra.

John se detuvo en el último escalón, sorprendido al encontrar a una señora de cabello rizado, gris y blanco, con unas adorables mejillas rosadas. Su baja estatura y figura algo regordeta la hacían parecer aún más acogedora. Perplejo y algo desconcertado, John se acercó lentamente al mostrador, observando cómo la mujer escribía en unas hojas que, a simple vista, no lograba entender.

Acomodándose los lentes, John aclaró la garganta para llamar su atención. La señora levantó la mirada, regalándole una cálida sonrisa.

—¿Necesita ayuda en algo, joven? —preguntó la señora, con un tono tierno que relajó un poco a John.

A pesar de su deseo de ignorar el tema y de no querer saber nunca más sobre la existencia de ese sujeto, John no pudo evitar preguntar:

—Eh... Disculpe, ¿Sabe dónde está Billy?... Estoy habituado de encontrarlo en las mañanas...para mi pesar...—lo último lo dijo entre dientes, fatigado de pensar con miedo a ese gran sujeto.

La adorable señora mantuvo su sonrisa, pero se quedó en silencio por un breve momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Mientras tanto, John observó de reojo algo extraño: la caja donde Billy solía apilar sus botellas de alcohol, detrás del mostrador, había desaparecido por completo.

—Billy tuvo que irse —dijo la señora finalmente, con una dulzura que contrastaba con la noticia—Se fue de manera indefinida por unos asuntos personales, y me pidió que cuidara el arriendo de los departamentos.

John sintió una mezcla de incredulidad y euforia. ¡Billy no estaba! ¡Se había ido! Apenas podía contenerse de gritar de alegría. Parecía que finalmente estaba teniendo un buen día.

—Oh, ¿y cómo se llama usted?—Sonrió el castaño.

La mujer sonrió aún más.

—Me llamo Martha, querido.

—Un placer, Martha. Yo soy John—respondió él, extendiéndole la mano.

La señora dejó su lápiz y extendió su mano derecha, dejando ver sus dedos regordetes con anillos de fantasía.

—Un placer conocerte, John.—La señora sonrió, mirando los curiosos anteojos redondos del castaño.

El castaño al separarse, se aferró a la correa de su maletín y suspiró:—Bueno, ya me tengo que ir...

Cuando John se dirigía hacia la puerta, escuchó la voz suave de Martha llamándolo desde el mostrador:

—¡Que tenga un buen día de trabajo, joven!

John se despidió con una mano en alto y una sonrisa que no podía esconder. Era el primer día, en mucho tiempo, que se sentía realmente afortunado.

John caminaba con las manos en los bolsillos y sus pensamientos se movían entre su reciente encuentro con Martha y la extraña combinación de alivio y frustración que le provocaba la partida de Billy. ¡Ojalá nunca más vuelva ese sujeto a su vida!, si el destino se lo quiso llevar, entonces él sería de las personas más felices de todas por el hecho.

De pronto, el dulce aroma de pasteles recién horneados llenó el aire, sacándolo de su ensimismamiento. Sin darse cuenta, había llegado frente a la panadería que tanto había anhelado probar.

Temporary Secretary ; McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora