5. Determinación Varonil.

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Después de haberla ido a dejar al aeropuerto y verla perderse al entrar a la puerta, se subió a su auto y se fue. Su despedida fue extraña.

— Que tenga un buen viaje —le sonrió Andrés.

— Muchas gracias y tú igual —se dieron la mano y la estrecharon y una electricidad los recorrió a ambos, miraron sus manos y luego se vieron a los ojos, por un par de segundos que parecieron eternos, luego de golpe Isabella rompió el contacto, se dio media vuelta y salio casi corriendo, huyendo.

Sonrió al recordarlo, negó con la cabeza intentando esfumar a ella de sus pensamientos, por lo que la escucho hablar se iría una semana, era poco tiempo pero de toda forma le haría falta, se dio cuenta. Seguio su camino callado, solo escuchando las notas musicales que el aparato de música del auto le proporcionaba, iría a la empresa dejaría el auto donde siempre y se iría a su casa.

Luego de dejar el auto, se despidió de sus amigos de la empresa, tomo su mochila y camino hacia una estación de trenes subterráneos, espero el respectivo que lo dejaba cerca de su casa, la casa de sus padrinos. Se subió, busco un lugar al fondo del mismo y se sentó y comenzó a ver por la ventana, el trayecto que siempre lo acompañaba cuando iba o salia de su casa.

Vivía en un lugar decente, mucho a comparación del lugar donde se había quedado cuando sus padres murieron, pues cuando tenía la edad de catorce años, en un trágico accidente sus padres, su única familia murió. Aun recordar le dolía, pero ya era un dolor con el cual vivir era normal y ya no ahogaba cómo antes.

Se bajo del tren, subió las escaleras de la salida y la luz de la tarde le iluminó el rostro, camino con las manos en sus bolsillos, paso por un lugar donde habían indigentes y recordó cuando él también lo fue. Pues cuando una señora de un Hospicio lo fue a buscar y le dio la noticia, de la muerte de sus padres, que ahora él estaba solo, pero que ella lo llevaría a un lugar donde cuidarán de él, huyó. Solo recuerda que corrió y corrió hasta que el alma estuvo a punto de salirse de su cuerpo, de su pecho. Llego a un lugar muy parecido al que acaba de observar, donde habían muchas personas indigentes, que compartían fuego ya que el frio de la noche comenzaba a hacerse presente y él nada más cargaba su ropa de la escuela.

Lo recibieron muy amablemente, unos, otros solo lo miraban con desdén y repudio, él no comprendía pues estaba desecho, los únicos seres que de él cuidaban y velaban se habían ido y para siempre. Las lágrimas salieron sin que pudieran ser detenidas, era un dolor que desgarrada su pecho, su corazón. Una señora, Julia, lo acogió cómo una madre acoge a un hijo cuando sufre, le apartó un pequeño lugar para que él se quedara y llorará, lo cual hizo noches enteras. Paso así, libido, distante un par de semanas, hasta que decidió contar lo que le había pasado.

Y por un tiempo se quedo con ella, por las tardes buscaba trabajo, lo que sea, con tal de llevar comida a la que ahora cuidaba de él, medio año o más paso así, pero una noche cuando él llegaba de trabajar en un restaurante donde limpiaba los platos sucios, escucho que Julia y otro hombre del lugar discutían y sobre él.

— Deja que el muchacho trabaje para mi —hablaba el hombre.

— No dejaré que abuses de él como lo haces con los otros niños —Andrés había oído, que ese señor, a los niños como él, los usaba para pedir dinero y para hacer otras clases de trabajos, todas de formas ilegales.

El pánico se apoderó del niño cuando vio que el hombre se estaba exaltando y comenzaba a golpear a Julia, intento ir y ayudarla, pero el miedo lo paralizó y solo funcionó como espectador, golpe tras golpe, vió, hasta que la pobre mujer cayó al suelo, un grito salio de Andrés y el hombre que acaba de matar a su pretectora lo vio y comenzó a correr hacia él. Los pies reaccionaron y corrieron hasta perder de vista al hombre.

¿Sin final feliz? © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora