Acechando a Sergio

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Cuatrocientas citas. Aproximadamente, ese era el número de veces que Max y Sergio habían pasado juntos fuera de la pista. Entre carreras, entrevistas, dinámicas del equipo y compromisos con los medios, habían compartido más momentos de lo que cualquiera podría imaginar. Y, sin embargo, cada una de esas interacciones había sido parte de una coreografía meticulosamente ensayada, una rutina donde ambos se movían con precisión bajo la mirada del mundo. Siempre pilotos, siempre compañeros de equipo. Pero nunca, jamás, algo más. Al menos no a los ojos de los demás.

Sergio siempre había sido el más cauteloso de los dos. Desde el principio, había impuesto límites invisibles, reglas tácitas sobre cuándo y cómo podían estar juntos, siempre manteniendo las apariencias. Entendía las implicaciones, el escrutinio que enfrentaban, no solo por ser dos figuras públicas, sino por lo que significaría que alguien descubriera lo que compartían. Para él, mantener la discreción era una forma de proteger lo que tenían.

Pero Max... Max era diferente. Al principio, había seguido las reglas de Sergio sin rechistar, confiando en su experiencia, en su juicio. Pero con el tiempo, algo dentro de Max comenzó a cambiar. Ya no le bastaba con esconderse, con fingir que no había nada más que respeto y amistad entre ellos cuando estaban rodeados por el equipo o la prensa. Quería algo más. Quería que todos lo supieran.

Más que eso, Max empezaba a desear que el mundo, y sobre todo aquellos que miraban a Sergio con algo más que admiración, entendieran a quién pertenecía realmente. No era solo la prensa lo que lo irritaba, eran las miradas furtivas en el paddock, los intentos de algunos de acercarse demasiado a Sergio en las fiestas o eventos de equipo. Sabía que Sergio nunca les prestaba atención, que siempre mantenía las distancias. Pero eso no calmaba el fuego que ardía en el pecho de Max cada vez que veía a alguien intentar cruzar esa línea.

Había momentos en los que Max se encontraba a sí mismo observando en silencio, sus ojos fijos en Sergio mientras este charlaba con alguna persona, sonriendo de manera despreocupada. No podía evitar sentir una punzada de celos, aunque sabía que Sergio le era fiel. No se trataba de desconfianza, sino de una necesidad profunda de marcar su territorio, de dejar claro que Sergio era suyo.

Una noche, en uno de esos eventos repletos de figuras de la Fórmula 1, Max estaba particularmente irritable. Había visto al siete veces campeón acercarse demasiado a Sergio, hablando con demasiada familiaridad, acechándolo. Max sabía que no era nada, que Sergio era cordial con todos, pero la tensión en su pecho no desaparecía.

Sergio, como siempre, lo notó. —¿Estás bien, Max? —preguntó en voz baja mientras ambos se apoyaban en una esquina del bar, alejados del bullicio del evento.

Max apretó la mandíbula y tomó un sorbo de su bebida, sin apartar la vista de donde el ingeniero aún charlaba con otros miembros del equipo. —Solo estoy cansado —respondió, aunque ambos sabían que no era verdad.

Sergio lo miró fijamente por un momento antes de suspirar y posar una mano en su brazo. —Sabes que no tienes que preocuparte por nada, ¿verdad? —dijo con calma—. Nadie significa nada para mí excepto tú.

Max bajó la vista hacia la mano de Sergio en su brazo y luego alzó la mirada hacia los ojos oscuros de su compañero. —Lo sé —murmuró—. Pero no puedo evitarlo. Estoy harto de fingir, harto de tener que actuar como si no me importara. Quiero que todos lo sepan.

Sergio suspiró de nuevo, pero no retiró su mano. Sabía lo difícil que era para Max. Habían hablado de esto antes, muchas veces. Para Sergio, la discreción era una manera de mantener su relación segura, de protegerla de las complicaciones que vendrían si se hiciera pública. Pero Max... Max era más impulsivo, más emocional, y eso era lo que más amaba de él.

Max, hemos hablado de esto —dijo con suavidad—. Si lo hacemos público, ya no tendremos control sobre nuestra relación. Todo el mundo tendrá algo que decir, y no siempre será bueno.

Max apretó los dientes. —Lo sé. Pero no quiero esconderme más. No quiero que nadie más crea que puede acercarse a ti como si tuvieran una oportunidad.

Sergio lo observó en silencio, comprendiendo la frustración de Max. Aunque nunca había sido alguien que se dejara llevar por los celos, sabía que para Max era diferente. El neerlandés siempre había tenido una intensidad particular, tanto dentro como fuera de la pista. Y ahora esa intensidad estaba enfocada en él.

Mira, Maxie —dijo finalmente, sonriendo levemente—. Yo te pertenezco a ti, y solo a ti. Pero si realmente quieres que lo hagamos público... hablaremos de ello. Lo haremos cuando ambos estemos listos.

Max se quedó en silencio por un momento, asimilando las palabras de Sergio. Sabía que Sergio tenía razón, que había mucho en juego. Pero también sabía que no podía seguir reprimiendo sus deseos. Quería más. Quería que todos supieran que Sergio era suyo.

No quiero esperar demasiado —dijo finalmente, su tono serio—. Porque lo que tenemos es real. Y quiero compartirlo con el mundo.

Sergio lo miró, asintiendo lentamente. —Lo sé. Y lo haremos. Pero paso a paso.

Max aceptó la respuesta, aunque su impaciencia seguía latente. Estaba dispuesto a esperar un poco más, pero sabía que no podría seguir fingiendo para siempre. Había llegado el momento de que el mundo supiera la verdad. Y cuando lo hicieran, todos entenderían que Sergio Pérez no era de nadie más que de Max Verstappen.

Obsessed | Chestappen Where stories live. Discover now