𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 1

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Elizabeth:

El sonido agudo de la alarma retumbó por cuarta vez esa mañana. Con un quejido ahogado, extendí el brazo y apagué el teléfono. Mis ojos entrecerrados notaron la hora, y de inmediato, una oleada de pánico me recorrió el cuerpo.

—¡Mierda! —exclamé, lanzando las sábanas a un lado. Salté de la cama lo más rápido que pude, mis pies descalzos golpeando el suelo frío. "Gracias a Dios que mamá y papá no están en casa", pensé mientras corría hacia el baño.

El agua de la ducha apenas rozó mi piel antes de que me apresurara a vestirme. Tiré el uniforme de la universidad sobre mi cuerpo sin mirar mucho en el espejo. Sorprendentemente, terminé con tiempo suficiente para hacer una rápida parada y comprar una malteada de chocolate en la cafetería de la esquina. Sentí que mi suerte estaba cambiando.

Sin embargo, cuando el taxi que abordé quedó atrapado en el tráfico de la mañana, supe que esa sensación no duraría mucho. El embotellamiento era interminable, y tras varios minutos de ver cómo el reloj avanzaba sin piedad, decidí bajarme. Agarré mi malteada con fuerza y comencé a correr hacia la universidad, rogando que el profesor Smil no me dejara fuera otra vez.

Mientras corría, una voz distante susurró mi nombre. Me detuve en seco, el corazón latiendo aún más rápido, y miré a mi alrededor, pero no había nadie. "¿Me lo habré imaginado?", me pregunté. Cuando volví a girar la cabeza hacia adelante, fue demasiado tarde. Chocamos.

Caí al suelo, mi malteada voló en el aire, empapándonos a ambos. Sentí el líquido pegajoso correr por mi cabello rubio, mientras una sensación de horror me invadía al mirar a la persona debajo de mí. Los ojos del profesor Smil se clavaban en mí con una furia que me hizo encoger.

—¡Lo siento, profesor! —dije rápidamente, poniéndome de pie y ofreciéndole la mano, pero él la ignoró.

—Parece que es un desastre en todo lo que hace, señorita Merrick —dijo, con su ceño fruncido aún más marcado que de costumbre.

—Fue un accidente, señor Smil —intenté excusarme, pero él levantó una mano para silenciarme.

—Es usted increíblemente indisciplinada. No me equivoqué en recomendarla para el traslado a otra universidad.

Mis ojos se abrieron de par en par. ¿Qué había dicho?

—¿De qué habla? —pregunté, la confusión y la indignación luchando por dominar mi voz.

—Un estudiante becado se unirá a la universidad, pero como las matrículas ya están llenas, se debe hacer un intercambio con uno de nuestros alumnos. ¿Y adivine qué? Todos los maestros han estado de acuerdo en que debería ser usted.

Lo miré incrédula.

—Estoy pagando mi educación. No pueden simplemente trasladarme como si esto fuera preescolar —dije, sintiendo cómo el calor de la ira comenzaba a subir por mi pecho.

—Pues bien, tome su dinero y páguelo en otro lugar. Aquí no continuará. Estamos hartos de su torpeza, de su forma de interrumpir las clases. No se sorprenda si recibe una llamada de la dirección esta tarde.

Lo miré, incapaz de articular una respuesta. Las palabras del profesor Smil flotaban en mi mente, haciéndome sentir primero culpable, y luego, una rabia creciente. Sin decir más, me di la vuelta y me fui, con la malteada aún goteando de mi cabello. El día ya estaba arruinado. ¿Qué más podía pasar?

Llegué a casa después de lo que me pareció una caminata interminable. Justo cuando me acercaba a la puerta, vi a mis padres. Mi corazón dio un vuelco al verlos. Nunca llegaban a casa tan temprano. Algo no andaba bien.

—¿Qué pasó? ¿Qué hacen aquí? —les pregunté, la alarma evidente en mi voz.

—¿Qué haces tú aquí? —respondió mi madre—. Deberías estar en la universidad. ¿Y qué te pasó? Estás hecha un desastre.

—Larga historia —respondí, tratando de desviar el tema mientras los ayudaba a abrir la puerta.

Entramos los tres en silencio, pero la tensión en el ambiente era palpable. Sabía que algo estaba mal, algo grande. Finalmente, el silencio se volvió insoportable.

—Está bien, ¿van a decirme qué pasa? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme.

Mis padres se miraron entre sí. Mamá suspiró, y en ese momento supe que lo que iba a decirme no sería fácil.

—Hay algo que no te hemos contado, Elit —empezó mamá. Su tono me asustó de inmediato.

—Tengo una enfermedad hereditaria de mi padre —continuó—. El tratamiento es caro, muy caro. Con el sueldo de tu padre, tal vez podamos pagarlo, pero eso significa que no podremos costear tus estudios.

Me levanté rápidamente, abrazándola, intentando que las lágrimas no se escaparan de mis ojos.

—¿Por qué no me lo dijeron antes? Habría dejado la universidad y conseguido un trabajo.

—Por eso no te lo contamos —intervino mi padre, pasándose una mano por su cabello entrecano.

Mi padre, con cuarenta años, ya mostraba señales del estrés que nuestra vida le había causado. Su cabello castaño, ahora salpicado de canas, combinaba con sus ojos grises, un rasgo único en su familia. Mi madre, en cambio, a sus cuarenta y tres años, conservaba aún la mayor parte de su cabello dorado, aunque algunas canas comenzaban a aparecer. Sus ojos azules, que siempre habían brillado con energía, ahora lucían cansados.

—Trabajan demasiado para la familia Harrington —pensé. Papá como supervisor en la empresa, mamá como ama de llaves en la mansión. Y ahora, ella ya no podría seguir trabajando.

—Bueno… —dije, rompiendo el incómodo silencio—. Parece que quieren transferirme a una universidad en Londres.

—¿Qué? —dijo mamá, claramente alarmada.

—No fue idea mía. Los maestros me odian y están buscando cualquier excusa para sacarme.

Mi padre suspiró, frustrado.

—Voy a hablar con tu director —dijo, decidido.

—No, papá. No estamos en primaria. Lo resolveré. Además, buscaré trabajo.

—Tienes una casa aquí —dijo, con un tono que no dejaba lugar a discusión—. No puedes irte tan lejos.

Sabía que tenía razón, pero la frustración se acumulaba dentro de mí.

—Si me obligan, encontraré la manera de seguir adelante. De todas formas, ya no podemos pagar la carrera —susurré.

Mamá se levantó de golpe.

—Tengo una idea —dijo.

ꨄ︎𝑆𝑒𝑛̃𝑜𝑟𝑖𝑡𝑎 𝑀𝑎𝑙𝑎 𝑆𝑢𝑒𝑟𝑡𝑒ꨄ︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora